Capítulo V
La Casa de Kaura
Kasap, divagaba en los recuerdos de sus días en la comarca, inspirado por la vista desde lo más alto de la copa del wunu, dentro de una cómoda recinto del uno entre millares de árboles de la selva del planeta Gliese. Por los cristales de la ventana observó el despertar del océano y la injerencia de las primeras luces del amanecer calentando las orillas de un mar rojo y en otras partes más profundas, oscurecía sus tonalidades con destellos purpuras. La espuma de las mareas bordeaba, majestuosa la costa dejando una finísima bruma de color sangre en los pies de los altos peñascos que custodiaban las innumerables entradas de las casas del reino de los Sulcavis. En uno de estos monumentales islotes, en su cima, se levantaba un antiguo monasterio, donde jugaba cuando infante, con su amigo Tori. Kasap cerró los ojos por un momento, para imaginarse escuchar a través de las pequeñas entradas de las paredes verticales, los melodiosos sonidos del canto de sus habitantes evocando la ceremonia inicial de la jornada. El exiliado Sulcavis con su prodigiosa memoria recorrió los recuerdos de su amigo Tori, su presencia solemne. La altivez de sus ademanes al hablar con presunción de sus plumajes de colores grises, verdes y rojos; así como la alegría que le caracterizaba al preparase para iniciar los primeros vuelos del día por la costa, en busca de una criatura diferente a él para que le permitiera poner en práctica su nuevo conocimiento en entender el lenguaje de las especies. Su amigo Tori era feliz al estudiar el lenguaje, a pesar de, temerle a las represarías del Concejo Superior de la Sulcavis vivía agradecido con su noble amigo Kasap por las enseñanzas que un día, en la clandestinidad, le había revelado como uno de los mayores secretos. Tori aceptó el reto de aprender, al comienzo escéptico y preocupado, pero después, al estudiar con esmeradas diligencias, aprendió lo suficiente para comunicarse con las especies de otros reinos.
Kasap, también, recordó las palabras de su padre quien, al enterarse de su exilio, le animó:
—Lo que haces es digno de tu espíritu loable. Estoy orgulloso de la transparencia de tu alma, de las buenas intenciones de tu corazón. Es posible que ahora te juzguen, pero más tarde te comprenderán.
—Tengo muchos contradictores, padre.
—No importa que te señalen por pensar diferente, en el fondo ellos desearían tener la valentía con la que has tomado tu propio camino.
—Qué diría mi madre ante esta situación—, se preguntó Kasap.
—Ella estaría orgullosa de ti. Cuando apenas cumpliste los diez años decidimos llevarte a vivir con los Sciurus porque teníamos fe en tu espíritu. Aunque tú no querías, te negabas a abandonar nuestra gente y finalmente encontraste tu prodigioso don en otro reino.
—Si, pero mama murió en ese wunu—, se culpó él.
—Hijo, no te culpes por las circunstancia del pasado, en esta vida todo tiene su precio. Y es necesario, a veces, dar la vida por los demás. Tu madre te amara por siempre.
—Será difícil para mí irme a tierras lejanas—, le decía Kasap un día antes de partir del exilio y el corazón se le inundó de tristeza.
—Es necesario partir y dejar a tras nuestras vidas simples. Cada viaje es una enseñanza y una recompensa a nuestro propósito de vida. Tus contradictores te hacen un favor, al sepárate de nuestro lado.
El padre, anciano, entendía que se había llegado a la madurez su hijo. Y con ello, la responsabilidad de su don, lo que para las demás Sulcavis era imposible entender. Así que con pasos taciturnos fue hasta su hijo, le abrazó y continuó diciéndole:—Hijo tienes un propósito; somos reparadores del tejido social, así que ve, no te detengas, enseña, también aprende de los demás y, sobre todo: ¡Vive!
El joven Sulcavis miró a su padre; tenía el cuerpo levemente encorvado por los años, un rostro surcado de pequeñas franjas de plumas grises, las cejas coposas y blancas. La cabellera emplumada que formaba risos en parte de la cabeza; a pesar de su edad aun poseía el vigor de dos alas que le dificultaban al levantarlas, pero, siempre las aleteaba en las mañanas para tomar el calor del sol sobre el océano. El acto matutino le hacía sentirse libre, le motivaba a no olvidar sus días de juventud. A veces, caminaba por los laberintos de los acantilados para visitar a sus amigos y contarles las abundantes historias de sus aventuras cuando joven, que para ellos, era un entretenimiento sano que escuchaban atentos. Su padre había mejorado su salud desde el momento que su hijo le explicó el motivo de los decesos en la población Sulcavis. Los vertederos de aguas provenientes de las montañas de Borunka habían causado la muerte de gran parte de su reino. La contaminación había envenenado la sangre de las Sulcavis y el padre atento tomó nota del incidente lo que permitió que cientos de Sulcavis no enfermaran. Kasap lo había averiguado por su conocimiento en el entendimiento de otras lenguas gramaticales del planeta Gliese. Un rumor de otras especies, luego, confirmó con otros reinos que existía un personaje sinestro, el Caballero Oscuro, en las montañas de Borunka, cuya ambición desmedida por recuperar los tesoros de su gente vertía veneno en las aguas de los ríos para recuperar sus tesoros y enriquecerse con la desgracia de otros reinos. Pero fue sin dudas, gracias a esa información, que le había salvado la vida a su pueblo.