ALEXANDRA
Salí de la universidad luego de un largo día y decidí ir a una librería doblando la esquina, necesitaba adquirir unos libros para la universidad y, en el proceso, podría agregar una o dos novelas a mi colección. Entré a la tienda pensando en la salida que habíamos tenido con los chicos, había sido genial y sentía que nuestro grupo se había expandido. Me hacía feliz ese pensamiento.
Pensativa, acaricié mi collar mientras caminaba entre las estanterías repletas de libros. Dentro de la sala de cine, había sido extraño como brillaba y, además, como desprendía cierto calor. Recordé la historia que Maya me contó al respecto, pero aún me sentía incrédula con respecto a ella. Tal vez era solo el efecto de la arena que traía dentro, modificada para que brillara de esa forma y, si ese era el caso, ¿por qué solo la habíamos visto Bill y yo? Sacudí la cabeza, pasan cosas raras cerca de este chico. Nunca me aburriré siendo su amiga, definitivamente. Amiga, solo eso.
Me encontraba revisando la parte posterior de un libro de terror cuando escuché la campanilla de la puerta, levanté fugazmente la mirada, pero luego presté más atención. Había entrado a la tienda un chico alto y rubio, muy rubio –de un tono llamativo, como platino–, estaba de espaldas, pero se me hacía familiar.
Caminé hacia otra estantería para mantener las distancias, sentía la necesidad de alejarme a pesar de que fuera un completo desconocido. El chico –aunque, se veía definitivamente mayor que yo, seguro de unos 25 años en adelante– volteó hacia una estantería con libros de metafísica quedando de perfil a mí.
Respiré sobresaltada al detallarlo, lo reconocí como el chico con el que tropecé aquella vez que salía de la tienda de Maya.
Terminé escogiendo el libro de terror que estaba viendo, además de los necesarios para la universidad. Me dirigí a la caja a pagar, revisaba mi monedero buscando la tarjeta cuando sentí como se me erizaban los vellos de la nuca. Aunque quise evitarlo, volteé encontrándome con el rubio, este me miraba con curiosidad para luego sonreír casi de forma irónica. Ugh.
–Hueles bien –me dijo, había un mínimo rumor de algún acento que no pude identificar.
Claaro. No respondí y terminé de pagar los libros, los guardé en mi morral para salir pitando de allí. El tipo no había hecho nada malo, pero ¿qué clase de comentario es ese? Me bañé esta mañana, sí, pero no es algo para armar un escándalo.
Caminé rápido dirigiéndome a casa de manera que cuando llegara, pudiese empezar a hacer los deberes. Cuando doblé la esquina vi una multitud de gente observando algo en específico que, desde mi ubicación, no se lograba entrever. Había incluso policías por todos lados, cinta amarilla y muchos curiosos, ¿qué sucedía?
Ralenticé el paso para bordear la multitud y evitar lo que estuviera sucediendo, tal vez debí tomar otro camino. En ese momento, la brisa helada me trajo un horrible olor a putrefacción y no pude evitar sentir una arcada, fue cuando noté que la mayoría de los curiosos se tapaban la nariz y la boca. Santo Dios, ¿¡Eso es un cadáver!?
Obviamente, no podía verlo porque ya había sido tapado, pero la silueta era obvia y la sangre a la altura de la cabeza brillaba como si se burlara de todos los que veíamos. No lo detallé con atención, pero una pequeña brecha entre las personas me permitió darme cuenta de lo que sucedía, debajo de la manta que lo cubría se adivinaba lo violento del asunto.
En estas situaciones, es inevitable no paralizarse. Me quedé allí con las manos tapando mi nariz y mi boca, mis ojos no se apartaban de la silueta tapada por la sabana y aquella mano asomándose –ahora podía verlo completo porque varias personas se apartaron–. En ese momento, no pude evitar pensar que ese cuerpo podría pertenecer a cualquier conocido de la universidad o un miembro de mi familia, esto último me hizo sentir un creciente ataque de pánico. Me paralicé mientras sentía como mis ojos se llenaron de lágrimas contenidas y los cerré con fuerza, ¿Quién podría ser tan cruel para robarle la vida a otra persona? Robarle sus sueños, su futuro. Hice ademán de moverme, pero me sentía presa del pánico y del miedo.
– ¿¡Qué haces aquí!? –dijo alguien sujetándome por los hombros y haciéndome voltear, apartando mis ojos del cadáver. Solté un chillido, pero Bill tapó mi boca antes de que pudiera llamar la atención–, ¿¡Sabes lo peligroso que son estas situaciones!? ¡Vamos, muévete! –dijo, sus ojos echaban chispas.
Jamás lo había visto así, fruncía el ceño y sus ojos brillaban. En serio estaba molesto. Intentó jalarme para que lo siguiera, pero aún estaba presa dentro de mi propio estupor, se me quedó viendo interrogante y luego pareció comprender lo que me sucedía. Sus hombros cayeron en señal de exasperación, se acercó a mí y me tomó en brazos como si fuera una pluma.
– ¿Bill? –susurré rodeando su cuello instantáneamente.
–Ssh, calla –murmuró suavemente sobre mi cabello, no soporto que me carguen y sentir que puedo caer, pero no tenía cabeza para protestar en este momento.
Escondí mi rostro en su cuello sintiendo llegar la calma. No conocía a la persona que había muerto encontrada en medio de la calle a plena luz del día, pero no podía evitar sentirme impresionada. Nunca antes había visto un cadáver, ni siquiera en funerales porque solía evitar ver dentro de la urna, pero la sangre en el piso y la mano allí asomándose bajo la sábana seguían en mi mente. Bill encontró la forma de abrir la puerta de su auto sin soltarme, me depositó con suavidad sobre el asiento del copiloto para luego observarme con preocupación.