Los mellizos Quintana

Capítulo 17.

En la mañana, Eva no despertó tan temprano como acostumbraba. Al principio se sintió un poco desorientada pero después recordó lo que había pasado el día anterior. Se había quedado en la habitación de Víctor; al principio se negó, diciendo que iba a estar bien en el cuarto de huéspedes, pero el rubio insistió tanto que no le quedó de otra más que aceptar.

—La habitación de huéspedes es muy fría —mencionó—. Mejor quédate en la mía.

—No, ¿cómo crees?

—Vamos, además no está tan sucia.

—No es por eso, yo…

—Si no es por eso entonces quédate allí.

Recordó que en un momento de la madrugada, le pareció ver a la mamá de Víctor entrar a la habitación, pero no prestó mucha atención y se volvió a dormir. Lo que pasó fue que Mildred, no estando muy a gusto con la situación de que hubiera una chica que no fuera de su familia en su casa, se levantó en medio de la noche para revisar que Víctor no se hubiera colado a su habitación con la chica. Primero revisó el cuarto de huéspedes y vio a su hijo profundamente dormido. Más entrada la madrugada abrió con cuidado la puerta de la habitación y vio que Eva estaba sola; la chica se volteó y entreabrió un poco los ojos, pero Mildred cerró la puerta con cuidado y volvió a dormirse en seguida.

Después de recordar vagamente esa situación, volteó hacia el buró del chico y vio una foto de ambos. Ella tenía puesto su uniforme de porrista y él el del equipo. Sin darse cuenta sonrió, recordando esos momentos. A veces, aunque no se lo dijera a nadie, extrañaba esa época, donde su única preocupación era que las rutinas no salieran bien. De repente escuchó que alguien tocaba la puerta.

—Adelante.

En ese momento entró Víctor cargando una bandeja llena de comida. Cuando pasó totalmente la puerta se cerró tras él.

—Te traje el desayuno.

Ella rio un poco.

—Vaya, eres…

—¿Qué? —La interrumpió—. ¿Increíble? ¿Asombroso? ¿Maravilloso?

Eva rodó los ojos, pero a diferencia de otras veces no estaba molesta.

—Algo así.

Él puso la bandeja en el buró al lado de la cama, haciendo a un lado las demás cosas, y la miró con atención.

—Te ves adorable —le comentó, haciendo que la chica se ruborizara.

—Sí, bueno, esto que me prestó tu mamá es adorable. —Señaló el camisón rosa con lunares blancos que tenía puesto—. Tu pijama también es adorable. —Apuntó a la camisa blanca y el pantalón negro de dormir del muchacho.

—Tú lo eres más.

—Ya.

Víctor no pudo aguantarse y soltó una carcajada. Desde que salían juntos le divertía avergonzarla de esa manera.

—Deja de reírte, ¿quieres morir? —Dijo con tono serio.

—No te enojes —dijo haciendo un esfuerzo para no reír más—. Mi princesita amargada.

—Te vas a ganar un madrazo bien merecido. —Frunció el ceño.

El rubio se acercó a ella y acarició su mejilla con ternura. Eva se quedó inmóvil. Una parte de ella quería que se alejara pero otra quería que la besara… En realidad quería que la besara más que otra cosa. Él pareció leerle la mente, así que tomó su barbilla y se inclinó. Sus labios estaban a escasos centímetros pero la parte racional de ella tomó el control y se hizo para atrás. Víctor también se alejó.

—Lo siento.

—No hay problema. —Miró hacia otro lado—. No eres tú.

—¿Entonces?

—No tiene ni una semana que terminé con el imbécil de Carlos —recordó.

—En realidad me parece que exactamente fue hace una semana.

—Bueno, tú me entiendes. —Se cruzó de brazos.

—¿Qué? ¿No quieres que anden diciendo que sí andabas con él para darme celos?

—No es eso.

—¿Ah, no? ¿Y qué es?

—Es…

—¿Qué? —La miró con tristeza.

Eva se maldijo a sí misma al notar esa expresión en él. «No seas una maldita desgraciada» pensó, «él no tiene la culpa de nada, ya te demostró que siempre te ha querido y tú de imbécil alejándolo… ¿Y si Ariana tiene razón y se cansa de ti?». En ese momento, en una acción precipitada, lo tomó del cuello de su camisa y lo acercó a ella, haciendo que sus labios se juntaran. Víctor no perdió el tiempo y volvió más apasionado el beso, el cual ella correspondió sin dudarlo. Había mucho deseo reprimido por parte de ambos, así que se dedicaron a sentir las sensaciones placenteras que los envolvían mientras sus lenguas bailaban juntas. El chico se subió a la cama y quedó encima de ella, recargándose en sus brazos para no aplastarla con su peso. Se alejaron un poco, solo para tomar aire, y el chico bajó hasta su cuello para llenarlo de besos. Eva jadeó un poco, no había comparación con lo que le hacía sentir Víctor a lo que sentía con otros chicos. Antes de él tuvo dos novios, pero a lo más que llegaron fue a darse besos de piquito. Con Carlos, si bien habían llegado al beso francés, no se igualaba con lo que sentía en ese momento, no percibía esa electricidad recorriendo su cuerpo. No supieron a qué punto hubiesen llegado porque en ese momento escucharon que tocaban la puerta.




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