Los Ojos De Mi Otra Mitad | Asura #1

Capítulo 20: Pedir Respuestas

ALEXANDRA

Estaba sentada en mi cama. La única iluminación que me acompañaba era la de mi lámpara en la mesa de noche y la que provenía de la calle.

Me abrazaba las piernas y simplemente estaba allí pensando, mi mirada perdida en algún punto de la cama. No sabía si debía seguir dándole vueltas a todo el asunto, pero no podía evitarlo, todo esto me sobrepasaba. Lo peor de todo, es que aún no termino de entender qué es lo que sucede y por qué no he podido hablar con Bill sobre eso tan importante que tiene que decirme.

Pensar en él me hizo esconder la cara en mis piernas soltando un quejido. Cada vez que pasaba por mi mente, mi necesidad de correr a su lado se intensificaba. Era una sensación asfixiante, dolorosa no tenerlo a mi lado y era como si mi piel me pidiera a gritos tenerlo junto a mí. Me asustaba esto, cuando lo conocí sentí una atracción latente y ahora se había convertido en algo incontrolable.

Al parecer, también le afectaba bastante a Bill. Hace unas horas, casi le arrancaba la cabeza a Dylan, este ni cuenta se dio cuando me abrazaba. Agradecía que Bill se hubiera alejado a tiempo cuando besé a Dylan. Recordar ese beso me dio nauseas, no es que le tuviera asco, no, sino que se sentía tan incorrecto en todos los sentidos que era como faltarle el respeto a Bill, a mí y mi propia esencia.

Escuché un ruido en la ventana que me sacó de mi ensimismamiento y fui a ver. Mi corazón latió aceleradamente con anticipación, no entendía por qué sino hasta que abrí la cortina y vi al búho de ojos azules viéndome fijamente.

–¿Bill? –murmuré dudosa, abrí la ventana y el búho entró posándose en el escritorio junto a la puerta. Me dirigí hasta él y me senté en la silla observándolo–. Se supone que esto debería asustarme, ¿sabes? –dije, él solo me miró y sus ojos parecían sonreírme.

Dudé un poco, pero terminé acercando mi mano y acariciando su suave plumaje, era hermoso. Nunca antes había tocado un ave como esta, mi mano parecía encenderse al tocarlo como si reconociera quien es y, el hecho de que fuera Bill, lo hacía mucho más extraño aún. Cerró sus enormes ojos con placer, parecía complacido con mi reacción.

Se alejó de repente dando saltitos y fue al suelo con un suave aleteo, empezó a crecer poco a poco hasta tener a Bill frente a mí en toda su altura.

–Hey… –susurró. Se acercó a mí con cautela y se agachó cerca de mis piernas, me sonrió tiernamente y acercó su mano hasta acariciar mi mejilla con suavidad.

–Supongo que debo acostumbrarme a eso, ¿no? –pregunté con voz ahogada, su simple presencia me ponía de los nervios y un pensamiento fugaz me decía que debía alejarme despavorida de él.

–Lo estás haciendo muy bien, en realidad –su sonrisa se amplió un poco, parecía examinar mi reacción–. Al principio, pensé que te pondrías toda demente y me lanzarías cosas gritando que soy producto de Satanás –bromeó, contuve una risa. Tonto.

–Debí haber hecho eso –respondí.

No pude contenerme más y me situé a su lado en el piso, lo abracé suspirando. Fue como si un peso dentro de mí se esfumara, todas mis células relajándose poco a poco y mi corazón aleteando con una alegría mucho más fuerte que la que pude haber sentido antes en su presencia. Bill me rodeó con sus brazos y besó mi cabello.

Estaba empezando a acostumbrarme a que me olfateara de forma tan descarada. Él olía muy bien, para ser sincera. Era un olor masculino, como a perfume mezclado con su esencia corporal. Me parecía natural y agradable, tanto como para enterrar mi nariz en su pecho.

–¿Por qué viniste? –murmuré contra su pecho–. No me molesta en lo absoluto, debería hacerlo, pero ¿crees que sea prudente? –alcé la mirada y sus ojos brillaban con comprensión.

–No, no creo que sea prudente –negó–. Emma podría entrar de repente y encontrarnos, pero necesitaba saber que estabas bien.

–Me siento extraña –admití–. No entiendo nada de lo que me sucede.

–Lo sé y lo siento –dijo acariciando mi cabello con una expresión de disculpa–. Mañana te explicaré todo, ¿sí? No quedaran tapas que abrir entre nosotros, tienes derecho a saber todo –suspiró–. No quiero irme, pero tengo que hacerlo.

Nos levantamos y me levantó en brazos. Evité soltar un chillido y, por mero instinto, lo rodeé con mis piernas mientras mi cara se encendía. Nos guió hasta la cama y se sentó conmigo en su regazo, lo observé con atención y vi como parecía costarle contenerse. Tenía los labios apretados y las venas de su cuello se marcaban, como si todo esto fuera difícil para él tanto como para mí.

Bill agarró mi cara y, sin dudarlo, llevó sus labios a los míos.

No fue un beso de buenas noches o un beso suave. Fue un beso rudo, como si quisiera transmitirme a través de él que solo él podía hacer eso. El único con derecho. Entendí dentro de mí que se sentía frustrado por la escena con Dylan y yo me sentía desorientada, además de culpable. Le devolví el beso como la única respuesta lógica que logré conseguir. Pasé mis manos por las hebras de su cabello, siempre quise hacerlo y había descubierto encantada que era tan suave como se veía.

Me besó por unos minutos más y luego se apartó, habíamos quedado pegados el uno al otro y sus manos se encontraban en mi espalda presionándome contra su pecho. Su nariz estaba pegada a la mía, calmaba su respiración poco a poco para luego ponernos en pie. Me dio un último abrazo y se dirigió a la ventana, se montó en el alfeizar dejando las piernas balancearse hacia afuera.




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