Los moradores de la basura

2

2

A Taisa Fernández se le hacía tarde, su hijo se estaba tomando un tazón de leche y cereales en el sofá mientras veía la televisión y ella terminaba de maquillarse. Miró el reloj y chasqueó la lengua.

—Jorge, ¿has terminado? —le preguntó desde el baño.

—Me falta un poco —le contestó el niño de seis años mientras, sentado en el sofá, veía unos dibujos animados.

—Vamos a llegar tarde, venga —le animó.

Terminó de maquillarse y se dirigió rápidamente hacia la puerta del adosado donde vivían. Recogió su bolso, la mochila.

—Jorge, apaga la televisión y vamos. Llegaremos tarde.

—Ya voy.

Se pusieron en camino hasta el colegio. El colegio no estaba a más de cinco minutos de la casa, ya que esa fue una de las razones por la que compraron en esa zona. San Miguel era un lugar tranquilo para vivir y criar un hijo.

Aparcó.

—Llegamos —bajó del coche, le quitó el cinturón de la sillita y se dirigieron a la puerta, donde la esperaban las dos jóvenes que cuidaban de los niños antes de la hora de entrada al colegio.

—Mamá, ¿esta tarde va a venir Ayoze? —le preguntó mientras caminaban juntos.

—Sí, cariño. Vendrán esta tarde y cenaremos juntos.

—¡Viva! —saltó el pequeño de alegría.

Su madre sonrió y dejó a su hijo en el colegio. Miró el reloj, eran las nueve pasadas, ya llegaba tarde. Pisó el acelerador y se dirigió hacia la asesoría donde trabajaba.

—Buenos días —dijo entrando en la asesoría.

—Buenos días —comentaron al unísono los dos compañeros que ya trabajaban.

Se dirigió a su mesa y continuó revisando el extracto bancario de la empresa que estaba siendo auditada. Sonó el teléfono.

—Buenos días, señor Gonzalo —era su jefe.

—Buenos días, ven un momento por favor.

—Ahora mismo.

—Trae contigo el extracto.

—Perfecto.

Se levantó y se fue hacia unas pequeñas escaleras que llevaban al despacho.

—¿Has terminado de revisar la contabilidad? —era un joven de unos cuarenta años, atractivo y que se había labrado un futuro muy prometedor. Después de licenciarse, había dirigido una de las más importantes asesorías de Canarias durante años, pero hacía dos años que dimitió y había abierto su propio negocio.

—Sí, he encontrado los apuntes que nos están volviendo locos. Son retiradas de unos cheques en efectivo que los clientes no habían aportado.

—Quiero un informe —le sonrió—. Nos están echando las culpas a nosotros pero si no tenemos toda la información... —Encogió los hombros quitándole importancia.

—Está especificado en el contrato, le he sacado una copia. —El móvil comenzó a sonar.

—Déjalo encima de mi mesa. —Y mientras contestaba le indicó que se sentara.

—Sí —contestó—, lo sé. —Hizo una pausa—. Si no lo rebaja buscaré otro local. —Y colgó.

Dejó el móvil en la mesa y la miró pensativamente. Taisa se sintió algo incómoda, parecía que se había olvidado de que estaba allí.

—Señor… —comenzó a decir suavemente.

—Sí... —Se recostó en el sillón y enlazó sus manos a la altura del pecho—. Quería hablar contigo de un tema sumamente importante. De momento no quiero que esta conversación salga de esta habitación, hasta que yo decida compartirlo con el resto del equipo.

—Claro, señor —Taisa respiró lentamente y cruzó las piernas. Llevaba un fino vestido blanco estampado con pequeñas flores rojas.

—Durante años dirigí Royal Asesores. Comencé como gestor y terminé dirigiéndola —Taisa asintió—. Cuando quise independizarme, me instalé en el sur para no crear una competencia injusta —se levantó y comenzó a caminar cerca de unos grandes ventanales, desde los cuales se podía admirar la vía principal de Los Cristianos—, pero me han hecho algunas malas jugadas con clientes importantes de esta asesoría...

—¿Se refiere al abandono de la cadena de souvenir? —Hacía varios meses les había sorprendido con la cancelación del contrato y ninguno había conseguido una explicación convincente. Se intentó negociar una reducción del precio pero fue en vano, estaban decididos a abandonarles.

—Sí. —La miró—. Me he enterado de que fueron a visitarlos a la oficina y les ofrecieron un mejor contrato.

—¿Pero nosotros...? —Se levantó precipitadamente. Estaba enfadada. La cancelación del contrato le había afectado mucho, ya que ella era la que los trataba directamente y el trato había sido exquisito por ambas partes.

—Si tan solo fuera por el hecho de que le hubiesen mejorado el precio, yo no haría nada. Pero es que además nos han tachado de inútiles...

—Pero ¿cómo se atreven?

—Sí, lo sé. Pero ellos se lo han buscado. —Sonrió ampliamente—. Si quieren jugar duro, yo también lo haré. Jugaremos al mismo juego, con las mismas normas. He hablado con algunos de mis antiguos clientes que no están contentos con la actual gestión de la nueva dirección y quieren trabajar con nosotros. El mayor problema es que quieren una sucursal en Santa Cruz y no en el sur.

—Vaya... —Estaba impresionada. Quería decir que se iba a abrir una nueva oficina, expandirse.

Sabía desde el primer día en que le vio, cuando realizó la entrevista para el puesto, que el hombre que tenía delante llegaría muy lejos. Se convertirían en la mayor asesoría de las islas.

—Voy a abrir una nueva oficina —le informó—, en La Laguna o Santa Cruz, de momento estoy negociando el alquiler del nuevo local.

—Es una gran idea señor —sonrió.

—Yo he de irme a dirigir la nueva oficina en Santa Cruz y quiero que tú dirijas esta.

—¿Yo? —preguntó sorprendida.

—Sí, eres muy capaz. Te he visto trabajar y confío en ti.

—Gracias señor —fue lo único que pudo decir. La emoción le atenazó el estómago y tuvo miedo de ponerse a llorar.

—De la subida del sueldo y cualquier otro tema técnico hablaremos más adelante. Deberíamos tener una reunión semanal o videoconferencias, ya veremos. —La miró expectante—. ¿Estás dispuesta a aceptar el reto?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.