Estaba en un lugar raro, era un sueño, eso estaba claro, por eso no podía leer los carteles extraños que aparecían en mi camino. Estaba en la entrada de un bosque, y aunque parecía normal, con árboles de abedules y pinos por todos lados, pero había algo que me llamaba la atención, y ese algo era, la línea imaginaria que la naturaleza del bosque trazaba desde su sitio, era como un ordenado desorden de hojas.
Caminaba por un sendero familiar.
Sentía que podía estar cerca de mi casa. Por curiosidad pasaba mis manos por las hojas de los árboles y arbustos, imposible creer que esto era un sueño. De pronto, detrás de mí, una densa oscuridad apareció. Sus ojos rojos, fríos, y a la vez, con una ardiente necesidad de atacarme.
Empecé a correr, y el sonido de las garras atravesando ramas y troncos, retumbaba en mi mente. Una roca se puso frente a mí, y eso provocó que cayera, en medio de un claro, que parecía otro mundo comparado con el bosque. Y la bestia, puso su gran mano sobre mí. Yo saque mi espada, y bloquee su ataque. Su rostro se acercó al mío, y de sus fauces podía sentir un fuerte olor a muerte. Y luego me desperté.
No me preocupo en buscarle un significado, porque ya sabía lo que era. Había estado en la presencia de una Millessia, un hada que predecía el futuro, normalmente guían a los héroes, caballeros e incluso a los reyes, por un camino correcto. Según la leyenda, las Millessias eran un grupo de musas, que había vivido antes de la gran guerra, movidas por la admiración que los artistas tenían por ellas, rompieron la única orden que debían seguir, nunca abrir la tercera puerta. Se dice que las Musas, tenían un mundo propio, paralelamente conectado con el nuestro, y que ahí, había tres puertas, una para el pasado, otra el presente y la tercera, el futuro. Las musas, para advertir a sus artistas de sus posibles muertes, abrieron la tercera puerta, y como castigo, fueron convertidas en Millessias, pequeñas hadas como alfileres, de un solo ojo tapado con una venda negra y finas alas de murciélago. Sentenciadas a buscar entre la gente, a aquel que las libera en el futuro de su sentencia, y por ellos andan recorriendo el mundo, posándose en la mente de cada persona, hasta encontrarlo, y mostrarle un poco de su propio futuro.
Ella me avisó que hay un monstruo en un bosque... Un bosque que no sé dónde está. Pero que podría reconocerlo. No quería desanimarme, puesto que eso era una buena señal, mi familia, junto con muchos de mis ancestros, habían recibido una visita de una Millessia, y eso fue una gran ayuda para la guerra.
Me levanté, me cambié, y saque mi espada, la única amiga que tenía en este mundo. Abrí mi ventana, y me deslicé por los techos de los vecinos, hasta llegar al límite de mi pueblo, y fue cuando lo reconocí. Aquellos árboles extraños se veían más intimidantes en persona. Por un momento estaba por ir a buscar ayuda, tal vez, alguien de mi familia. Alguien mágico que pueda protegerme.
Cuando iba a dar media vuelta, me detuve. ¿Por qué necesitaba alguien que me protegiera? Soy un guerrero y un soldado, no debo depender de mi familia para cumplir mis misiones. Un pequeño recuerdo de aquellos ojos, solo hizo que me llenará de determinación y con mi espada en mano, entre al lugar.
Mi camino hasta el claro, fue más corto de lo que esperaba. Constantemente miraba hacia atrás para ver si podía ver al monstruo de sus sueños. Cuando me giré, frente a mí estaba de nuevo ese príncipe. El príncipe de ojos tristes, así es como lo podía reconocer.
Estaba del otro lado del pequeño lago, ese príncipe se recargaba contra una enorme piedra, se lo veía físicamente mal. Aunque tenía el mismo atuendo que en ese sitio, pero estaba manchado por el barro y su piel se veía enferma. Estaba tan delgado, que tenía que un viento helado lo partiera en dos. Estaba mirando alrededor.
Pero es mi enemigo, y podría estar fingiendo, usando su magia oscura para nublar la realidad y hacerme creer que es débil, para luego matarme. Me acerqué a él, y sus ojos se fijaron en mí, entonces, solo soltó un suspiro cansado.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó, y yo apreté mi agarre, mientras salía de la oscuridad que me daban los árboles.
—¿Qué haces tú aquí? Es terreno enemigo para tu familia —contesté.
—¿Me creerías si te digo que no lo sé? —preguntó con cierta burla. Pero no a mí, sino a sí mismo—. ¿Quieres bajar tu espada? Porque no pienso que vayas a atacar, y la falta de decisión que tienes, me pone nervioso.
—¿Por qué supones que no te voy a matar? —pregunté mientras caminaba por el contorno del lago, y luego, me acerqué a él con cautela, para quedar frente a frente.
—¿Si dices que puedes matarme? Entonces hazlo —comentó arrodillándose, bajando la cabeza, y removiendo su cabello largo, para que pudiera ver su cuello—. ¡Hazlo!
Yo levanté mi espada determinado, con esta oportunidad, podría demostrarle a mi familia que no era un error. Pero fijé mi mirada en su cuello, vendado, con aquellas vendas gastadas, y deterioradas. Entonces, suspiré y bajé mi espada.
—¿Qué haces? —me preguntó, levantando su mirada. Y yo solo tome asiento y mire al cielo.
—No lo sé —le contesté. No puedo matarte, no está bien. Tu muerte no es la solución de nada —aclaré. Entonces él se acomodó para poder sentarse.
—¿Por qué no me mataste?, ¿No es eso lo que todos los tuyos quieren? —preguntó fijando su mirada en el lago.
—¿Acaso te ves en un espejo? —pregunté irónico—. Te ves horrible, devastado y frágil, no podría matar a alguien que ni siquiera quiere pelear.
—Yo podría matarte únicamente con chasquear mis dedos —comentó y yo solamente hice una mueca.
—Entonces mátame. No tengo algo real por lo que vivir —aclaré.