Los Malcriados

Capítulo 72: Tres tesoros entre las cenizas

Tan rápido como había tomado el brazo de Anzu, Pierre lo soltó de nuevo, sin atreverse a creer lo que había escuchado.

—¡¿De qué hablas?! —gritó Gabriel, interrumpiendo cualquier frase que fuera a salir de los labios de la mujer—. ¡¿De qué está hablando?! —exigió saber el trillizo hacia Pierre al tiempo que se revolvía el cabello, desesperado.

—¡Miente!... ¡Es una broma! —explicó Julius, con palabras que ni el mismo creía—. ¡Es una puta broma de Nicolás! ¡Es otra lección que quiere enseñarnos!... ¿verdad? ¿Verdad que si, Pierre? ¡El muy maldito está en la habitación de al lado, riéndose de nosotros! —Contrastando con el mensaje de sus palabras, el tono de voz de Julius era de ira e impotencia—… ¡El está ahí… con Minerva!… —El trillizo se puso de pie de forma brusca y corrió hasta una de las puertas, comenzando a aporrearla—. ¡No es divertido Nicolás! ¡Ya salgan!... ¡Tal vez hasta estén grabando!… —Julius se veía interrumpido por hipos ahogados, mientras que la vista se le nublaba a causa de las lágrimas—. ¡Salgan ya! ¡¿Qué no ven que nos están lastimando?!

Mientras tanto, Gabriel alternaba su vista entre sus hermanos, sin entender lo que ocurría y sin ganas de entenderlo. Creía que, mientras los segundos que se fingiera ignorante de lo que había escuchado, sus padres aun permanecerían vivos. Sin embargo, y sin que nadie se lo explicara, todo se iba aclarando en su mente, y la dolorosa verdad se fue revelando.

—¿Por eso nadie fue por nosotros al aeropuerto? —preguntó, dejando que el llanto comenzara a escurrir por su cara—, ¿por eso nadie contestaba el teléfono?... Porque están… mamá y papá están…

—¡Cállate! —le gritó Julius a su hermano—. ¡No te atrevas a decirlo!

Gabriel se llevó ambas manos a la boca, pero ni así logró callar sus quejidos, Julius, por su parte, ni siquiera lo intentaba, su llanto era ruidoso como el de un niño, y él solo cubría sus ojos con el antebrazo, humedeciendo su chamarra.

Pierre, sin embargo, seguía de pie, sin atreverse a reaccionar, mientras escrutaba con la mirada a la misteriosa mujer que les había dado la noticia.

—Explícate —pidió Pierre con voz temblorosa, mientras el nudo de su garganta comenzaba a crecer.

Entendiendo el momento por el que empezaban a pasar los chicos, Anzu suavizó su voz.

—Comprendan que esto no es fácil para nosotros, ya hemos dado el aviso a Celes, pero las cosas están lentas, y mientras tanto, algunos reporteros se han enterado de la noticia y esto no tarda en convertirse en un caos total…

—¡Con una  mierda, mujer imbécil! —le gritó Pierre, mientras su voz se quebraba a media frase, por el llanto—. ¡Eso nos vale un cuerno! ¡No te estamos pidiendo explicaciones sobre el presidente de Dildria, te estamos pidiendo que nos expliques que pasó con nuestros padres!

Entendiendo a que se refería Pierre, la mujer hizo un ademán con la mano, invitándolos a sentarse en el sillón.

Gabriel tomó a Julius por los hombros y lo guió hacia el mueble, sin que este destapara sus ojos, Pierre, por su lado, se negó a tomar asiento, se sentía clavado en el suelo y lo único que pudo hacer fue cruzarse de brazos.

—Sus papás llegaron aquí hace un par de semanas, y rentaron una cabaña en la que estarían con ustedes y un par de amigos…

—¿Qué amigos? —preguntó Gabriel, pero fue ignorado.

—Estaba todo en orden, aun no podemos explicarnos como… —Anzu se vio interrumpida por la mirada de Pierre, quien exigía silenciosamente que no indagara en detalles innecesarios.

La mujer, frustrada, sacó un nuevo cigarrillo que prendió casi de inmediato, y sin darse cuenta, les ofreció uno a los chicos en un movimiento mecánico, Pierre estuvo a punto de aceptar uno, decían que el cigarro calmaba los nervios, y los suyos estaban destrozados, quería llorar igual que sus hermanos, decir incoherencias y patalear como niño pequeño, pero no podía; Gabriel y Julius estaban derrotados y deshechos, dando pena en aquel sillón y él no podía darse ese lujo, o la fregada se los llevaría a los tres. Justo cuando estuvo a punto de tomar el cigarrillo, Anzu lo quitó de su alcance, recordando que solo eran niños, creyendo ser adultos.

—Hubo… hubo una fuga de gas —siguió Anzu—, la cabaña donde estaban sus padres se quemó.

Gabriel se puso de pie, al oír aquello, sus ojos denotaban la sorpresa y el terror.

—¿Mis papás… se quemaron?

Como única contestación, la mujer bajó la mirada, pero eso fue suficiente. Gabriel soltó un agudo chillido mientras se desplomaba de nuevo en el sofá, llevando su cabeza entre las rodillas e imaginando el sufrimiento de sus padres al morir quemados.

Pierre intentó hablar, pero Gabriel comenzó a llorar tan rudamente que lo volvió imposible. Julius, quien ya se había regresado a su lugar, recargó su mano en la espalda de su trillizo, pero se sentía incapaz de brindar más consuelo que eso, después de todo, él se sentía igual o peor.

—Los dejaré un momento, para que hablen entre ustedes y se tranquilicen —anunció Anzu, saliendo de la habitación y sin dar tiempo a que los chicos contestaran.

Hasta ese momento, Pierre comenzó a respirar violentamente, mientras el llanto que pugnaba por salir, encontraba camino a través de sus mejillas. El chico vio con rencor como Julius abrazaba a Gabriel  y se sintió tan solo y apartado de sus hermanos, ¿no se daban cuenta que también eran sus padres? ¿Qué él también necesitaba consuelo y ser abrazado? Pierre sintió odiar a sus hermanos en ese momento, porque, claro, siempre había sido más sencillo convertir la tristeza y el miedo en odio. La tristeza te entorpece, el miedo te debilita, pero el odio, ¡el odio te impulsa!

Pierre estaba tan distraído con sus reflexiones, que no se dio cuenta en qué momento Julius y Gabriel se habían puesto de pie, caminando hasta él y dejándolo en medio de un asfixiante abrazo.

Esto no hizo sino incrementar el llanto de Pierre, quien, desarmado y vulnerable, se dejó caer de rodillas, junto a sus hermanos, y estirando sus brazos para unirse a aquel gesto. Los tres hermanos Leblanc lloraron cerca de media hora en aquel suelo, sintiéndose solos y desamparados, y entendiendo que solo se tenían ellos en el mundo, a partir de ese momento.




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