Los Malcriados

Capítulo 70: Vuelo sin retorno

Al día siguiente, después de la clausura, los patios de la escuela se encontraban pletóricos de alumnos, en espera de que sus padres llegaran por ellos, para irse y no volver hasta el siguiente año. Vestidos con sus mejores prendas, Pierre y Julius esperaban cerca de la entrada. Por difícil que pareciera, las vacaciones habían comenzado, y por tres largos meses, no tendrían que saber ni de créditos, ni de tareas, compañeros o profesores, solo debían dedicarse a renovar fuerzas y disfrutar de un descanso, rodeados de los lujos que, según sus limitadas mentes, nunca debieron haber perdido.

—Ustedes son los hermanos de Gabriel —aseguró un chico alto y rubio, acercándose.

—¿Nos lo juras? —Fue la contestación de Julius, pese a su tono agresivo, si sonrisa denotaba que solo bromeaba.

—Yo soy su amigo Eddie —se presentó el rubio—, y el es Hisoka… —Ante la mención de su nombre, el karenkano salió de detrás de Eddie, el rubor en sus mejillas indicaba que estaba un poco incómodo con la situación.

—¿Qué quieren? —preguntó Pierre, sin intención de esconder su fastidio.

—Solo que le digas a Gabriel que lo extrañamos, y que queremos que vuelva el siguiente año.

Pierre levantó una ceja, mientras dirigía su escéptica mirada de Eddie hacia Hisoka.

—Lo mismo que dijo él. —Fueron las únicas palabras del karenkano, dándose la vuelta para retirarse—, vámonos Edd, mi papá no tarda en llegar.

—Yo no tengo prisa —respondió Eddie, mientras se iba tras Hisoka—, mi papá no va a venir por mí.

La mirada d Julius y Pierre siguieron a los chicos, mientras estos se dirigían al porche que daba a la salida del colegio.

—¿Qué pasará con los alumnos por los que no vienen? —preguntó Pierre a Julius, mientras hacía girar su anillo de plata, el cual podía verse a través de sus guantes de cuero sin dedos.

—Tal vez los echen a la calle —rio el hermano de Pierre.

—¡No seas baboso!, ¡no pueden hacer eso!… ¿o sí?

—¿Temes que no vengan por nosotros?

Antes de que Pierre contestara, la voz de Anetta se le adelantó.

—Hay algunos profesores que no salen y se quedan aquí, además de que se contrata un grupo de trabajadores que limpian la escuela a fondo y restauran las estructuras. Si algún alumno se queda aquí, seguirá recibiendo atención y comida, además de que su cama seguirá disponible, pero tendría unas vacaciones muy tristes y solitarias.

—Ballena mía, creí que ya no te vería —le dijo con jovialidad Pierre, mientras Anetta pasaba su brazo por los hombros de este.

—Tranquilo, te seguiré fregando el siguiente año —le aseguró la morena—, ¡¿y tú de qué te ríes, baboso?! —recriminó hacia Julius, quien los veía con burla.

—Yo solo veo y callo, gorda —respondió el trillizo.

—Mi mamá acaba de llegar, así que me voy, suerte a ambos —se despidió Anetta, dirigiéndose a la salida, con la insistente mirada de Pierre detrás de ella.

—Admítelo, esa gorda te gusta.

—No te lo compro, y ya no dejaré que me fastidies con lo mismo, ya me causaste muchos problemas con eso.

—Julius ya no causa problemas, no mientas —dijo en tono de broma Francis, acercándose a ellos.

—¡Pecas!

—¿No se te olvida el regalo? —preguntó Francis, señalando la maleta del trillizo.

—¡No seas pendejo, claro que no!

Los ojos de Francis estaban clavados en los de Julius, y por algunos segundos, sus bocas se dedicaron a sonreír soñadoramente, sin dejar salir ninguna palabra.

—¿Quieren privacidad? —preguntó Pierre, sonriendo con picardía.

—¿Quieres un diente roto? —le regresó Julius, levantando su puño.

—Ustedes no van a cambiar nunca, ¿o sí?

—¿Qué? ¿Estás recordando el primer día, cuando casi te arranco la oreja? —le preguntó Julius con burla.

—Ese mismo.

Un carraspeo incómodo hizo que los tres adolecentes se giraran hacia un hombre que los observaba con cara de molestia.

—¡Fermán! —soltó Pierre, aliviado—. ¡Te tardaste!

—Sí, tuve algunas cosas que hacer —respondió el abogado y amigo de la familia Leblanc—, de hecho, aun hay mucho que hacer, así que no perdamos tiempo, tomen sus maletas y síganme. —El hombre dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida.

—Hasta el año que viene, labios de fuego —le soltó Julius a Francis para irse corriendo hacia el porche de la escuela, sin dar tiempo a una respuesta.

—¿Por qué siempre corre? —preguntó para sí mismo Francis ofuscado. Por toda respuesta, Pierre solo se encogió de hombros y siguió a su hermano.

Tras unas palabras con el guardia de la entrada, y unos momentos en la abarrotada fila, Pierre y Julius se vieron fuera de la escuela. Después de nueve meses tras esas paredes, el mundo les parecía más grande y más soleado. Era como salir de la cárcel.

—Esta escuela se veía tan grande cuando llegamos —comentó Julius.

—Y ahora es tan pequeña —confesó Pierre, completando el pensamiento de su hermano.

Fermán los guió hasta una limusina pequeña, donde un chofer aguardaba, abriéndoles la puerta.

Mientras que el empleado subía las maletas al portaequipaje, Pierre, Julius y Fermán abordaban el vehículo, quedando los dos hermanos frente al abogado.

—Toma —le dijo Fermán a Pierre, extendiéndole una pequeña caja—. Ya tiene carga.

—¡Un celular! —gritó emocionado Pierre, abriendo la caja y extrayendo la pieza—, oye, ¿no había un modelo más reciente?

—Para lo que lo ocupas, este te servirá bien. Te lo manda tu padre, para que estés en contacto, durante el viaje, por cualquier cosa que pueda pasar.

—Bueno, ya me compraré uno mejor en Karenka.

—¿Para mí no hay nada? —preguntó Julius ofendido.

—No, solo hay uno, al fin que andarán juntos todo el tiempo, además, como dice Pierre, comprarán nuevos allá.

—Bueno, así sí —aceptó Julius, revolviéndose en su asiento.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Pierre, mientras se tomaba algunas fotos con el celular, para ponerlas de fondo de pantalla.




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