Los Malcriados

Capítulo 68: Besos y golpes

Cuando Pierre se separó de Anetta, esperó ver en su rostro deseo, excitación, o por lo menos sorpresa, cualquier cosa, excepto lo que realmente vio: asco y enojo, y no se podía adivinar cuál era más grande. 

—¡¿Cómo…?!—musitó la morena—…¡¿Cómo te atreves?! —Esta frase fue dicha a voz en cuello y acompañada de un fuerte empujón que casi hace perder el equilibrio a Pierre.

—¿Qué te pasa, gorda?

Enmudecida por la furia, Anetta estampó su mano abierta con todas sus fuerzas en la mejilla del chico, cuando el trillizo levantó el rostro para quejarse, su ya adolorido cachete recibió el dorso de la mano de Anetta, la cual iba de regreso, sonsacándole un quejido agudo de dolor.

—¿¡Qué tienes en la cabeza, ballena negra!?—lloriqueó Pierre, con los ojos cuajados en llanto.

—¿¡Qué te pasa a ti, pervertido!?—le regresó a Anetta—,¡¿qué diablos fue eso?!

—¡Un beso, cerda, y es para que agradecieras, no para que me golpearas!

—¡Mira, tú, que amable! ¿Y se puede saber porque mi boca ahora sabe a cereza sintética? Y no te atrevas a decirme que me quieres enamorar por una apuesta, chico cliché literario.

—¡Claro que no!, y, además, tú no eres una nerd guapa con gafas; eres la gorda, amiga de la protagonista.  —Pierre hubiera deseado no haber dicho eso, pues la mejor contestación de Anetta, fue su puño en la mandíbula de él—. ¡Deja de pegarme! —le gritó el trillizo, llorando abiertamente. 

—¡Entonces deja de decir burradas y dime porque me besaste! —Pierre sobaba levemente su mentón sin poder contestar—, ¿¡y bien!?—exigió Anetta, levantando el puño y provocando que Pierre se encogiera instintivamente.

—¡Te digo, pero deja de golpearme! —Tras tomar aire y guardar silencio un rato más, Pierre comenzó a sonrojarse de forma evidente, cosa que incomodó a Anetta—. Es que yo... Podría ser que tú... me llegaras a gustar —dijo el chico entre largas pausas para darse valor.

—“¿Podría ser?”, “¿Te llegara?”¡Suena como si sí te gustara y no quisieras confesarlo!—resolvió Anetta con burla.

—Pues…—Pierre bajó la vista, no se atrevía a encarar la mirada de la morena—… puede ser... Es decir, creo que sí... si me gustas.

Anetta no respondió a eso, sus ojos solo escrutaban a Pierre, en busca de alguna señal que le indicara que lo que acababa de decir era mentira o una broma pesada, pero no encontró nada, solo vergüenza y sinceridad.

El silencio se prolongó entre los dos chicos, volviendo aquella situación incómoda hasta a un punto insoportable. Tras asimilar las palabras del trillizo y entender la magnitud de lo que acababa de escuchar, Anetta negó con la cabeza.

—Estás de broma… ¡Dime qué estás de broma!

—¿Por qué? ¿Sería tan malo? —Pierre sentía su orgullo de casanova herido.

—¡Claro que sería malo, somos amigos y tú acabas de cruzar la línea!

—¡¿Y qué tiene eso de malo?! ¡Todas las parejas en el mundo empiezan como amigos, ¿qué no?!

—¡Esto es demasiado!—Anetta se dio media vuelta y comenzó a caminar rumbo a la casa Omega.

—Oye, espera—pidió Pierre, tomándola del brazo, a lo que la chica se giró para responder.

—Déjame ir, por favor. —Pierre iba a protestar, pero las lágrimas que amenazaban con salir de los ojos de la morena lo detuvieron.

Sintiendo una zozobra exagerada, el chico vio a Anetta alejarse, y sin ánimos, se dirigió de nuevo adentro del salón de bailes.

...

Cerca de ahí, pero desinteresado a la situación de Pierre, Francis caminaba al lado de Julius, mientras este último cargaba una fuente de alimentos, hecha de vidrio.

—¿Y si la dejo recargada en ese árbol? —preguntó el trillizo, señalando una jardinera.

—Claro que no, su ya te acabaste los chocolates, vamos a ir a regresar la fuente al salón de bailes, la verdad es que no entiendo cómo el alumno que cuidaba la entrada te dejó sacarla en primer lugar.

—Ah, es que me tiene miedo, es mi compañero en la pocilga Omega y le rompí la boca la semana pasada.

—¿Qué hiciste qué? Mejor no me digas, no quiero saber los detalles. Caminemos un rato y después llevamos el traste.

—¡Que aburrido eres, pecas, solo sabes caminar y platicar!, ¡hay que hacer algo más divertido!

Francis se sonrojó un poco ante esta petición.

—¿Y qué sugieres?

—Vamos a aprovechar que Cecil está en la fiesta y vayamos a saquear su cuarto.

—¡¿Y tú no sabes hacer otra cosa que robar material docente?! Además, no sabemos si la maestra Cerretti está en la fiesta.

—Si está, yo la vi, anda de ovejera, con un bastón y toda la cosa.

—Aun así, no iremos a robar nada.

—Entonces, hay que subirnos a la estatua —exclamó Julius, señalando la estatua de Vitterra, en medio de la fuente.

—¿No prefieres que…?—Francis desviaba la vista, deseando que Julius no adivinara su sonrojo—… ¿no prefieres que nos sentemos y platiquemos un rato? 

—¡Te digo que no te sabes otra! —se quejó Julius.

Ofuscado y con sentimientos de impotencia, Francis despeinó su cabello, embarrando sus manos de gel, mientras exclamaba, desesperado:

—¡¿No hay nada que quieras preguntarme?!, ¡¿no hay nada que quieras saber de mí!? —Molesto, el joven se acercó a la fuente de Nuestra Señora de las Tierras, para lavar sus manos.

—¡Ah!—exclamó Julius, dejándose caer en la orilla de la fuente—, hablas de hacer esas cosas que hacen los novios. —Francis asintió con la cabeza sin animarse a dar una respuesta verbal y sentándose junto al trillizo—. Veamos algo que quiera saber de ti... ¿Cuál es tu color favorito?

El chico de la tez pecosa soltó una carcajada ante la pregunta tan aleatoria e infantil, pero contestó de buena gana:

—El café.

—El mío es el verde.

—Ya lo había intuido.

—Otra cosa: ¿cuál es tu comida favorita?

—Vamos Julius, ¿no hay algo más personal que quieras preguntar?, aprovecha que este es el momento.




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