BILL
Escuchaba Imagine Dragons a todo volumen mientras hacía las asignaciones de la universidad. Cuando me incliné para tomar otro de mis libros, un mareo repentino me asaltó, por suerte para mí me encontraba sentado en el piso de la sala apoyado contra el sofá. Fruncí el ceño extrañado, no era un mareo común como cuando te levantas rápido o como cuando el almuerzo te cae como una piedra en el estómago, era más como un mareo cuando el licor hace de las suyas en tu organismo.
Miré el vaso de agua frente a mí sobre la mesa de café –al parecer, este estaba alterado–, me levanté y caí sentado en el sofá. Puse la cabeza entre mis manos tratando de controlar el mareo que sentía, este vino acompañado luego por una tristeza aplastante que me tomó por sorpresa, estaba repleto de emociones poco familiares. Llevé una de mis manos a mis labios conteniendo las ganas repentinas de vomitar y llorar a la vez, ¿Qué demonios me sucede?
A mi mente se vino la imagen de Alex y mi corazón se aceleró, ¿estaría mal? Logré controlar a duras penas el mareo y me puse en pie. Busqué una camiseta negra en mi habitación y me calcé los primeros zapatos que encontré, tomé mi celular y la llamé. Contestadora. Puede que no lo escuchara o… No, no pienses en eso Bill.
Tomé las llaves del auto y me dirigí a su edificio, manejé lentamente con frustración. Aunque el mareo repentino había bajado, seguía allí la repulsiva sensación de querer vomitar. Llegué finalmente a su edificio y entré, el portero me saludó al entrar reconociéndome rápidamente. Cuando estuve frente a su puerta toqué el timbre, escuché atentamente cualquier ruido proveniente de dentro.
Nada. Solo silencio… No, había un ruido. Me acerqué a la puerta escuchando, era como un balbuceo y luego algo que caía. No aguanté más, vi a los lados en el pasillo para asegurarme de que estuviera solo. Alteré la densidad de la puerta y pasé a través de ella, me encontré con Alex saltando en un pie, al parecer había tropezado con la mesa de camino a la puerta.
Ella soltó un chillido al verme atravesar la puerta, pero lo primero que noté fue la botella de ¿sangría? Junto a este, había un vaso de vidrio con un poco del líquido rojo sobre la mesa de café. Arrugué la nariz y quise reír un poco: Alex estaba ebria. Ella logró colocarse a duras penas sobre sus pies descalzos y me dio una sonrisa bobalicona, estaba sonrojada y tenía los ojos hinchados. Mis ganas de reír se esfumaron al ver las claras señales de que ella había estado llorando.
–Alex. –murmuré acercándome a ella, ignoré el fuerte olor a licor y la sostuve por los hombros para ver qué tan mal estaba.
– ¿Soy una mala persona? –balbuceó haciendo morros mientras intentaba abrazarme.
– ¿Qué? ¡No, claro que no! –se me encogió el corazón cuando sus ojos se empañaron, en serio estaba mal. –Eres dulce y graciosa, estás llena de energía y curiosidad. Eres la mejor persona con la que me he cruzado, no pienses eso. –solté sinceramente, la abracé contra mi pecho y ella soltó un sollozo rodeándome.
La guié hasta el mueble y la hice sentarse, recogí la botella y el vaso llevándolos a la cocina. Me fijé que el nivel del licor restante en la botella era para un trago quizá, la levanté lanzándole una mirada interrogante.
–No me veas así, –balbuceó frunciendo el ceño, hablaba divertido. –estaba por la mitad cuando la agarré. –negó sacudiendo su cabello suelto, este se pegó a su cara dándole un aspecto desaliñado. Lucía como un bebé toda roja, haciendo mohín y los ojos llorosos.
Negué con la cabeza y me senté a su lado nuevamente. –Dime que sucedió, Alex. –pedí suavemente.
–Emma me odia… –sollozó, se pasó las manos por la cara frustrada. –Está decepcionada de mí y dice que actué precipitadamente con Dylan, el muy idiota tuvo el descaro de ir a llorarle. –apretó los labios y sorbió por la nariz. Ugh, vaya que lentes debía de ser muy tonto o tener agallas.
–Emma no te odia. –la consolé. –Solo no entiende que sucede, recuerda que hay cosas que ella no puede saber y es difícil para ella entender qué sucede contigo sin toda la información.
Me vio con ojos aguados, acaricié su mejilla limpiando sus lágrimas. Me dolía verla así y me daban ganas de absorber todo su dolor, me puse en pie dirigiéndome a su habitación.
– ¿Qué haces? –dijo curiosa.
–Buscaré unas cuentas cosas, te llevaré conmigo a casa.
–Oh, está bien. –hizo una mueca tapando su boca cuando soltó un hipido y se quedó allí.
Encontré un morral grande en su armario y busqué varias cosas entre las gavetas que tenían ropa. Lo primero que agarré al azar resultó ser un leggin con estampado azul de cola de sirena, ¿Por qué las mujeres tienen ropa tan extraña? Aunque, tengo que admitir que era brillante y bonito, me encogí de hombros y lo puse sobre la cama.
Otro leggin –negro esta vez– y dos camisetas, metí todo dentro del bolso junto a dos mudas de ropa interior –esa fue la parte más vergonzosa, sobre todo al descubrir su predilección por el negro–. Me dirigí a la sala después de tomar unas converse negras.
Me detuve de golpe dejando caer el bolso en el piso con sorpresa, procesé lo que veía con ojos como platos. En vez de encontrar a Alex sentada en el mueble, había un manojo de ropa y algo debajo moviéndose, era pequeño por el bulto que hacía. Me acerqué con lentitud y levanté la camisa con cuidado para encontrarme con un conejo blanco de orejas grises de mirada asustada.