BILL
Caminaba sin rumbo aparente perdido en mis pensamientos. Muy en el fondo, sabía hacia donde me dirigía, siempre terminaba en el mismo lugar. El apartamento que compartían Emma y Alex… Alex. La pequeña española que no salía de mi mente, no desde que tropezamos en Suecia. Aunque me lo negara a mí mismo, sabía que estaba perdido por ella, jodidamente perdido.
Últimamente, estaba más susceptible a su presencia, más de lo normal. No sé si era por los cuerpos que habían sido encontrados mutilados o porque simplemente ella me ponía de los nervios. Fruncí los labios, también sabía que no era yo solamente. Ella lo escondía –bastante mal, de hecho–, pero me daba cuenta como se ruborizada o se ponía nerviosa cuando nos encontrábamos cerca, cosa que sucedía la mayor parte del tiempo.
La pelea que casi tengo con lentes también le agregaba sustancia al envase de frustraciones. Sé que no debí reaccionar, no iba a hacerlo en realidad, pero perdí la razón cuando insultó a Alex. No se ofendía así a una persona y, mucho menos, a una dama… No a Alex. Suspiré. Necesitaba saber que no me odiaba, por eso la rastreé hoy hasta la biblioteca.
Sabía que había pisado terreno peligroso con ella hoy. Primero, asustándola de aquel modo al atravesar los libros como si fuera gelatina –aunque, admito que me pareció divertido–, luego actuando como un completo coqueto con ella y ese casi beso que compartimos en el auto.
Apenas la dejé nuevamente en la universidad, me fui volando a casa –no literalmente–, no podía estar en el mismo sitio que ella en ese momento o sino me volvería loco. Mi necesidad por ella ya era dolorosa, mi pecho ardía con solo pensar en ella… Volví a la realidad.
Sentí un olor a putrefacción alertándome, inmediatamente ralenticé el paso poniendo atención a los olores en el lugar. Solo había dos cosas que generaran ese olor y, una de ellas, no es muy agradable: no, no me refería a un animal muerto, sino algo mucho peor. Olfateé el aire a mí alrededor y fui guiado hasta un callejón con mala iluminación. Sí, eso es malo. Hasta mí llegó un ruido raro, como de succión y gorgoteo, seguido de un golpe seco y un ruido de pasos apresurados, como si corrieran. Sin pensarlo eché a correr, todo esto me traía mala espina.
Inexplicablemente, la opresión en mi pecho me indicaba algo importante que no sabía identificar. Cuando entré en el callejón, vi un cuerpo que me resultaba alarmantemente familiar junto a un creciente charco de sangre fresca cercano a su cabeza. Empecé a entrar en pánico acelerando mis movimientos, en cuanto estuve lo bastante cerca, noté el olor familiar en el aire –negándome a creerlo– y haciéndome soltar un grito desde lo más profundo de mis pulmones cuando llegué a su lado.
–¡¡ALEX!! –chillé en cuanto la tomé en brazos, estaba inconsciente e inmediatamente la opresión se convirtió en un hundimiento en mi pecho.
Hace tan solo unas horas me sonreía y ahora estaba inerte en mis brazos. Tenía una fea herida abierta y sangrante a un lado de su cuello, me levanté sujetándola en mis brazos y eché a correr sin perder más tiempo. No hacia su casa sino a la mía que, por desgracia, estaba a una buena distancia –tarde noté que la suya hubiera sido una opción más rápida–pero la situación no me dejaba pensar con claridad.
Corrí abrazándola a mi pecho mientras sentía como mi brazo se manchaba de sangre. Me sentía tan desesperado y aterrado que mis pies casi no tocaban el suelo de la rapidez con que me desplazaba por las calles, varias personas de lugar nos miraban con alarma y curiosidad. Llegamos a mi casa en tiempo record –sé que repasaré todos los detalles a la mañana siguiente, me daré cuenta de la cara alarmada del portero y luego de terror cuando le rugí que bajara el teléfono que había levantado seguramente para llamar a emergencias–, luché para abrir la puerta mientras maniobraba con Alex en brazos, que rápidamente se ponía fría.
Entré dirigiéndome a la sala a mi izquierda y la deposité en el sofá, me quité el suéter y lo puse apretadamente sobre la herida buscando de detener la sangre. Estaba demasiado pálida, sus labios casi azules. Despertó en mí un sentimiento de desolación tan grande que no pude evitar soltar un sollozo, ¿Cómo pude siquiera pensar que alguna vez podría continuar mi vida sin ella?
No pensé, solo actué. Agarré su mano izquierda conociendo perfectamente el proceso y mordí las puntas de sus dedos causando unas pequeñas heridas, lo suficientemente profundas para dejar salir unas gotas de sangre e hice lo mismo con mi mano izquierda. Cuidadosamente, coloqué cada dedo suyo con los míos combinando nuestras sangres.
Dejé que se mezclaran unos segundos, empecé a sentir un cosquilleo creciente desde la punta de mis dedos que fue recorriendo mi brazo hasta llegar a mi corazón. Una opresión en el pecho me indicó que su sangre había llegado allí, retiré mi mano inmediatamente y limpié la sangre de sus dedos con mi suéter.
Causar las heridas en los dedos es la forma más segura de que las sangres se unan, cortar el algún otro lado podría originar más un accidente que un cambio. Los asuras sanamos rápido, pero los humanos no y no me quería arriesgar con Alex.
Mucho tiempo después, su herida comenzó a sanar visiblemente, pero lentamente debido a la pérdida de sangre. Se detuvo la hemorragia y luego empezó el lento proceso de curación, me causaba desaliento. Necesitaba desesperadamente que abriera los ojos y saber que estaba bien.