ALEXANDRA
Me lancé al piso sin pensarlo para agarrar a Michael, pero un rayo negro proveniente de la mano de Cahir me devolvió a mi asiento de golpe. Me quitó la respiración y me sorprendió no haber seguido de largo al piso con la silla, sujeté mi estómago con una mueca de dolor y vi a través del cabello que cubría mi cara como la mirada de Cahir se había endurecido.
Emma sollozaba nuevamente frente a mí y me miraba con lágrimas rodando por sus mejillas, odiaba verla así por algo de lo que no tenía nada que ver. Me fijé en una ventana que había en la pared del fondo detrás de la mesa, a través del vidrio empañado pude notar que empezaba a oscurecer. Me pregunté si Bill ya se habría dado cuenta de nuestra desaparición y qué estaría haciendo.
–Ondas de cabello castaño claro, ojos marrones como el chocolate con leche, piel de porcelana y un cuerpo a la medida –soltó Cahir con un deje de burla y dramatismo, lo miré confundida aun sujetando mi abdomen–. Te sorprendería lo que puede decir un hombre cegado por el dolor y el delirio –sus ojos brillaron como el acero y un cinismo los llenaba–. Tengo una hija que se codea con asuras y un hijo que desarrolló una admiración por una asura –me señaló con un dedo acusatorio y abrí mis ojos atónita, cayendo en cuenta de sus palabras, su sonrisa de lobo me dio escalofríos–. Veo que ahora lo entiendes.
Se acercó al cuerpo de Michael, este me miraba desde el piso con sus ojos verdes llenos de dolor y arrepentimiento mientras que su padre lo veía con odio y repugnancia, hecho que me sorprendía… Era su hijo. La mano de Cahir soltó un destello negro muy leve y el cuerpo de Michael se levantó en el aire hasta caer sentado en una de las sillas de la mesa, hacía una mueca de dolor por el esfuerzo.
–Perdóname –susurró Michael, en sus ojos se reflejaba la misma tristeza que vi cuando bailábamos en la boda de Maya y mi hermano–. No quise hacerlo –negó con la cabeza y este movimiento pareció costarle un dolor muy grande por la mueca que hizo.
Tragué saliva, no era justo lo que le habían hecho. Estuve a punto de decir algo, pero la expresión de Cahir se contrajo con ira ante las palabras de su hijo. Vino a mí como una ráfaga y la cachetada que me dio me dejó viendo estrellitas, lloriqueé tomando mi mejilla ante el dolor, había sido en la misma que me había golpeado el draug. Cahir apretó los dientes como si se contuviera, su mano volvió a levantarse e intenté alejarme, pero otra cachetada me alcanzó tumbándome de la silla. Emma sollozaba descontroladamente y Michael gruñó.
–Bueno –Cahir soltó un suspiro y volteó sus ojos–, fue un placer conocerlas, señoritas –dijo, observé sorprendida como el muy cínico nos hacía una reverencia a las dos, luego se dirigió a Emma–. Mis disculpas porque se haya visto inmiscuida en esto –Cahir le dio una sonrisa cordial y luego dirigió una mirada helada en mi dirección, estúpido viejo–. Llévenlos a su celda –ordenó y Lucian obedeció inmediatamente, Cahir se encaminó fuera de la habitación sin darnos una última mirada.
–Sí, señor –murmuró haciéndole señal a los draugar para que tomaran a Emma y a Michael, este último no opuso resistencia y mi amiga rompió nuevamente en sollozos al verse rodeada por los brazos del draug, que empezó a olisquearla mientras la dirigía fuera de la habitación.
Lucían me levantó del suelo tomándome de los brazos con excesiva fuerza y me sacó de la habitación, quise oponer resistencia, pero sabía que era estúpido. Esta vez, nos guiaron por una dirección distinta hacia un pasillo que daba a un patio central en el piso de abajo, la estructura del edificio se me hacía conocida. Ya había oscurecido por completo y pude notar una especie de monumento de piedra en el centro, el balcón estaba lleno de arcos de estilo antiguo y gótico.
Dejamos atrás el balcón y entramos a un pasillo, llegamos frente a una puerta de madera que lucía pesada. Los draugar que llevaban a Michael y a Emma esperaban por Lucian, este abrió la puerta con una llave y me empujó dentro sin muchos miramientos. Esto de ser lanzada al piso no es divertido, para nada. Michael y Emma cayeron más atrás, el primero de cara al piso de lo débil que estaba.
–Michael –me puse a gatas y me acerqué a él, escuché como la puerta era cerrada nuevamente con llave.
Le hice señas a Emma para que se pegara a la pared del fondo, había una ventana arriba de lo que parecía un calentador antiguo, era un poco más amplia con marco de madera y barrotes. Ayudé a Michael a apoyarse contra la pared junto a Emma, se veía pálido y cansado. Mantenía los ojos cerrados y respiraba irregularmente, temblaba y sudaba como si cada movimiento fuera el mayor esfuerzo de su vida.
Miré a mí alrededor a ver si encontraba algo para ayudarlo, pero solo estaba el calentador bajo la ventana, una cruz de madera en la pared que tenía una marca parecida a la cabecera de una cama. Por la amplitud del lugar, me daba cuenta que esta era una recámara a la que le habían sacado todos los muebles.
–Alexandra –la voz de Michael me hizo volver mi atención a él y sus ojos verdes me veían con cansancio, tenía el cabello rojo todo sucio y enmarañado, ¿qué le habían hecho?–. Perdóname, Alexandra.
–Ssh, tranquilo –susurré acariciando su mejilla, soltó un suspiro que parecía de alivio.
–No, no –tragó fuertemente y se reacomodó contra la pared con una mueca en los labios, me fijé en todas las cicatrices que llenaban su pecho–. Fui yo quien le dijo a mi padre dónde encontrarte y de la relación con Maya con asuras, pero… –fue interrumpido por un pequeño ataque de tos, respiró profundo antes de continuar–. Pero, te juro que no quería hacerlo.