—¡¿Cecil Cerretti?! —respondieron los tres chicos con voz en cuello.
—¡Esto no tiene sentido! —gritó Gabriel sintiéndose, de alguna forma, traicionado.
—Si lo tiene. ¡Tiene mucho sentido! —soltó Pierre, dirigiéndose hacia su maleta, la cual seguía en una esquina, junto a las de sus hermanos.
—¿A dónde vas? —preguntó Anzu consternada.
—¡Nos vamos!
—Pierre...
—¡Nos vamos los tres, ahora! —gritó el trillizo. Confundidos, pero solidarios, Julius y Gabriel también tomaron sus maletas.
—No se vayan, vamos a llevarlos a Shaobo, a la embajada.
—¡No es necesario! —le gritó Pierre—, por si no lo has notado, no he soltado el teléfono desde que llegamos aquí, ya moví mis contactos y nos regresamos esta misma noche a Namelí. ¡Debemos estar en el aeropuerto en unos minutos o perderemos el vuelo!
—Entonces, los llevaré al aeropuerto —concedió Anzu—, aunque creo que lo más conveniente…
—¡No nos importa lo que creas! —rugió Pierre de la forma más grosera que pudo, mientras limpiaba con furia sus lágrimas—. ¡Queremos irnos, ya!
Julius sacó una tarjeta de su bolsillo y se la entregó a la mujer—, llamen a este taxi, el nos llevará al aeropuerto.
Sin saber cómo proceder, pero entendiendo que lo mejor para los chicos era irse a su continente con su gente, Anzu llamó al taxista, minutos después, la mujer le daba indicaciones al chofer y pagaba por adelantado el viaje. Anzu se acercó una última vez a Pierre, antes de que este subiera, momento que aprovechó Gabriel para ganar el asiento delantero.
—No sé si es lo correcto, pero supongo que tampoco es tan malo —le dijo la mujer a Pierre—. Las autoridades de Namelí y de Karenka harán lo correspondiente, ustedes dedíquense a sanar sus heridas. —Tras decir esto, puso un pequeño sacó de tela en la mano del trillizo.
—¿Qué es esto?
—Es un amuleto, para la buena suerte —explicó Anzu—… ¡Si tan solo nos hubiéramos conocido en otras circunstancias! —suspiró Anzu, antes de darle un beso muy cerca de la comisura de la boca.
Pierre enrojeció ante aquella exclamación, y solo atinó a agradecer con un movimiento de cabeza. Después abordó el taxi junto a Julius, y dio una señal al taxista para que arrancara.
Al ver de quienes se trataba, el obeso taxista comenzó a platicar animadamente, pero, ahora más que nunca los trillizos lo ignoraban.
Las manos temblorosas de Gabriel iban embutidas en los bolsillos de su pantalón, la posición era incómoda, pero ayudaba a mantenerse caliente. Inconscientemente, el chico jugaba con la llave encontrada, «Está chueca», pensó, «Habrá sido por el calor», sus reflexiones se cortaron ante una pregunta esperanzadora:
—¿A quién contactaste para poder regresar a Dildria? —preguntó el trillizo a su hermano.
—¡A nadie, idiota! ¡No vamos a regresar a Namelí!… no hoy, al menos.
—Pero tú dijiste…
—¡Se lo que dije! —le gritó Pierre, pateando el asiento de Gabriel, mientras insistía con su teléfono sobre el número de Fermán.
Entendiendo lo que pasaba Julius se hundió en su asiento. El viaje fue incómodo y silencioso por parte de los trillizos, pero esto no desanimó al taxista quien platicaba alegremente. Sin embargo, cada joven iba inmerso en sus dolorosos recuerdos.
…
Después de varios minutos, los chicos se encontraban de nuevo en el estacionamiento del aeropuerto, donde esperaron a que el taxista se fuera, para poder hablar libremente.
—¿Vamos a entrar? —preguntó Gabriel—, está haciendo frio.
—No. Vamos a la calle —ordenó secamente Pierre, caminando en dirección contraria de la que señalaba el dedo entumido del trillizo.
—¿Qué está ocurriendo? —exigió saber Gabriel—. Anzu nos iba a mandar hasta el municipio de Shaobo, a la embajada, para que recibiéramos ayuda de Namelí y tú la rechazaste, ¿por qué, hermano?
—¿Aun no lo entienden?
—Yo sí, pero explícalo tú —le dijo Julius, mientras comenzaban a caminar junto a sus hermanos, por las frías calles de Lintai.
—Fermán es el apoderado de papá —explicó Pierre, es el que va a manejar el dinero hasta que cumplamos con el testamento, o el que va a decidir qué hacer con él, en caso de que no lo cumplamos.
—¡Y Cecil es su esposa! —soltó Gabriel entendiendo todo—. ¡Por eso sus intentos de sacarnos del colegio! ¡Por eso nos trataba así!... ¡Por eso los mató! ¡Pierre, Cecil mató a nuestros padres!
—Así es. Si Cecil nos sacaba del colegio, el dinero pasaría a manos de su esposo —complementó Julius con amargura.
—Pero, para lograr eso —interrumpió Gabriel—, papá ya debía estar muerto para cuando nos saliéramos, ¿qué no?
—Eso significa que Cecil planeó la muerte de papá desde mucho antes, y esta fue la oportunidad perfecta…
—No me lo creo, Fermán era amigo de papá... y Cecil, sé que es mala, pero… ¿matar a nuestro padre… por dinero?—soltó Gabriel, sintiendo que las lágrimas volvían a correr por su rostro.
—El dinero mueve al mundo, Gaby —dijo Pierre resentido, mientras volvía a llamar por su celular—. Lo que no termino de entender es porque nadie nos dijo que Cecil era la esposa de ese abogado de cuarta. ¿Por qué papá y mamá lo ocultaron?
Julius bufó molesto ante esta interrogante.
La luna se escondía tras gruesas nubes negras, cuando los chicos llegaron a un solitario parque. El frio era demasiado, los pies y las manos les dolían horrores y no podían evitar tiritar. Los trillizos se sentaron en una banca fría de piedra, donde un árbol seco los resguardaba del aire, pero el frio era agresivo y aumentaba conforme avanzaba la noche.
—V-vamos a morir congelados si no hacemos algo —gimió Gabriel, sin poder controlar sus temblores. Al verlo así, Julius lo rodeó con sus brazos, para resguardarlo un poco, aunque el temblaba igual.
Pierre sintió miedo cuando, al intentar marcar de nuevo, se dio cuenta de que le era imposible atinarle a los botones del teléfono, su mano temblaba demasiado, por lo que decidió guardar el aparato, entendiendo que la lucha era inútil, y al hacerlo, sintió el suave tacto del saco de terciopelo que le había dado Anzu.
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Editado: 09.01.2021