Luca
Desde la ventana, la veo. Está ahí, delante de la casa junto a la mía, con poco equipaje y dos cajas que apenas le caben en las manos. La nueva vecina. No me gusta que alguien más se mude cerca de mí, especialmente cuando no conozco la razón detrás de su llegada. Todo lo que sé es que su presencia es... incómoda. Como si algo oculto se escondiera en su mirada.
Me asomo detrás de las cortinas, apenas dejando que mis ojos se asomen lo suficiente. La observo de lejos, con cautela, con la misma frialdad con la que he aprendido a observar el mundo. Tiene el cabello oscuro, recogido de forma descuidada, y sus ojos... esos ojos verdes intensos que parecen esconder más de lo que muestran. Sus movimientos son ligeros, casi como si tratara de no hacer ruido, de no llamar la atención, pero algo en ella no me encaja. Sus labios se curvan en una sonrisa, pero esa sonrisa no llega a sus ojos. Es como si algo le pesara en el pecho.
Con los años, he aprendido a leer las miradas. Las personas, cuando se enfrentan a un dolor profundo, dejan que sus ojos cuenten la historia, aunque no digan nada. He aprendido a leerlas porque, para sobrevivir aquí, no puedo darme el lujo de ignorarlas. Todo se reduce a las miradas, a lo que la gente no dice, solo deja entrever en sus gestos. Y los ojos de ella, esos ojos verdes, me dicen que hay algo más, algo que no se puede ver, pero que está allí, guardado en lo más profundo de su ser.
Una risa de niña interrumpe mis pensamientos. Es el llanto. Un llanto suave, pero persistente. Es Sofía. Mi hija. La pequeña que, a pesar de sus dos años, ya sabe cómo atraer mi atención con su llanto.
Respiro hondo y me alejo de la ventana, sin hacer ruido. Me apresuro por el pasillo y entro en la sala, donde Sofía está sentada en su pequeño sillón, con sus mejillas sonrojadas y una expresión de incomodidad que le hace fruncir el ceño. Tiene sus ojos grises, tan grises como los míos, pero sus lágrimas, tan profundas, son lo único que me hace sentir algo de culpa. El amor por ella es algo que no sé cómo manejar, un sentimiento que me consume, pero que también me ata.
—Papá... —balbucea con su voz pequeña, arrastrando las palabras como si su garganta estuviera un poco atorada por la frustración.
Me acerco a ella, dejando que la preocupación se apodere de mi rostro. Puedo ver cómo sus ojos brillan con el llanto a punto de explotar. Me siento junto a ella, agachándome para estar a su altura.
—¿Qué pasa, Sofía? —pregunto, suavemente, sin querer presionarla, pero con el corazón latiendo rápido, porque sé lo que viene.
Sofía no responde de inmediato. En su lugar, toma un profundo respiro y sus ojos se centran en mí, buscando consuelo, aunque sus palabras son pocas.
—Bibi... —susurra, señalando el biberón que siempre le doy cuando tiene hambre.
Me doy cuenta de inmediato de que no hay nada más que eso. No es el llanto por algún miedo o dolor. Solo hambre. Me siento aliviado, pero también culpable, porque en algún lugar de mi mente sabía que podía hacerla sentir mejor, solo que no me había dado cuenta a tiempo.
—Ah, claro... —digo, levantándome y caminando rápidamente hacia la cocina. —Vamos a conseguirte tu bibi.
La tomo en mis brazos cuando vuelvo, ya con el biberón lleno de leche tibia. La pequeña Sofía se acomoda en mi regazo, con su cara dulce y aún un poco llorosa, pero aliviada al ver el biberón que tanto desea. Su ceño fruncido desaparece de inmediato al tomarlo. Su hambre es evidente, y me siento responsable de ella, aunque a veces mis pensamientos se desborden hacia lugares oscuros.
»Eso es, Sofía, tranquila. —Le acaricio la cabeza mientras ella toma el biberón con avidez, como si no hubiera comido en días. La observo, mecido por el silencio de la casa y el suave sonido del líquido siendo consumido por su pequeña boca.
Por un momento, olvido todo lo demás. Olvido a la nueva vecina con su mirada triste y oculta. Olvido que tengo un secreto, uno que no puedo dejar que nadie descubra. Mi vida, mi mundo, se reduce a este pequeño ser en mis brazos, con su rostro redondo y sus ojos grises, tan similares a los míos. Pero incluso ella guarda secretos. Yo soy su único protector, y eso lo sé.
—Mamá... —murmura de repente, mientras sigue bebiendo. Sus ojos siguen mirando al frente, algo en su tono me hace detenerme. ¿Mamá? Es una palabra que no sabe bien lo que significa, no como los adultos lo entienden. Pero me sacude.
Mamá. Nadie ha mencionado a mamá en mucho tiempo. Ella es un recuerdo lejano, algo que nunca se nombró, algo que no debo tocar.
—No, Sofía. No... —susurro, apenas audible, mientras me siento un poco tenso. Ella no entiende. Ella solo habla por lo que escucha. Pero esas palabras... esa pequeña palabra que acaba de decir... me recuerda demasiado a lo que he perdido, y lo que intento proteger.
El tiempo parece detenerse por un instante, pero cuando Sofía termina su biberón, me mira con una sonrisa traviesa. Su carita redonda y suave, su risa, son lo único que puedo manejar ahora.
—Papá. —Y eso es todo lo que dice antes de quedarse dormida en mis brazos.
La miro con ternura, pero en mi pecho se acumula una tristeza que no puedo liberar. Hay tantas cosas que Sofía aún no sabe. Y yo, a pesar de estar en silencio, tampoco sé si debo seguir protegiéndola de lo que nunca puede descubrir.
(...)
Desde mi ventana, puedo verla claramente. Ella está allí, en su jardín delantero, con un libro en las manos. Parece ajena al mundo, inmersa en las páginas de lo que sea que lea, pero aún así no puedo dejar de mirarla. No me gusta. No me gusta que haya alguien más cerca de mi casa. En este pueblo tan pequeño, los secretos son más fáciles de ocultar, no lo son tanto cuando un extraño se cruza en tu camino. Ella no pertenece aquí, lo noto. Y ese libro, esa tranquilidad falsa... no me engañan.
Tengo que salir. Sofía está durmiendo en la habitación, y este es el único momento en el que puedo ir a la tienda a por algo de comida. La idea de dejarla sola no me gusta. No me gusta nada. No obstante, no tengo más opción. Nadie puede saber que tengo una hija, menos aún en este maldito pueblo, donde todo se sabe y donde los ojos de las personas siempre están escudriñando.