Bill
Un mes y medio después
Revisé mi reloj y suspiré, estaba sentado sobre mi cama esperando a que Alex saliera del baño. Hoy era 21 de abril, el cumpleaños de los gemelos, y sus padres le harían una pequeña reunión en su casa para celebrarlo, según ellos iba a ser algo sencillo y personal. Arreglé el cuello del suéter negro tejido que me puse y me di cuenta que no tenía puesto mi collar.
Me dirigí a la cómoda y rebusqué en la primera gaveta, lo encontré en una esquina dentro de su cajita de terciopelo rojo. Me lo coloqué sintiendo el familiar frío de la piedra, una vibración llenando mi cuerpo por unos segundos al tenerlo ya puesto. Lo escondía debajo del suéter cuando escuché como se abría la puerta del baño, volteé y me detuve sorprendido al ver a Alex.
Estoy casi seguro de que se me cayeron las babas al verla. El pantalón negro de talle alto resaltaba sus caderas anchas y la botella llena de arena resaltaba contra el escote cuadrado de su blusa blanca, las botas negras de tacón estilizaban sus piernas y su melena castaña caía en ondas. Alex ladeó la cabeza observándome con curiosidad, dejándome ver lo largo que estaba su cabello al rozar sus caderas.
Creo que estaba tan acostumbrado a su estilo despreocupado, que verla tan arreglada a consciencia me dejaba descolocado; además de que jamás le había visto maquillada de aquella forma, ni siquiera en Año Nuevo. Levantó una delineada ceja de forma interrogante y la sombra de oscura de sus ojos solo los acentuaba más… Definitivamente, iba a quitarle ese pintalabios color vino en una buena sesión de besos más tarde. Oh, sí.
–¡Bill! –exclamó sacándome de mi ensoñación de los dos besándonos, al parecer había estado hablando y no la escuchaba– ¿Escuchaste algo de lo que dije?
–Pues… –arrastré la palabra y me acerqué a ella, la abracé de la cintura y ni siquiera con tacones la diferencia de altura se disminuía–. No, admito que no estaba escuchando ni una sola palabra de lo que decías –acepté y ella me miró sorprendida arqueando una ceja, esta mujer va a matarme si sigue haciendo eso–. Estaba ingeniándomelas para acorralarte y comerte a besos.
–Uhh –canturreó colocando sus manos sobre mi pecho, mi corazón acelerándose con su tacto–. Eso se oye muy tentador, pero nuestros amigos esperan.
Hice un sonido de lloriqueo y salimos del apartamento entre risas. Alex iba jugando con los collares en su pecho mientras conducía a casa de los gemelos, el diamante rosa y la botella de arena que le regaló Maya.
–¿Sabes si Emma vendrá? –le pregunté luego de estacionar el auto y saludar al portero del edificio.
–Me dijo que se lo pensaría, ya está más calmada –dijo con un suspiro–. Supongo que en cualquier momento enfrentará todo y hablará con André.
–Eso espero, el pobre sufre cada día que pasa.
Nuestro amigo siempre estaba en calma, pero varias veces lo habíamos sorprendido con la mirada perdida llena de dolor y acariciándose el pecho como si le doliera. Esto preocupaba constantemente a Alex, pero no podíamos inmiscuirnos de buenas a primera. Muchas veces, Emma y André se habían cruzado en los pasillos de la universidad, se detenían con anhelo en sus miradas, pero luego Emma rompía el contacto visual y huía.
–Bienvenidos, mis amores –Micah nos recibió con su natural jocosidad y nos abrazó, se detuvo para mirar a Alex–. Tú, querida mía, estás hecha todo un bombón como siempre.
Ella solo rió y lo seguimos dentro. A estas alturas, ya me había acostumbrado a los elogios de Micah para con Alex, en el fondo sabía que la veía como una hermana. Los seguí a la sala donde ya se encontraban Damián y Lyssa, además de mis padres. Todos abrazaron a Alex con efusividad en cuanto la vieron y luego a mí, no veía a André por ningún lado.
Me apoyé contra la ventana y solté una carcajada al detallar la camisa de Micah cuando este se dirigió a mí. Era azul con letras blancas que decía “Soy sexy y lo sabes”; de todas las ocurrencias que ha tenido y las tonterías que hacía, esta era la más grande. Él solo sonrió a sabiendas y se apoyó a mi lado.
–Feliz cumpleaños, Micah –le dije tendiéndole su regalo envuelto en papel.
–Aaw, Billy. No debiste –dijo en falsete, en sus ojos se veía una chispa de emoción al aceptarlo.
–¿Dónde está tu hermano? – pregunté mientras él abría el regalo, Alex se acercó y abrazó a mi costado.
–En el baño –respondió, terminó de abrir el regalo y me lanzó una mirada extendiendo unas medias–. En serio, no debiste –dijo, Alex soltó una carcajada al ver el par de medias azules con dibujos de gatitos y Micah intentaba mantener una expresión seria mientras sus labios se movían conteniendo la risa.
–Me la debías –reí, Alex rió más aun y Micah no resistió más en imitarla–. Ya, ya. Revisa adentro de las medias, ¿sí?
–Uhm… –hizo como le indicaba e hice una mueca cuando soltó un chillido al sacar un anillo negro con motivo del casco de Darth Vader, incluso empezó a dar saltitos como un idiota.
Se lanzó sobre mí repitiendo cosas como que era el mejor amigo del mundo y su primer hijo llevaría mi nombre, Alex no dejaba de reír viéndonos. Había ternura en su mirada, algo llamó su atención y extendió sus brazos. André rodeó su cintura y la levantó dándole vueltas en el aire, ella reía y pedía que la bajara, Micah me soltó al fin y tomó mi cara estampando un sonoro beso en mi mejilla.