Los Ojos De Mi Otra Mitad | Asura #1

Capítulo 1: Primer Encuentro

ALEXANDRA

Gotemburgo, Suecia

Faltaban dos días para Navidad, así que decidimos visitar el mercado navideño que se realizaba dentro del parque de diversiones Liserberg. El mercado estaba organizado de forma pintoresca, lleno de puestos adorables y con abundantes restaurantes a lo largo del parque, sin contar las atracciones que parecían infinitas.

Había tantas luces y colores alrededor que sentía como me atraían e instaban a recorrer el lugar. No podía dejar de ver embelesada un árbol totalmente iluminado, que brillaba con luz amarilla y parecía no tener hojas. Comencé a caminar y a observar cada puesto por mi cuenta, hablando –con lo poco que entendía– con la gente del lugar, después de todo no hablo sueco y solo tengo noción de unas pequeñas frases.

Entré a una pequeña tienda de libros y me entretuve un rato viendo los diferentes títulos, la mayoría de ellos totalmente incomprensibles hasta que encontré una sección diminuta de libros en inglés. Ojeé un rato hasta encontrar un pequeño libro, Epístolas de Fredman que parecía ser de literatura sueca, bingo.

Como estudiante de Literatura y Lenguas Modernas en la Universidad de Barcelona, tengo por costumbre buscar libros que puedan aportarme algo con relación a mis estudios. Desde pequeña siempre me ha gustado leer y es algo que debo a Anna, ya que ella fue quien lanzó el primer libro de Harry Potter a mi cara cuando tenía 8 años para que dejara de molestarla y simplemente me entretuviese por mi cuenta.

Al parecer funcionó, tomando en cuenta que ahora tengo 20 años y estudio algo completamente relacionado a la literatura, los idiomas son el bonus. Claro que, ser un asco en química, física y cualquier materia relacionada es un muy buen incentivo para ello.

Decidí comprar el libro y salí de la tienda emocionada con mi nueva adquisición, el viento frío golpeó mi cara e hice una mueca. En Barcelona suelen bajar las temperaturas en esta época del año, pero parecía ser más frío aquí en Suecia. Arreglé mi gorro tejido marrón sobre mi cabello y agradecí estar bien abrigada.

Me acerqué a un puesto de comida cercano que vendía lussekatter, conocido como pan de azafrán, y glögg que no era más que vino caliente especiado con canela, cardamomo, jengibre y clavo de olor; pero, como no suelo beber mucho bebidas alcohólicas por más que estén condimentadas, solo compré tres panes que seguro le gustarían a mi mamá. Por suerte para mí, he aprendido que los suecos en su mayoría tienen un buen manejo de los idiomas, entre ellos el español y el inglés. Es por esto que, una mujer bajita y robusta de sonrisa cálida que atendía el puesto, me explicaba en inglés que el lussekatter significaba “gatos de Lucía” –inmediatamente a mi mente vino el gato negro del otro día–, y que era muy común acompañarlo con café o glögg y, obvio, yo prefiero el café.

–Ah, tack –dije dubitativa “gracias” en sueco, la sonrisa inmediata de la señora me indicó que lo había dicho bien y se despidió con la mano.

Me volteé para seguir mi camino y tropecé con alguien de forma extraña. Por la forma en que giré, debería haberme estampado contra la persona, pero sentí como si hubiera sido absorbida por algo suave y luego empujada, ¿fui empujada? Quedé aturdida dentro de mi confusión, fue como si hubiese tratado de pasar a través de una pared de colchón que luego se hiciera de piedra repentinamente.

Escuché como la señora soltaba una risita que decidí ignorar, hasta que caí en cuenta que alguien me sostenía de los brazos para evitar que cayera… Ese alguien era un chico extremadamente alto, teniendo en cuenta que apenas veía su pecho. Me gusta considerar que no soy bajita, mido 1.65 –no estoy para ser considerada una minion–, pero casi tuve que romperme el cuello para poder mirar su cara y quedarme inmediatamente muda.

Me encontré primero con su barbilla, era afilada y daba paso a una boca grande de labios llenos, de esos que prometen besos húmedos y llenos de pasión –claro que, obviamente, mis pensamientos no se dirigían a esos lugares–, y por último la razón por la que me quedé sin palabras, sus ojos. Eran de un azul intenso que me miraban con un poco de sorpresa y curiosidad, detrás de esa curiosidad inicial se notaba una pesadez algo intimidante.

En cuanto él notó que estábamos demasiado cerca, se alejó unos pasos para darme espacio. Me abstuve de hacer una mueca por la lejanía y sentí un cosquilleo allí donde habían estado sus manos, vi fugazmente como el color de sus ojos cambiaban de un azul natural a un azul casi blanco, como si repentinamente hubiesen perdido coloración volviéndose muy pálidos. Sacudí la cabeza confundida, ¿acaso vi bien? Cuando volví a fijarme nada había cambiado, seguían siendo azules de una forma natural y ahora me veían con confusión. Bueno, ahora quedé como loca. Genial.

¿Är du ok? –preguntó, mi cerebro se derritió un poco con su marcado acento y palabras inentendibles.

–Uhm, ¿hablas español o inglés? –pregunté apenada. Por los dioses, me siento tan tonta.

–Sí –respondió, parpadeé sorprendida con el cambio repentino de idioma–. Pregunté que si estás bien. No me fijaba por donde iba y chocaste muy fuerte contra mí.

–Sí… Sí, estoy bien. Solo iba distraída, lo siento –dije, por supuesto que me di fuerte contra él, parece hecho de piedra porque ni se inmutó.




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