ALEXANDRA
Llegué a casa y encontré a Emma sentada en el sofá escribiendo en su teléfono con ceño fruncido. Me dio un vago ‘hola’ y siguió en lo suyo, me encogí de hombros en respuesta y entré a mi cuarto lanzando el morral a un lado para luego echarme de espaldas sobre mi cama. Inmediatamente pensé en el gato de la biblioteca, ¿cómo demonios había llegado hasta aquí? Era obvio que era el mismo gato: tenía el mismo pelaje, esa mancha blanca en su frente, los ojos azules y ese collar extraño en su cuello.
Decidí no seguir dándole vueltas para no perder la cabeza, seguro era el gato de alguien que resultaba estar en la misma universidad, para nada raro. Solté mi cabello, mientras agarraba un pantalón de chándal gris y una camiseta de tirantes negra para dirigirme al baño a tomar una ducha, tenía pensado ponerme a organizar mis asignaciones, pero antes necesitaba estar cómoda y relajada. Últimamente estaba muy tensa.
Me entregué a los dioses de la tubería y agradecí el agua fría, la prefería antes que a la caliente, aunque era capaz de aguantar temperaturas de infierno en el agua si era necesario. Salí y me vestí directamente en el baño, pasaba de regreso por la sala secando mi cabello cuando Emma me pidió que me acercara para hablar.
–Alex, ¿qué harás este fin de semana? –preguntó mientras me sentaba a su lado.
–Estamos a lunes, ni siquiera sé que haré mañana aparte de estudiar –sonreí.
–Sí, ya lo sé –rodó sus ojos–. Es que hoy conocí un chico nuevo que me gustaría que se integrara con nosotras.
–¡¡Uhh!! ¿Conociste a un chico? –pregunté subiendo y bajando mis cejas para fastidiarla–. Y, ¿cómo es este chico?
– ¡Oh, basta! –rió avergonzada–. No es lo que estás pensando. Cuando estabas comprando el desayuno, fui a buscar la información de las asesorías y allí estaba André Daniels junto a un amigo de él –se sonrojó y me sonrió.
–Entonces, este es uno de tus casos de caridad, ¿no? –dije–. Un chico nuevo que tiene solamente un amigo, llega Emma Lobo al rescate ayudándolo a integrarse y que no sea un marginado en la dura vida del universitario –apoyé el dorso de mi mano sobre mi frente en un gesto melodramático.
–Deja de decir tonterías –frunció el ceño e hizo un mohín–. Quiero que lo conozcas porque da la casualidad de que tienen algo en común ustedes dos.
– ¿En serio? ¿Es tan bello y sensual como yo?
–¡¡Compórtate por una vez!! –estampó un cojín en mi cara mientras yo no paraba de reír, intentó darme una expresión severa, pero el movimiento de los labios la delataba. Finalmente, respiré y la miré conteniendo la risa para que continuara–. Este chico se está reintegrando para finalizar su carrera y viene de Suecia –dijo, me congelé.
– ¿De Suecia? ¿Te dijo como se llamaba? –pregunté rápidamente, ¿sería posible?
–Sí, me anotó su nombre y su número –se levantó y revisó su bolso que estaba sobre la mesa del comedor–. Rayos… No sé dónde lo puse –frunció el ceño con fastidio, mi corazón corría aceleradamente–. En fin, el punto es que quiero que lo conozcas y pensé que el fin de semana podríamos reunirnos todos, ¿qué te parece?
–Sí, está bien –alcancé a decir, sentí un aleteo en el pecho y una expectativa muy grande–. Será genial una persona más en el grupo.
Emma sonrió, se sentó a mi lado y encendió el televisor. Continué acariciando mi cabello con la toalla que aun sostenía, mi mente perdida en mis pensamientos. Mi amiga suele ser tímida y le costaba relacionarse con las personas, este pequeño giro en ella y deseo porque conociera a alguien era como un indicio de lo mucho que le importaba. Emma colocó uno de estos programas de repostería que tanto le gustaban, aunque cocinaba delicioso, no se atrevía a hacer un dulce por sí misma.
Me levanté y fui a mi habitación, a mí en lo particular esos programas me daban ansiedad y ganas de comer dulce. Me senté en el escritorio y apoyé la cabeza entre mis manos.
¿Sería posible que Bill estuviera aquí en Barcelona? Eso sería descabellado. Además, no podía solamente centrar mis pensamientos en un chico que había conocido en otro país cuando tengo una vida aquí y un novio al que quiero mucho. Después de todo, no lo iba a volver a ver… Este hecho parecía abrir un hueco en mi pecho profundo y doloroso.
Pensé en Dylan. Nos conocimos a los 15 años cuando nos asignaron un trabajo que hacer juntos para Historia. Él era divertido y dulce, siempre estaba haciéndome reír. Me causaba ternura y, al principio, era como tratar con un hermano pequeño hiperactivo; sinceramente, no sé en qué momento las cosas cambiaron entre los dos.
Llevábamos un año y medio siendo amigos cuando Dylan llegó extremadamente nervioso un día. Se había negado a responder a mis preguntas y decirme lo que sucedía, finalmente me había detenido a mitad de camino a casa y me preguntó directamente si quería salir con él. Había estado tan sorprendida que solamente asentí. La sonrisa que me regaló en ese momento fue tan radiante que no pude evitar compartir su felicidad, hemos estado juntos desde entonces.
Sacudí la cabeza y saqué mi libreta de mi morral, concentrándome en organizar las asignaciones de la universidad para dejar de pensar en Bill o Dylan. No funcionó, toqué distraídamente el brazalete en mi muñeca y sentí una punzada tan horrible en el centro de mi cabeza que tuve que agarrarme. Casi caigo de mi silla y contuve un quejido, empecé a respirar para que pasara el dolor –por los dioses, ¿qué me sucedía?–. Fui calmándome lentamente, limpié las lágrimas que se me habían escapado y fui al baño a tomarme una pastilla para el dolor.