Los primeros días que llevaba saliendo con Eva, Carlos se sentía como en un sueño. Pasaban todos los recesos juntos y después de clases iban al cine o alguna cafetería. Incluso ese fin de semana se quedaron de ver en el parque. Caminaron por allí, viendo a los niños, perros y ciclistas pasar junto a ellos; en un momento decidieron sentarse en una banca. Ahí Carlos sacó su celular y se tomó una foto con ella. Ambos salían sonriendo. Una vez que la vio, se la mandó a la chica.
—Nos vemos bien —aprobó ella. Aunque generalmente usaba maquillaje más oscuro, esa vez decidió usar tonos más frescos.
—Eva, la paso muy bien contigo. —Él admitió de repente.
Ella le sonrió.
—Y yo contigo, Carlos, además eres una persona sincera. Cómo no nos habíamos conocido antes…
—Bueno, en realidad fuimos compañeros en el kínder y en la primaria —aceptó él.
—¿Ah, sí? —Ella lo miró sorprendida.
—Sí. Y en el bachillerato nos volvimos a encontrar. —Recordó que, cuando la vio entrando por los pasillos de la preparatoria, le pareció más hermosa que antes y su enamoramiento por ella se volvió más fuerte que el de su infancia.
—¡No te creo! —Exclamó.
—Es verdad, pero tú siempre fuiste muy popular para notarme; incluso desde niños.
—Ay, Carlos, lo siento, en verdad, no fue mi intención ignorarte —murmuró ella apenada.
—Está bien, no fue tu culpa no notarme —se rio.
—Pero aún me sorprende que hayamos ido en la misma escuela cuando éramos niños —comentó la chica.
—Sí, ya ves.
Él, a diferencia de sus compañeros, no era de mucho dinero. No es que fuera pobre, pero tampoco era rico. Vivía bien, pero no se daba ciertos lujos que algunos de sus compañeros sí. Cuando iba en jardín de niños su madre, por ser trabajadora de la institución, recibió un descuento para poder meter a su hijo al mejor kínder y primaria de la ciudad. Posteriormente, en secundaria y preparatoria, él se apuró estudiar para conseguir una beca muy buena que lo apoyara con sus estudios.
—Carlos, tú me has enseñado mucho —dijo Eva de repente—, pero ahora me toca a mí enseñarte.
El chico se puso colorado al sentir los brazos de ella alrededor de su cuello.
—E-Eva…
—Shhh —le susurró—. Te enseñaré a besar. Te hace falta experiencia —dijo pícara.
Su mente se puso en blanco y comenzó a balbucear cosas sin sentido.
—Pe-pero… ¿be-besar? ¿Para qué? Digo, no es que no quiera pe-pero aquí hay mucha gente…
—No seremos los primeros ni los últimos en besarnos en un parque —dijo ella con ironía mientras le quitaba los lentes.
—No pero…
Calló cuando la chica posó sus labios sobre los de él. Cerró los ojos y se dedicó a disfrutar de las sensaciones placenteras que lo recorrían. A diferencia de otras veces, no se quitó pronto, sino que profundizó el beso. Después de un rato de seguir explorando su boca, se alejó de él. Eva rio un poco cuando vio el rostro sorprendido y enrojecido de su novio.
—Vas bien. Te falta práctica.
Él no le pudo contestar. Aún seguía con los nervios de punta y las mariposas en el estómago. Cuando por fin se recuperó, se dirigió a ella.
—Eva, siento parecer un estúpido, pero… Bueno, nunca había besado a nadie antes que a ti, así que…
—No te preocupes. Hay que seguir practicando, ¿te parece?
—Sí —dijo con las mejillas arreboladas.
***
Cuando Carlos llegó a su casa, se sentía como si estuviera flotando en las nubes con un montón de unicornios volando a su lado. Sí, estaba idiotizado. Su madre le dijo que arreglara el garaje, así que se dirigió allí pero en vez de limpiar, se sentó en una caja y comenzó a pensar en lo sucedido. Recordó los labios de la chica sobre los suyos y sintió las mejillas calientes. En un momento, la voz de Miguel interrumpió sus pensamientos.
—Oye, dice mi mamá que por qué te tardas tanto… —Cuando vio que no había hecho nada, frunció el entrecejo—. ¡No hiciste nada! —Reclamó.
Carlos salió de su ensueño y miró a su hermano apenado.
—Mi mamá se va a enojar.
—¡No le digas! Ya me apuro…
—La condición era que saldrías en la mañana pero ahorita tenías que arreglar esto.
—Es que me quedé pensando en… cosas.
—¿Qué cosas? —Le preguntó Miguel.
—Bueno. ¿Recuerdas a Eva?
—La chica que me vio en ropa interior, ¿verdad? —Su hermano asintió con la cabeza—. ¿Esa qué?
—Ya es mi novia.
—No te creo —se burló su hermano.
—Pues no me creas.
Su hermano lo miró unos segundos a los ojos.
—¿En serio es tu novia? —Preguntó sorprendido—. Vaya, parece que eso de ayudarlas a estudiar sí funciona. Usaré tu técnica, hermanito.