Los mellizos Quintana

Capítulo 21.

Cuando Ximena llegó a su casa, saludó a sus padres y, excusándose de que tenía mucha tarea, se fue a encerrar a su habitación. En vez de hacer sus pendientes, se quedó pensando en Víctor. Se conocían de toda la vida. No sabía cuándo fue que empezó a enamorarse de él, pero siempre había preferido su compañía a la de otras personas. Cuando eran niños y sus padres hacían una fiesta o reunión, ella prefería corretear en la tierra con el rubio que jugar con sus primas a las muñecas. Siempre estuvieron el uno para el otro. Cuando Ximena estaba triste, Víctor le ofrecía su hombro para que se desahogara, y cuando él no se sentía bien, Ximena se quedaba a su lado hasta que mejorara.

Cuando tenía aproximadamente trece años, Ximena reconoció sus sentimientos. Tenía la ilusión de que su mejor amigo se enamorara de ella para vivir un romance de película, pero sus quimeras fueron desvanecidas una tarde en que Víctor le dijo que había conseguido novia.

—¿Qué crees, Ximena? —Había dicho—. Tengo novia… —La chica lo miró fijamente con una expresión de pasmo—. No pongas esa cara, no estoy mintiendo —rio al no comprender sus sentimientos—. Es una niña que va en mi escuela, se llama Cristina.

—Ah, qué bien —dijo tratando con todas sus fuerzas de no ponerse a llorar frente a él. Cambió de tema con rapidez y, al ver que su amiga no le dio importancia, Víctor no volvió a hablar de ello.

Esa tarde, la chica se esforzó para no demostrar su malestar, pero en cuanto se fue su amigo, se encerró en su habitación y lloró hasta quedarse dormida. De cualquier manera, sus esperanzas volvieron al percatarse que Víctor seguía prefiriendo su compañía a la de cualquier otra chica. Se divertía y salía más con ella que con la tal Cristina.

Un viernes después del colegio, mientras sus padres se juntaron para platicar y las gemelas jugaban en el patio, Víctor se acercó a Ximena. La chica lo notó un poco extraño y sospechó que tenía que ver con Cristina. Él rara vez hablaba de su novia, casi siempre platicaban de cosas «más divertidas», como decía la castaña, pero no aguantó la curiosidad y tuvo que preguntarle qué pasaba.

—Oye, ¿todo bien? Te noto extraño.

—Ah —sonrió—. No es nada.

—Víctor… —Entrecerró los ojos—. No me hagas usar el método de tortura más cruel para sacarte información. —El chico soltó una carcajada.

—Que no es nada.

—Te conozco, no mientas.

—Ximena. —La miró a los ojos—. No pasa nada.

—Bien… —Se acercó a él con paso lento—. Tú lo pediste. —En seguida se acercó para hacerle cosquillas. Él comenzó a carcajearse.

—Ba-basta —dijo entre risas.

—¡Noooo! —Siguió con su labor, hasta que él decidió hablar.

—Bueno, ya, te cuento, pero déjame… —dijo alejándose un poco.

Ella dejó de hacerle cosquillas y sonrió.

—¿Qué esperas?

—Terminé con Cristina.

Ximena no pudo evitar sonreír levemente, pero en seguida puso una expresión seria.

—¿Y eso?

—Ella es muy celosa. —Hizo una mueca—. Dice que paso mucho tiempo contigo y me hizo escoger entre ella o tú. Obviamente te escogí a ti. —La miró sonriendo.

Ximena se lanzó en sus brazos y lo apretujó con fuerza.

—¡Gracias, gracias, gracias! ¡Por eso eres el mejor!

—No tienes que agradecer. —Le devolvió el abrazo—. Eres muy importante para mí. Ninguna novia que tenga me hará separarme de ti.

—¿Lo prometes? —Se alejó de él y lo miró a los ojos. En seguida extendió su mano.

—Lo prometo —respondió chocando los cinco con ella.

Con esa promesa, Ximena se sintió más segura. Para Víctor no fue difícil mantenerla durante algún tiempo. Siempre que conseguía novia, lo terminaban dejando por los celos hacia su mejor amiga.

«Todo estaba bien, hasta que apareció la señorita perfecta Eva Quintana» pensó Ximena mirando una foto que tenía con él cuando tenían siete años. Ambos estaban sonriendo. Ella no tenía un diente de enfrente y él estaba raspado de la rodilla. Aun así estaban felices de poder jugar juntos, de tenerse el uno al otro. «¡Qué época tan feliz! Ojalá todo fuera como antes» caviló sonriendo con tristeza.

Recordó la felicidad que sintió cuando el rubio le dijo que iba a ir en su misma escuela para el bachillerato. Tenía la impresión de que pasar más tiempo juntos iba a hacer que él se diera cuenta de sus sentimientos hacia ella.

—¡Te va a encantar estar en mi escuela! —Exclamó—. Te voy a presentar a mi mejor amiga Ariana, ella es súper, de seguro te caerá muy bien.

—Me imagino. —Se encogió de hombros.

—Pero ni se te ocurra coquetear con ella —advirtió—. Ella no es como las chicas con las que sales.

—No sabía que tenía un «tipo de chica» establecido. — Recargó su barbilla en su mano.

—No, tontito —rio—. Me refiero a que ella es mi amiga y está prohibida para ti.

—Entiendo, no te preocupes. —Le restó importancia agitando su otra mano.




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