Cuando abrí los ojos, todo era borroso y confuso. Un dolor asfixiante hizo llevarme la mano en automático a la cabeza donde encontré un golpe inflamado, sangrante. Me sentía pesada, débil y desorientada. Cuando por fin mi vista se aclaró, encontré que estaba en la ribera del río. Una persona en cuclillas estaba a unos metros de mí, de espaldas. Quise enderezarme, las piedras lisas del río se me clavaban en la piel de la cara.
—Marcela, qué bueno que despiertas —dijo volviéndose el extraño. Encontré el rostro burlón de Elías. Me dejé caer de nuevo en los guijarros, apretando los puños con impotencia―, pensé que de veras te habías muerto. Te encontré en el río aún antes del anochecer. De hecho estaba escarbando tu tumba.
No respondí. Estaba tan exhausta y a la vez tan adolorida que simplemente su comentario era indiferente.
Pronto me percaté que el brazo izquierdo estaba entablillado habilidosamente pero el dolor no cesaba.
—No te muevas. Pareces una piñata―dijo entre risas―, de momento estamos a salvo aquí—, continuó, acercándose.
― ¿Por qué lo dices? ―dije arrastrando las palabras, realmente no quería saber nada pero la curiosidad era demasiada.
― Parece que a esa cosa le gusta la neblina, y hasta aquí no ha llegado. De todas maneras, debes descansar que nos espera un largo viaje hasta el poblado más cercano.
Solo me quedé recostada sobre las piedras, de espaldas. El muchacho acomodaba en un ligero botiquín lo que había utilizado para atender mis heridas más graves. Posteriormente lo guardó en su mochila.
— ¿Qué es esa cosa?, ¿cómo sobreviviste?, te escuché gritar… ―murmuré.
―No tuve oportunidad de verlo siquiera ―contestó alzando los hombros, indiferente―, de hecho, aproveché que te echaste a correr para ver qué era, pero no pude distinguir nada. Lancé una flecha a donde creí que había ido, creo que no acertó con nada.
Recordé su grito, sin embargo, no quise preguntar más. El cansancio me venció súbitamente. Por mi mente comenzó a pasar una serie de imágenes borrosas, recuerdos tal vez, tan revueltos y llenos de saltos que pensé que más bien fue un mal sueño: Los cabellos castaños de la chica descuartizada, sucios, opacos y tiesos por la sangre seca. Su rostro cenizo, sin vida y aquellas horrendas cuencas vacías que hacían un horroroso juego con las entrañas soltadas por un vientre rajado. Gusanos. Neblina. El par de cuernos de ciervo alzándose como un tenebroso amasijo de ramas. Los ojos de los árboles no mostraban su iris dibujado en la piel reseca del árbol sino ahora sangraban con la sangre de Lucía; no uno, cientos, todos los árboles en cada uno de sus ojos sangraba. Y de pronto una voz: “Huye”… la voz de la chica que me congela de pies a cabeza. El aroma rancio de animal carnívoro que exhalaba un aliento gutural tras de mi llegó a mi nariz, llenando todo mi ser de adrenalina y pánico. Decidí mirarle, despacio, volví mi rostro y pude ver el descarnado morro de un animal cuya blancura ósea se asomaba. No pude ver más. Solté un alarido desde lo más profundo de mis pulmones mientras me alzaba de la sábana, sudando frío, aterrorizada. El frío de la noche me sacó del estupor pesadillesco pero el calor de una fogata iluminó mi rostro, dejándome sólo el corazón latiendo a 1000 por hora. El brazo comenzó a dolerme terriblemente por haber manoteado sin sentido. Una carcajada me devolvió de golpe a la realidad. Al otro lado de la fogata estaba Elías, deshaciéndose de risa por haberme visto despertar de esa forma. Por alguna razón me morí de vergüenza y me hice bola de nuevo en la sábana.
―Eh, Marcela –escuché luego de un rato de habérsele pasado la risa―, levántate, nos vamos. Sólo retrasas el camino con tus desmayos de señorita victoriana. Anda, levanta tu tenderete y sigamos el río.
No hice más que obedecer. La manta que me cubría era del muchacho así que en cuanto la enrollé, me la arrebató para guardarla en su mochila.
Anduvimos por alrededor de una hora, en completo silencio, alumbrados por la luz de la enorme luminaria natural de la Tierra. La brújula del muchacho nos mostraba un claro norte y el poblado más cercano estaba al oeste, justo donde habíamos iniciado el viaje dos días antes. Me pasé caminando en la oscuridad escuchando los guijarros crujir bajo mis pies. Con cada paso que daba me parecía escuchar que algo nos seguía, pero por más que miraba atrás no encontraba señales ni ruidos. Deseaba con todo mi corazón poder llorar en paz sin sentirme con la presión burlona del tarado de Elías que andaba como si nada. Entonces, sin más se detuvo y me miró llevándose con nerviosismo un dedo a la boca, señalando que me quedara callada. Volvía su mirada nuevamente al origen de una serie de pisadas que bajaban desde el bosque inclinado, entre ramas y oscuridad. Todo el lecho y ribera era liso, por tanto, la mejor opción fue echarnos panza abajo sin dejar de mirar a quien salió despedido, de entre la foresta. Era una figura humana que de inmediato me dejó sin aliento. Oculté el rostro entre las manos y pude sentir a Elías a mi lado alzar su arco compuesto, montar silenciosamente una flecha con punta de acero y el latigazo de la cuerda al disparar. Por suerte tenía una pésima puntería.
― ¿Hay alguien ahí? –cuestionó el sujeto, claramente era un integrante del campamento―. Por favor…
―¡Aquí! –grité, levantándome del piso a toda prisa, sentía un alivio sofocante ver a alguien más del campamento.
Su nombre era Gibrán, un integrante del grupo de intermedios, lo había conocido algunos meses atrás en un evento de la organización. Nos contó a toda velocidad que algo había atacado el campamento conforme la neblina terminó de subir al claro. Todos huyeron, perdiéndose en el bosque. Él mismo se echó a correr luego de encontrar a uno de sus amigos degollado. El muchacho temblaba, sus ojos estaban desorbitados debido al terror de los recuerdos. Puedo recordar su rostro brillante de sudor ante la escasa luz. Vomitó en repetidas ocasiones, apartándose de nosotros. Le supliqué que nos dijera si alguien de alto rango que pudiera auxiliarnos había quedado con vida , pero el chico sólo negaba agitando la cabeza mientras las lágrimas escurrían por las mejillas.