Los ojos de un perro abandonado

Los ojos de un perro abandonado

Esa semana nunca la podré olvidar, esa semana que pensé que moriría y volví a nacer. Era un pequeño cachorrito de cuatro meses, cuatro mesecitos de nada, mi raza común es de perros grandes, soy un Golden Retriever y con tres meses ya somos un poquitos grandes, más que un chiguagua. Me metieron en una caja con agujeritos durante un buen rato, de repente un chico me sacó de la caja, yo tendría unos dos meses, el chico se alegró muchísimo, pero el hombre de atrás me miraba como algo extraño.

Estuve un mes en una casita cálida, pero un día ese hombre tan extraño que me miraba mal me sacó de paseo, recuerdo sus palabras: “vamos de paseo”. El niño que me cogió en brazos ese día, no estaba en casa. Me fui con ese hombre a dar un paseo, pero este paseo fue el más amargo de mi vida. Sentí una de las veces que yo estiraba, el hombre no hacia fuerza. Cuando me di la vuelta, estaba atado a una especie de palo gigante de metal, lo que llamáis “farolas”. Estuve toda una noche atado, en pleno invierno, helado de frio. A las horas de estar ahí, empecé a estirar, estirar hasta que logré soltarme esa cuerda que me rodeaba el cuello, era muy molesta. Estuve andando durante un rato bastante largo por una calle que estaba totalmente solitaria, era muy oscura. Me acuerdo que vi una especie de luz en un rincón. Me acerqué y me di cuenta que era un puñado de mantas sucias y una farola en un callejón. Me acosté y dormí durante un rato largo. A la mañana siguiente me levanté, tenía muchísima hambre.

Pasé vagando por calles y calles durante cinco días seguidos, sin comer apenas bocado, sin poder dormir del frio. Un día me dormí en una acera, cuando desperté estaba todo lleno de personas, todas pasaban de largo sin mirarme, dos de ellas me pisaron, otras me empujaron. Logré llegar a un callejón donde había un montón de basura tirada. En esa basura había comida, estaba muy amarga pero me llenó el estómago. Al cabo de un rato vomité esa misma comida, no me encontraba nada bien. De repente unos niños con palos me empezaron a pegar. Conseguí alejarme de ellos cuando las madres de estos vinieron y les llamaron la atención, pero de mí como si no fuera nada. Caminé con la pata llena de sangre y el cuerpo lleno de heridas hasta una farola, donde estaba un cordel atado. Que irónico, volver al mismo sitio de donde comenzó todo esto. Una lágrima se me escapo de uno de mis ojo mientras iba cerrándolos poco a poco para poder dormirme, aunque esta vez no quería volver a abrir los ojos, quería que pasara este sufrimiento. Para mí suerte abrí de nuevo los ojos, y me encontré a un pedazo de perro oliéndome, unas manos cálidas me tocó la cabeza, había olvidado esa sensación. Esas manos me envolvieron en una manta pequeñita y me llevaron hasta un sitio donde los humanos nos curan. Recuerdo que estuve durante aproximadamente unos dos días en ese lugar, con papeles blanditos, comida, agua y siempre acompañado de un perrito como yo pero más blandito y este no ladraba, pero tampoco hacía señales de vida. De repente un día esas manos me cogieron, observé y era una preciosa chica. Esta chica pasó por el mismo lugar donde me dejó ese hombre hacía ya una semana, pero esta vez ella paso de largo conmigo. Cuando llegamos a su casa, me encontré en una cama con tres pedazos de perros, uno de ellos era el que me olía ese día. Esa muchacha, era mi nueva dueña, se llamaba Elizabeth. Me dejó en una cama gigante y los tres perros tan grandes se abalanzaron sobre mí a jugar. Todos los días eran diferentes, lleno de diversión. Cuanto tiempo ha pasado desde entonces, pero algo no tendría que ser tan perfecto. Hace dos años me detectaron una enfermedad mortal, esos perros a que consideraba unos hermanos gracias a dios están bien pero muy tristes, nos hemos criado como hermanos durante dieciséis años, pero es la hora de despedirme.

Es curioso, estoy acostado en lo que es parecido a una cama en el lugar donde me curaron los humanos, yo no puedo moverme…. Me he dado cuenta que mi respiración se debilita poco a poco, mi dueña Elizabeth está llorando sin cesar, su marido y los dos niños están fuera de la sala. Ella se acerca y me abraza, yo le lamo las lágrimas, no quiero que llore más, yo estoy bien, no me duele nada, mejor dicho estoy feliz por todo lo que me has cuidado Elizabeth. Ojalá tuviera palabras para expresar lo feliz que he sido. No llores más Elizabeth, me has dado todo lo mejor de ti y eso te lo agradezco. Mis ojos se están cerrando, ya no puedo verte, pero solo quiero decirte la última cosa. No llores más por favor, aunque me vaya yo siempre voy a estar a tu lado. Solo la última palabra Elizabeth…. Te quiero.



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En el texto hay: perros, adopcion, drama

Editado: 04.01.2021

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