En el momento en que aparecieron los mellizos Quintana, todos los chicos dejaron de hacer sus actividades para voltearlos a ver. Eran muy atractivos y el hecho de que fueran unos apáticos en vez de quitarles cierto grado de belleza, la acentuaba más: elegantes, inteligentes y con cara de odiar a todo el mundo.
En cierta forma eran una especie de sueño dorado para la mayoría de los alumnos, aunque rara vez se podían acercar a ellos. Erick, el mayor de ambos por solo unos minutos, era un chico alto, con nariz recta, con músculos marcados y aspecto varonil, además tenía el cabello negro y los ojos verdes, lo que hacía que cada vez que lo vieran sus compañeras de curso se pusieran como unas púberes hormonadas.
La chica, cuyo nombre era Eva, contaba con una estatura más baja que su hermano, de nariz más pequeña y respingada, y ojos café oscuro pero aun así bastante hipnóticos, lo que hacía que los chicos se perdieran en su mirada cada vez que la veían a los ojos —lo que ocurría muy pocas veces, pues ella trataba de evitar a todo el mundo durante todo el tiempo—. No conformes con eso, sus progenitores eran millonarios. Su madre era una ejecutiva importante en una empresa de diseño de modas y su padre trabajaba como político en uno de los partidos más importantes de la ciudad. En fin, chicos influyentes con la suficiente dignidad para ya no ser hipócritas y decirles a todos que los odiaban.
En cuanto terminaron de pasar, sus compañeros dejaron de verlos para regresar a sus actividades normales. A lo lejos, un chico delgado, de lentes y cabello castaño, suspiró con anhelo. Él estaba enamorado de Eva desde hacía mucho tiempo. Muchísimo, en realidad, casi desde que iban en jardín de niños, pero ella había sido muy popular para notarlo, y cuando se salió del equipo de animadoras y demostró su verdadera personalidad, fue lo suficientemente áspera como para alejar a todo el que tratara de acercarse.
—Reacciona, Carlos —comentó su mejor amigo. Su nombre era Jaime Navarro y era un chico moreno de cabello muy rizado.
—Sí, Carlos. —Concordó su mejor amiga, que se llamaba Silvia Márquez. Era una joven bonita y rubia, era una lástima que no fuera consideraba atractiva para los chicos porque estaba un poco subida de peso; aun así su actitud cariñosa hacía que le cayera bien a casi todos los que la conocían.
—Pff, lo sé, pero no puedo evitar quedarme como estúpido cada vez que Eva pasa —dijo con pesadez—. Este es el último año; me gustaría intentar hablarle pero no me atrevo.
—Te va a rechazar. —Jaime se encogió de hombros.
En vez de enojarse, Carlos asintió.
—Lo sé.
—Pero existe la posibilidad de que no lo haga, no lo sabrás si no lo intentas —murmuró Jaime para no ser tan mal amigo—. No seas cobarde y haz tu lucha.
—Mmm... ¿Tú qué opinas, Silvia?
Silvia le sonrió intentando no demostrar que le afectaba escuchar todo el asunto, pues ella estaba enamorada de Carlos y se afligía en su interior al escuchar que él siempre mencionaba a Eva para todo.
—Emm...
En ese momento la chica vio que Víctor Rojas se acercaba con su grupo de amigos y, por primera vez en su vida, se alegró por ello. Para mala suerte de Carlos, lo habían escuchado. Víctor era un chico alto, guapo, de cabello rubio y rizado, con ojos azules y de contextura atlética.
—Carlitos, Carlitos —murmuró el rubio como si no tuviera remedio, acercándose a él y rodeando su hombro con su musculoso brazo—, ya sé que Eva está muy guapa y lo que tú quieras pero es una chica que no está a tu alcance, ¿qué te hace creer que se fijaría en ti? —Se burló. Sus amigos rieron con él—. Vamos, no seas tan optimista, si ya no se fija en mí mucho menos lo hará en ti —dijo con obviedad—. Pero como sea, no vengo a hablar de ella...
—¿Qué quieres? —Frunció el ceño—. Ve al grano.
—¿Me prestas tu libreta de matemáticas? —Preguntó con simpleza—. Tú eres muy buen compañero, y en verdad necesito pasar la materia. Lo único que quiero es verificar las respuestas de la tarea contigo.
Carlos rodó los ojos y buscó la libreta de matemáticas en su mochila. Segundos después se la pasó a Víctor.
—No son necesarias las mentiras ni falsas adulaciones —masculló—. Solo devuélvemela antes de la clase.
—Gracias, Carlos. —Alzó el pulgar—. Te debo una.
—No una, como cien —masculló, pero Víctor tenía buen oído y alcanzó a escucharlo.
—Sí, se van acumulando, algún día te la cobrarás —sonrió con ironía y se alejó mientras revisaba la libreta con sus amigos.
Una vez que se alejaron por completo, Silvia se atrevió a hablar.
—Carlos, ya no les pases la tarea, el profesor Ramón está sospechando de que últimamente todo el equipo de básquetbol entrega la tarea sin ningún error.
—Eso sí —concordó Jaime—, recuerda que amenazó con bajar un punto a la persona que les pasa la tarea cuando se entere quién es.
—Bah, no importa. —El castaño se encogió de hombros—. Total, ya pasé la materia.
—Parece que el único objetivo de Carlos para este último año no es llevarse el diploma del primer lugar, sino conseguir hablar con Eva —dijo Jaime entre seriedad y burla, dándole un codazo de complicidad a Silvia, la cual se limitó a sonreír sin ganas para demostrarle a Carlos que siempre sería su amiga incondicional.