Los Ojos De Mi Otra Mitad | Asura #1

Capítulo 34: Mal Presentimiento

BILL

Me llevaban a rastras. Cada centímetro de mi cuerpo pulsaba adolorido, jamás me había sentido tan débil. Los dos draugar, que sujetaban mis brazos para que no cayera de bruces al suelo, me guiaban por un pasillo pobremente iluminado. El olor a putrefacción de los draugar que me sujetaban me causaba nauseas, era horrible; tampoco ayudaba el fuerte olor a moho que reinaba en el lugar, ¿hacia dónde me llevaban? Llegamos ante una puerta de madera que lucía pesada, los eslabones de hierro parecían antiguos. Al entrar en la habitación contigua, la tenue iluminación de las lámparas de gas me cegó por unos momentos.

Parecía ser una sala de reuniones medieval, toda la mueblería a la vista era de roble: un escritorio, dos sillones frente a una chimenea gigante y una mesa larga para seis. Solo se hallaban dos hombres en la habitación cuando me hicieron entrar, quise poner resistencia, pero me sentía tan débil y el cansancio que me embargaba era más grande que mis débiles intentos de forcejeo… Bajé la mirada a mi cuerpo, no había ninguna señal de heridas recientes y mi camisa había decidido desaparecer, ¿por qué estaba cubierto de tantas cicatrices?

–Tenemos muchas cosas de que hablar… –levanté la mirada y el hombre de cabello rojo surcado de canas, que aún resplandecía como el fuego tras él, me dio una dura mirada.

No conocía a este hombre, la parte racional de mi cerebro me lo decía. Pero, una parte de mi mente, se sentía llena de pánico al verlo y muy dentro de mí hubo una gran señal de reconocimiento. Se acercó a mí y pude ver sus fríos ojos grises, estaban llenos de seriedad y algo más que no supe identificar, solo sabía que no era bueno.

–Hijo –murmuró. Divisé un inestable destello negro salir de su mano mientras el terrible dolor proveniente de mi cabeza, me hizo gritar…

Grité de dolor despertando de golpe, sostuve mi cabeza sintiendo como si apretujaran mi cerebro con una tenaza caliente. A medida que el dolor iba disminuyendo, pestañeé repetidamente en un intento de enfocar mi visión y caí en cuenta de que estaba en mi habitación. No en un sitio extraño con draugar alrededor, sino en mi casa a salvo.

Me sentía desorientado y el sudor frío de mi cuerpo empapaba las sábanas, tanteé la cama por mero instinto aun a sabiendas de que no encontraría a Alex por ninguna parte, pero una parte de mí aún sentía la fuerte necesidad de buscarla a mi lado al despertar. Respiré pesadamente para calmar el ritmo de mis latidos y pasé una mano por mi cara con un suspiro.

Despegué las sábanas de mi cuerpo y me dirigí a la ducha, el agua fría calmó un poco el ritmo acelerado de mi corazón, pero la sensación de malestar persistía. Me vestí como un autómata y tomé dos galletas saladas de la alacena para el camino, cuando salí me sentía un poco desorientado. Me dirigí a la universidad como si estuviera siendo guiado por hilos invisibles, unos que me jalaban en la dirección equivocada, con el mal humor que cargaba deseaba dirigirme a casa de Alex.

Habían pasado solo tres días desde la boda, era martes y sentía como si hubiera pasado un elefante por encima de mí. No entendía, nunca recordaba lo que soñaba y nunca le había prestado especial atención a eso. No era vidente ni nada parecido, pero no podía sacarme la sensación de malestar del pecho debido a ello.

Entré cabizbajo a la universidad, incluso sintiéndome mal había llegado temprano como siempre. Divisé a los gemelos sentados en el patio, se apoyaban los dos contra un árbol, André leía y Micah jugaba con un cubo Rubik. No pude evitar sentir un vacío en la boca del estómago al no ver rastros de Alex cerca, pero me dije que ya llegaría.

–Hey –saludé en un murmullo y me desplomé en el suelo junto a ellos.

–Te ves horrible –comentó Micah seriamente, examinó mi rostro con ojos estrechos.

–Te sientes horrible –dijo André sin levantar la vista del libro.

–¿Huh? –levanté una ceja sin entender.

–Aunque no te esté viendo –André levantó la mirada y su ojo pálido brillaba–, los hilos que son más fuertes tienen vibraciones, él tuyo está tenso y no deja de soltar señales de malestar e incomodidad… Algo te angustia.

–No debe ser nada –murmuré no muy convencido–, solo tuve un sueño extraño esta mañana y me dejó una fea sensación –acaricié mi pecho distraídamente.

–Uhm… –murmuraron los gemelos al mismo tiempo sin quitarme la mirada de encima, era aterrador la forma en que los ojos de ambos brillaban. Sí, así debe sentirse una rata de laboratorio.

–¿Qué ves? –me dirigí a Micah a sabiendas de que veía mi aura.

–No sé si es lo mismo, pero tu aura está alterada –parecía confundido–. Los colores no han cambiado y están en orden, pero tiene una vibración inusual.

–Oh, uhm… Bueno, siempre termino más confundido cuando me explicas como está mi aura, pero siento que es bueno saberlo –solté un suspiro, saqué las galletas saladas del bolso y comí sin saborearlas. No tenía hambre, pero tampoco podía dejar mi estómago vacío–. ¿Han visto a las chicas?

–No –respondió Micah, se relamió los labios y vio a su hermano de reojo–. Desde que las dejamos ayer en su edificio después de clases, no hemos tenido noticias.

–Tal vez vienen de camino –murmuró André, su atención devuelta al libro.




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