Capítulo VII
El Perdón y la Reconciliación Consigo Mismo
Kasap e Irama llevaban días hospedadas en el Akron del árbol. La Joven Kaura les había permitido quedarse, no solo por su recuperación sino por la agradable compañía de las Sulcavis que, con sus modales afectuosos, rápidamente venció la reserva de la joven Sciurus. Por ello, hizo arreglos internos en la casa y adecuó una cómoda habitación para la estadía de los recién llegados, la voluntariosa Kaura, trajo dos enormes tubos de cristas con un líquido poblado de unas algas de color verdoso que en la penumbra emitía una bella luz, sin dudas, la lámpara le daba un toque sobrio a la habitación. También, colocó dos camas separadas de madera con una pequeña mesita en medio donde se podía leer cómodamente, pues, Kasap, se había mostrado interesado en estudiar algunas tablas criptográficas de colección de su difunto padre, que a Kaura se las habían obsequiado los amigos del General . Eran estudio que trataba de la «Permeabilidad de las Dimensiones Físicas». Un tratado de la física del planeta Gliese que el General defendía como una solución a los viajes del universo a través de los puentes interestelares de la física del espacio—tiempo. Sus amigos y colegas se mostraban escépticos ante descabelladas teorías y el compendio de veinticinco tablas, escritas en el idioma Sciurus, le fue entregado a su hija para que fuesen incinerados. Ella, por tratarse de los estudios de su padre, prefirió guárdalos en la biblioteca de su casa. Kaura, ante el interés de Kasap, terminó dejándoselo en su habitación para que los estudiara. El estudioso Sulcavis maravillado por asombrosa teoría se le notaba el rostro iluminado por una curiosa alegría cada vez que se sumergía en las interminables lecturas y pesquisas de tan interesantes escritos. Su asombro era tal que una mañana, antes de salir a vigilar los alrededores Kasap sacó su rostro de una de las tablas y le comentó a su amiga Kaura:
—Y si te dijera que tu padre tiene en estos manuscritos los estudios de una comunicación a larga distancia para este fin se utilizarían los capilares internos de los árboles. En estas pequeñas cavidades existe un material mineral…
—¿Cómo lograr semejante cosa descabellada?—, interrumpió ella con su rostro un tanto serio, más del de costumbre.
—Pues, eso era lo que defendía tu padre en estos estudios. Este diminuto material permite el envió de la señal.
—Las comunicaciones a largas distancias no existen en nuestro planeta. En la guerra se utilizan sonidos de cuernos de Aschuan. También, se envían emisarios en cidelinos. Así que no puedo entender una manera diferente aún más rápida y segura.
—Aquí dice que existen unos pequeños capilares—volvió a insistir Kasap— dentro de los árboles, agujeros, o pasadizos donde podemos enviar pulsos a otras regiones del planeta. La teoría dice que, si logras conectar uno de estos puentes energéticos, tu señal seria parte del sistema natural, lo que te permitiría tomar sus propiedades físicas y temporales para lograr un efecto en el árbol que este unido al destinatario.
—Sí, ya veo, Fue un error haberte dado esos escritos—, refunfuñó su amiga escéptica.
—No, mira—le explicó Kasap—, es el mismo principio que utilizan los tramperos cuando colocan la palma de su mano en un árbol lejano para saber si su presa está atrapada en su lazo. Los movimientos generados en el árbol son transferidos, desde poca distancia, hasta su mano.
—Bueno, te deseo suerte con ese estudio—, terminó por decirle Kaura y se marchó pensando el inimaginable aporte de su amigo si lograba descubrir tan valioso principio. Kasap volvió a la lectura y su rostro se tornó interesado como si hubiese descubierto una nueva herramienta de comunicación, además de su don por hablar con la demás especie del planeta Gliese.
—No, se quien le proveo a su padre de esta información, pero he encontrado que es sus apuntes existe hipótesis, teorías, teoremas…muy avanzados—, pensó Kasap en voz baja y con la mirada en los pergaminos.
En ese momento, Irama le interrumpió, recordándole la hora de sus obligaciones con ella: la promesa, que le había hecho en su lecho de enferma, de enseñarle el lenguaje de las especies. Kasap admiraba a Irima, y sus intenciones de recuperarse, logró entender la valentía de su espíritu a través del dolor; ella comenzaba cada día con una fe absoluta en su recuperación; por tanto, proponía cortas metas para superar la dificultad al caminar. Hasta cierto punto, por sencillas que fueran las tareas resultaban fundamentales para lograr su propósito. Con el apoyo de él y, en ciertas ocasiones, de la Joven Sciurus, mantuvo con perseverancia las metas propuestas con el sacrificio que conlleva una tarea difícil, pero, las cumplía con el mayor interés. Lo importante para ella era no encarcelar su alma, ni entrar en un campo paralizante, dejándose aislar de sus temores por no volver a caminar. Irama, diariamente, salía al encuentro de su discapacidad con determinación, a pesar de las dificultades, en cada momento se consideró una criatura afortunada, asumía sus luchas sin fallecer en el intento. Y pasado un tiempo, no le fue difícil comenzar a dar sus primeros pasos, para después, comenzar a volar. Ocurrió una mañana, los tres fueron al borde de un abismo, un deprimido terrestre en medio de la selva, era la boca de una cueva, en el suelo tan amplia que era difícil ver el otro extremo de su orilla, y la profundidad era tal que las rocas se perdían en la bruma de una gigantesca cascada que se desbordaba en la inmensa garganta de enormes rocas. Una corriente de aire penetraba en la lúgubre cavidad y salía finalmente por extremos opuesto, a dos kilómetros de distancia de la entrada escupía un violento roció que salpicaba los árboles lejos de su boca. La joven Sciurus siempre iba al místico paraje para entretenerse; saltaba por la entrada, planeaba con su presagio abierto y cuando se hallaba en medio de la oscuridad y de la lluvia de la cascada podía divisar el final del corredor, movía su cuerpo en zigzag para dejarse llevar de la fuerte corriente del aire que la disparaba a la salida donde emergida como una bala al cielo azul a una gran velocidad; no antes, sin exclamaba un fuerte grito de júbilo producto de la adrenalina que invadía las venas de su cuerpo. Fue una mañana, Irama fue la última en saltar, delante de ella iba Kasap que por momentos se perdía en la oscuridad de la cueva, una vez en medio del cielo de la galería, Irama, observó en el techo sombrío los destellos de miles de puntos amarillos que iluminaban parte del tejado. La escena fue tan rápida que apenas pudo reponerse del asombro, pues, al encontrarse fuera otra emoción de alegría le invadió el pecho al notar que podía dar sus primeros aleteos en el vacío. Fue así como lloró de felicidad al notar que volvía a volar.