Los ojos desorbitados del Bombardero inspeccionaron el lugar.
Sus manos temblaron en un gesto desesperado, sus ojos verdes aguamarina pasearon de un lado a otro en la habitación, intentando encontrarle lógica a lo que veía. Una sensación de repugnancia lleno su estomago y sin poder soportarlo más se abalanzo llorando contra la cuna vacía.
¿Pero que he hecho?
Se preguntaba El Bombardero aferrándose al corral de madera, su espalda se estremeció a la vez que un grito agudo dejaba su boca. En cuanto la Luna se enterará de lo que había hecho iba a matarlo, en el mejor de los casos lo azotaría hasta que la piel de su espalda estuviera completamente rota, colgando de la parte baja de su cintura y solo quedará la carne vacía, y rojiza cubriendo sus huesos. El Sol no le preocupaba tanto, él era más comprensivo y menos extremista cuando se trataba de los niños, claro que estaría decepcionado e incluso enojado, pero la Luna...ella se volvería loca cuando se enterará de lo que hizo, para ella los niños eran sagrados y por ende intocables, nadie, ni siquiera con motivos reales podía dañarlos. El Bombardero sabía que sus motivos eran egoístas, el único pecado de esos niños era tener de padres a esos monstruos, pero cada vez que veía esa cuna vacía la rabia aumentaba.
A veces se preguntaba si ella seguía con vida.
El Bombardero sabía que La Sirena era caníbal, también sabía del centro de abortos clandestinos de donde ella obtenía su comida, pero en especial sabía que ella se había comido a niños antes, sus propios hijos, incluso a aquellos que supuestamente lograron salvar ella los termino asesinando a penas logró localizarlos. ¿Le parecía enfermo? Sí, claro que sí, pero El Bombardero sabía que no tenía opción, a pesar de todo La Sirena era buena madre hasta cierto punto, por ello se tranquilizaba al recordar el proceder del bebé y rezar para que el hambre de La Sirena no hubiera sellado el destino de la criatura.
Esperaba que los ojos distintos del bebé la hubieran salvado de ser devorada.
El Bombardero contuvo las ganas de vomitar al recordar cómo La Sirena asesino al primer bebé, en aquel entonces todos pensaron injustamente que la niña simplemente provenía de Grimore, por ello no fue una sorpresa para nadie cuando La Sirena la asesino con su palo de hockey, lo que si fue una sorpresa fue descubrir que en sus tiernos 11 años El Príncipe era padre, El Sultán no reaccionó bien, mucho menos La Sirena cuando se dio cuenta que había asesinado a la primogénita del amor de su vida, eran obvio que tantas violaciones iban a pasar factura, pero jamás imaginaron que aquel maldito obligaría a un niño a dejar embarazada a una prostituta con tal de tener un bebé de él. Era curioso como La Sirena, quien sin ningún rasgo de piedad había enterrado la cuchilla de su patín de hielo en el estomago de la bebé y luego la asesino con tanta facilidad, ahora lucía completamente devastada, incluso se indujo el vomito comprobando que, efectivamente, ella se había comido partes del cuerpo de la pequeña. Por eso El Bombardero esperaba que el instinto maternal La Sirena y su obsesión con El Príncipe hubiera permitido que la bebé siguiera viva.
El Bombardero pasó saliva inquieto y estiró sus manos al interior de la cuna, sus pálidas manos tocaron el fondo acolchado de la cuna, estaba frío, helado...aquella sensación de vacío aumento en el interior del Bombardero, la temperatura de la cuna le recordaba que nadie había estado en durmiendo junto a aquel oso de peluche blanco en más de dos años.
Se pregunto, ¿Cómo luciría ella ahora? Claro que la recordaba, pero llevaba casi un año sin verla, la separación era una tortura.
El Bombardero se puso de pie, una mueca de asco se formo en su rostro cuando su oído capto el sonido ahogado de un pequeño grito. El Bombardero rodó los ojos y dejó caer sus manos contra el peluche de oso blanco , de repente ya no se sentía tan arrepentido.
Una sonrisa se formo en sus labios.
Realmente...realmente ya no sentía nada. Aquél sonido lo hizo salir del pequeño trance de culpa injustificada que sentía, todo lo que hacía tenía un propósito y un objetivo razonable, todo. El Bombardero miró con una mueca de asco el peluche y lo dejó caer en la cuna.
Claro que ella estaba viva y sobre todo mejor con La Sirena, al ser hija del Príncipe La sirena jamás la lastimaría, claro que aun se sentía triste por no haberla podido criar y solo poder desempeñar un papel extremadamente secundario en la vida de su hija, pero sabía que ser una figura remotamente paterna o materna no era una opción dadas las circunstancias.
El Bombardero se puso de pie de un salto y — al igual que muchos días antes que ese — bajo las escaleras saltando los escalones de dos en dos, al llegar al final corrió directamente al sótano, deslizándose con ayuda de sus medias hasta la puerta, al llegar a la puerta del sótano tomó su par de botas militares, las cuales aún olían a productos químicos y alcohol, un olor el cual El Bombardero había aprendido a asociar con la diversión. Con cuidado se coloco los guantes de látex negros y volvió a cubrir su rostro, esta vez con un tapabocas negro y con una mascarilla de cristal, lo que estaba a punto de hacer era solo un pequeño fragmento de lo que deseaba lograr.
A penas abrió la puerta se escucharon sollozos amortiguados, sin perder el tiempo tomó a uno de los bultos en una bolsa de basura y lo colocó sobre una mesa de metal, abriendo las piernas se sentó en un taburete frente a la mesa, con cuidado rompió la bolsa de basura con unas tijeras metálicas, solo fue un agujero lo suficientemente grande como para sacar el rostro de la criatura de su interior. El Bombardero tomó su encendedor y coloco una aguja sobre la braza amarilla, y naranja, cuando la aguja ya estaba lo suficientemente caliente coloco un hilo rojo en la aguja. El Bombardero esperaba que el niño suplicará, pero casi se le había olvidado que los afectos de la droga que los mantenía paralizados (pero aún con la capacidad de sentirlo todo) tardaría un par de horas más en desaparecer, algo desanimado empezó a coser la boca del niño, la aguja entraba y salía de la boca del pequeño de 8 años, las gotas de sangre se mezclaron rápidamente con las lagrimas que salían de sus ojos muy abiertos, la aguja entro y salió de los parpados del niño, en varias ocasiones enterró la aguja en el globo ocular, para su sorpresa aquello provoco leves espasmos en la espalda del pobre desdichado, al terminar con la boca empezó con los ojos, primero uno y luego el otro. Cuando ya estaba todo cocido volvió a encender el encendedor y calentó una peinilla metálica, hasta dejarle las puntas del color del carbón, con cuidado enterró las puntas de la peinilla en las mejillas del niño, empezando a cavar en la piel de la criatura, empezó a picar la piel de la mandíbula, levantando la piel del rostro, rasguñando, las placas de piel quedaban pegadas en la caliente peinilla, que ahora era totalmente roja, cuando la mandíbula y parte del cuello estaban sin piel se levanto, y con un balde de acido de batería siguió quitándole la piel del rostro al niño, el acido penetro la piel del niño, cada gota quitaba líneas de piel enterá, quemándola y levantando la blanquecina piel del pequeño, Al Bombardero le sorprendió cuando la nariz se desprendió cuando el acido de la batería la toco, dejando el cartílago a la vista. Las quemaduras eran tales que la piel se recogía en forma de espiral sobre la cabeza del niño, parches enteros de cuero cabelludo se deslizaba por la espalda del niño y quedaban en las manos del Bombardero, que las tomaba y las lanzaba a un balde de plástico, sabía que La Sirena no podría comer carne corrompida por el acido, pero también sabía que a ella le encantaba usar la piel humana para crear algunas artesanías y la ultima vez que la vio ella había perdido su amada chaqueta de piel humana. Sería un lindo y económico regalo por su parte.
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Editado: 27.02.2022