Los Malcriados

Capítulo 69: Clausura

Tal como el profesor Anthony le había recomendado a Pierre, el chico le había dado su espacio a Anetta durante las pocas clases que siguieron al baile de las brujas.

A sabiendas de que el año ya había acabado y los alumnos ya pasarían de grado, los profesores rellenaban sus últimas clases con dinámicas, lecturas o ejercicios sosos. La verdad era que, ni al alumnado de Nuestra Señora de las Tierras ni a su personal docente les interesaba dedicarle esfuerzo a un año que agonizaba, era preferible guardar las energías para el año venidero.

El clima de Dildria parecía también tener pereza, y no resultaba ni frío ni caluroso, simplemente soleado y de temperatura templada y agradable.

Tras algunas llamadas telefónicas, Fermán Lapege, el abogado de la familia Leblanc, les había informado a Pierre y a Julius que, en cuanto salieran de vacaciones, los llevaría al aeropuerto, donde se reunirían con Gabriel, para subir a un avión que los llevaría hasta Karenka, donde sus padres los esperarían.

Mientras que Pierre sufría el lento pasar de los días para que eso ocurriera, Julius descubrió que no le hacía mucha ilusión irse de aquella escuela.

...

Francis de Luca y Julius Leblanc sostenían una conversación, mientras desayunaban en la casa Omega, pues era el único comedor al que el trillizo podía tener acceso.

—¿Te das cuenta? —decía Francis—, el viernes será el último día que usemos este uniforme en este año.

—¡Y la verdad me alegro! —respondió Julius con la boca llena—, es horrible traer tanta camisa, saco y además está odiosa corbata que te ahorca. —Para dar énfasis a sus palabras, Julius jaloneó la corbata que traía puesta, aflojándola.

—Si el siguiente año le echas ganas, puede que vuelvas a Alfa.

Julius le dedicó a Francis una mirada escéptica, que le provocó una sonrisa al chico de la tés pecosa.

—¡Lo que pasa es que ya no quieres comer conmigo está comida barata! —reclamó el trillizo.

—Nada de eso, pero debes admitir que era más placentero cuando comíamos en el palacio Alfa, con aire acondicionado y platillos más... agradables.
—Eres un marica —reprendió Julius al chico, para después soltar su escandalosa risa, a la que el moderador se unió a los pocos segundos.

Francis debía admitir que Julius era un ser muy particular, tan natural, tan honesto en lo que decía y en sus reacciones, que era imposible no cautivarse ante él, y muy atractivo además.
...
Cuando las ocho de la noche se habían anunciado, Anetta Bianchi se encontraba en la lavandería del palacio Alfa, escribiendo algunas notas, mientras la lavadora en la que estaba a recargada hacía su labor, el tintineo de la campanilla de la entrada indicó la presencia de un nuevo cliente, obligando a la morena a girarse con una servicial sonrisa, pero que se borró al instante, al ver que se trataba de su némesis, su amigo y su “no sé qué”.

—Pierre —balbució la chica.

El aludido suspiró hondamente antes de hablar. Y justo cuando Anetta creía que el ambiente se iba a tornar incómodo, el joven soltó:

—¿Te pagan por estar recargada en la lavadora, gorda perezosa?

Anetta sonrió para sus adentros, mientras contestaba.

—¡Me pagan por lavar las porquerías de catrines engreídos y flojos como tú, charal desnutrido!

—¡Ten! —le dijo Pierre, arrojando una bolsa de tela roja, la cual contenía ropa sucia—, ¡lávala!

—¡A mí me pides las cosas por favor, animal! ¡No porqué seamos amigos te voy a permitir que me trates así, baboso! —le abroncó Anetta, aventando la bolsa de regreso, donde descubrió que Pierre sonreía. No una sonrisa de burla, sino una de alivio.

—¿Enserio? ¿Seguimos siendo amigos, Anetta? —preguntó el chico, a lo que la morena se dio unos segundos antes de contestar.

—Claro que lo somos, no vamos a dejar de ser amigos solo porque besas mal. Además, no puedo culparte, si yo también tuviera todo esto enfrente, me aprovecharía… pero, como vuelvas a intentarlo, te corto el poco pene que tienes.

—¡Ah, ballena mía, tú siempre haciendo gala de tus modales silvestres! —rio Pierre de buena gana—, y a todo esto, ¿qué haces? Ya no hay trabajos por entregar, ya casi es la clausura —dijo, tomando el cuaderno de la chica.

—No es tarea —le explicó Anetta, recuperando su libreta y cerrándola—, es mi predicción astrológica anual, la estoy adelantando.

—¡Tú y tus creencias campesinas! —rio Pierre.

—No deberías burlarte de quién va a lavar tu ropa, pene chico.

—Okey, me retracto —aceptó Pierre—, pero deja de bromear con eso, es incómodo.

—Claro, la verdad no peca, pero incómoda.

—Oye, negra… —Pierre retrocedió unos pasos, ante la mirada furiosa de Anetta—, ¿qué?, ¿te incomodé?

—Bien jugado, flacucho.

—Ya enserio, ¿qué vas a hacer en vacaciones, después de la clausura?

—¿No es obvio? —respondió la joven, mientras la lavadora se quedaba en silencio, indicando que la ropa estaba lista para secarse—. Iré a Brya, para pasar las vacaciones con mi familia.

—Creí que eras de Namelí, por tu apellido.

—Mi padre lo es, mi madre es de Brya.

—¿Y pasarás allá todas las vacaciones?

—Sí, y cuando estas terminen, regresaré aquí con mi hermano, quien entrará a primero de preparatoria.

—Esta escuela tiene secundaria, porque no la hizo tu hermano aquí, como tú.

—Por dinero —respondió Anetta, incómoda, mientras pasaba la ropa húmeda a una sesta—, somos pobres, yo conseguí una beca para hacer la secundaria. Y aunque Santiago lo intentó, no la pudo conseguir hasta este año, para la prepa.

—Lo siento —respondió Pierre, incómodo.

—¿Por qué?

—Por nada, olvídalo.

—¿Tú, qué harás?

—Me iré a Karenka, a pasar las fiestas frías con mis padres, además de mi cumpleaños.

—¿Cuando cumples?

—En diciembre, el diecisiete.

—Te traeré un regalo de Brya —declaró Anetta con una sonrisa que le provocó escalofríos al chico.




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