Los Ojos De Mi Otra Mitad | Asura #1

Capítulo 14: Daniels

BILL

Llegué a casa de los Daniels en tiempo record. Estaba alterado, mis manos no dejaban de temblar, necesitaba hablar con los gemelos y, de ser posible, también con el padre de ellos. Fui recibido por Lyssa apenas toqué el timbre, la madre de André y Micah era mediana con rasgos de duendecillo y grandes ojos verdes, estos se abrieron como platos al verme tan alterado apoyado en la puerta. Además, está el hecho de que llegué sin previo aviso.

– ¿Bill? –dijo con voz suave y preocupada haciéndome pasar–, ¿Qué sucede?

–Ehm… –recuperé la respiración, carraspeé y continué– ¿Están André y Micah? Tal vez, incluso Damián –dije, ella se vio realmente sorprendida ante la mención de su esposo y padre de los gemelos.

–Sí, sí –se recuperó rápido y me señaló el sofá de la sala–. Ya los llamo, espera allí.

Me dirigí al sofá mientras Lyssa desaparecía por el pasillo llamando a todos. Había olvidado lo hermosa que era la casa de mis amigos, era espaciosa y luminosa, se notaba el buen gusto que tenía la madre de los gemelos.

Me encontraba sentado en un sillón beige en L que daba a una sala espaciosa, una mesa de café de vidrio frente a mí y un sillón individual un poco más apartado. Una vitrina de madera destacaba muy bien contra las paredes y cortinas blancas, además del candelabro blanco colgado del techo.

Tomé uno de los cojines del sofá y lo abracé en un intento de calmar mis manos, tuve que quitarme la chaqueta verde que llevaba y quedar en una simple camisa blanca porque había empezado a sudar. Se me había pasado la ansiedad del momento en gran mayoría, pero sentía la necesidad de saltar por la ventana y volar a la habitación de Alex. Dejarla sola fue duro… Bueno, no estaba sola, pero no me hacía feliz la presencia de Dylan.

–Bill, pareces un fantasma –la voz de André me hizo voltear, entraba en la sala mientras se colocaba una camisa–. Cuando dijiste que venías, no pensé que fuera tan rápido –se sentó a mi lado luego de palmear mi espalda, Micah lo seguía de cerca.

– ¿Qué sucedió? –la voz más gruesa de Damián me hizo ponerme en pie encontrándome con un hombre delgado de complexión atlética, un cabello tan dorado como el de sus hijos y ojos azules de mirada comprensiva.

–Hola, Damián –estreché su mano, Lyssa estaba detrás de él y se veía diminuta.

–Me alegro de verte, Bill –me dio una sonrisa cálida, me señaló el sofá–. Siéntate y cuéntame que te sucede, chico. No tienes buena cara –dijo, se sentó y respiré antes de hablar.

–Hubo otro ataque y, definitivamente, había menta en el ambiente –fui directo al grano.

Lyssa abrió los ojos preocupada y se removió incómoda en su asiento, los gemelos se vieron entre sí y Damián parecía meditar la noticia. Todos estábamos al tanto de lo que sucedía, pero la muerte de un inocente por causas que ni siquiera conoce nos choca sobre manera.

–Entonces, se podría decir que no necesitamos más pruebas –dijo Damián–. Hay brujos creando draugar y no les importa siquiera la atención que llaman sobre ellos.

–Es como si quisiera que lo notáramos, como si lo hicieran a propósito –siguió Lyssa.

–Es cierto –meditó André, se encontraba sentado en el piso ahora.

– ¿Has encontrado algo más? –Damián se inclinó un poco hacia el frente, fruncí el ceño y luego recordé.

–Oh, sí –tomé mi bolso y empecé a rebuscar en él–. Encontré esto cuando fui a revisar uno de los lugares donde fue hallado uno de los cuerpos –saqué el dije y se lo tendí.

Lo examinó un poco antes de volver a hablar. –Es un talismán lunar –murmuró–. Probablemente, se le haya caído a un brujo, suelen ser sus protecciones –le dio vueltas examinándolo a la luz.

–Debe estar buscándolo –dijo Micah, quien estaba cruzado de brazos junto a mí.

–Sí, es posible –respondió su padre–. Estas cosas son importantes para ellos, perder uno significa exponerse de una forma muy grande –me devolvió el dije y lo guardé en el bolso.

Pasé mis dedos entre mi cabello negro suspirando, fue como que si el cansancio se asentara sobre mis hombros. Micah y André me veían de esa forma extraña que tienen al complementarse sus poderes, sus ojos brillaban tenuemente.

– ¿Haz comido algo, cielo? –me preguntó Lyssa de improvisto, negué con la cabeza–. Quédate aquí, les preparé algo rápido –se levantó y se fue a la cocina.

–Lo que más me causa intriga en todo esto es –dijo Micah, todos volteamos a verlo–, ¿por qué nadie ha visto a algún draug? Esas cosas no pasan desapercibidas fácilmente –meditó, esto último tuvo cierto toque de sarcasmo.

–No conocemos el alcance de los poderes de un brujo, hijo –suspiró Damián, hizo una mueca de disgusto–. Lastimosamente, no tenemos registros al respecto, al menos no como nos gustaría.

Los gemelos y yo asentimos lentamente. Era triste, pero cierto. Lo poco que sabemos se debe a lo que nos han enseñado los adultos y la propia experiencia que tenemos, la cual solo se reduce a nuestros poderes y uno que otro altercado con algún brujo demente. La necesidad de respuestas en todas las generaciones de asura es algo tan común como frustrante.

–Bill, ¿qué sucedió exactamente? –dijo André–. Estas cosas no te alteran así.




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