ALEXANDRA
Estos días han pasado de forma fugaz y a la vez de forma lenta. Apenas es miércoles y ni lo he notado, he estado con mi cabeza metida de lleno en las clases. Solo era la primera semana, pero los profesores eran exigentes con sus asignaciones y yo siempre he tratado de mantenerme lo más al día posible. Tal vez mi cabeza haya estado un poco llena de algodón distractor, pero eso no evitaba que me concentrara en lo que era importante.
Este semestre me tocaba ver varias materias llenas de análisis y libros gorditos para leer, además de las clases de inglés y francés que veía. El plan de estudios consistía en la literatura moderna, inglés y otro idioma para ser escogido: portugués o francés, y yo me lancé por la segunda opción.
Salí de la última clase, revisé mi reloj y vi que eran las dos y media de la tarde. Le envié un rápido mensaje a Emma diciéndole que iría a la tienda de Maya a buscar unas cosas, acomodé mi morral en mi espalda y me dirigí a la salida. Había hablado con mi cuñada por la noche preguntándole si sabía de algún remedio natural para los dolores de cabeza que me estaban dando y solo me respondió que me pasara por la tienda.
Llegué rápido y al entrar vi a Maya atendiendo a una señora mayor, me dio una rápida mirada y me hizo señas con la cabeza de que pasara a la trastienda. Pasé por una cortina de cuentas entrando a una oficina, me senté en el viejo sillón de cuero marrón y me fijé en mis alrededores mientras esperaba.
La trastienda estaba llena de macetas con diferentes plantas y flores, olía a un jardín muy perfumado y el color melocotón de las paredes daban una sensación de amplitud además de resaltar el color de las plantas, era agradable y relajante. Maya entró y se sentó a mi lado mirándome atentamente, quien piense que alguien que estudió Botánica es un hippie está equivocado: mi cuñada no era una diva, pero le gustaba verse bien. El jean azul, su suéter tejido de un verde brillante y botas de cuero marrón eran su forma de expresar que no todo es lo que parece.
–Entonces, ¿qué está sucediendo contigo? –pregunto suavemente después de unos segundos, estrechó un poco sus ojos verdes hacia mí.
–No lo sé –me encogí de hombros–, últimamente me están dando puntadas en la cabeza. Aquí –señalé el centro de mi frente–. No sucede todo el tiempo, solo en momentos cortos.
–Uhm… –pensó–. Y, ¿no sabes desde cuando empezaron estos dolores?
–Desde año nuevo –dije. Su mirada reflejó preocupación y creo que imaginé, un poco de culpabilidad. Eso último me pareció extraño, pero no hice comentario al respecto y ella tampoco.
Soltó un pequeño suspiro. –Creo que tengo algo que puede ayudarte –se puso en pie y se dirigió a un baúl de madera cercano a la puerta, volvió al cabo de un momento con un empaque lleno de plantas secas y me lo entregó–. Es tilo –explicó–. Es relajante y ayudará en caso de que llegue a darte fiebre, pero dudo que eso llegue a ocurrir. Puedes agregarle miel o azúcar si quieres –puso su mano fría en mi mejilla, encontré mi mirada con la suya y me sorprendió encontrar una tristeza muy grande en ella.
– ¿Qué sucede, Maya? –susurré–. Últimamente, me miras como si fuera a pasarme algo o como si algo te preocupara.
–No, es que… –dudó–. Cuando estábamos en Suecia me preocupó verte con ese chico, es todo –evitó mi mirada y frunció un poco los labios–. Yo… No dejo de darle vueltas.
– ¿Chico? ¿Bill? –fruncí el ceño. Que Maya lo haya sacado a colación me hizo sentir extraña y anhelante, como cada vez que pensaba en él–. Me di cuenta que no te agradaba, pero no me hizo daño ni nada en ningún momento –sentí la necesidad de defenderlo.
–Lo sé, si él te hubiera hecho algo no estaría respirando en este momento –dijo rudamente. Ok, eso fue muy drástico. La prometida de mi hermano suele ser pacífica y muy tranquila, creo que nunca la he visto molesta antes–. Solo no quiero que te veas envuelta en algo peligroso, ¿me entiendes?
–En realidad, no –la miré extrañada, ¿qué le pasaba a Maya?–. ¿Qué podría hacer que me metiera en problemas? Solo soy una estudiante y mi vida no es muy interesante, ¿Qué? ¿Sería asesinada por un libro mutante? –intenté bromear.
Rió. –Lo sé, pero nunca está demás ser precavidos, ¿verdad? –me dio una mirada significativa y asentí, en eso tiene razón. Me dio una sonrisa cómplice y la miré extrañada–. Tengo algo para ti.
Se puso en pie de un salto dejándome allí toda confusa, se acercó a su escritorio y sacó su cartera negra del cajón. Rebuscó por unos momentos y sacó algo, solo pude ver una cadena larga desde mi posición hasta que se acercó y me extendió un collar, tenía un dije de esos que son un envase de vidrio y tapa de corcho. Observé fascinada que contenía un polvillo brillante plateado dentro, la miré interrogante.
–Es polvo de estrellas y, si lo pones al sol, se verá rosado –dijo con una sonrisa, parecía explicar algo totalmente ilógico con mucha seguridad y la preocupación de antes se había esfumado de su rostro.
– ¿Polvo de estrellas? –dije escéptica–, ¿Es en serio? –tomé el collar entre mis manos y lo giré, soltaba destellos plateados con la luz que reinaba en la habitación y ya sentía ganas de ponerlo al sol a ver si realmente se volvía rosa. Podía sentir a la niña de cinco años saliendo de mí.