Los Once Silencios

La Conexión del Alma

El aire era más pesado que nunca.
Cada respiración de Adrián era una lucha contra el peso invisible que lo rodeaba, contra la atmósfera opresiva que parecía apoderarse de todo lo que tocaba.

St. Eligius no era el colegio que conocía. No lo era ni siquiera como una pesadilla. Era más como un agujero. Un agujero en el tiempo y el espacio, del que no podía salir. Las sombras se estiraban, y las paredes parecían empujarse unas a otras, como si el mismo edificio estuviera conociendo su propia condena.

Adrián, parado frente a la puerta cerrada del aula 4B, sintió una presión creciente sobre su pecho. La conexión con Elías, esa conexión inexplicable que se había formado entre ellos desde siempre, ahora era más fuerte.

Era como un llamado, una voz lejana que lo arrastraba hacia algo. No era su hermano lo que estaba llamando, sino una esencia de él. Algo que aún permanecía, algo que aún resistía.

-Elías... -susurró Adrián, y esa palabra parecía más una oración que una declaración.

Adrián cerró los ojos por un momento. La conexión no era visible, pero la sentía en su pecho, en su alma. La misma conexión que había tenido con su gemelo toda su vida, la misma que siempre había estado ahí, sin importar la distancia entre ellos. Elías estaba allí, atrapado en el abismo, pero aún no había sido completamente consumido por el espectro.

A través de la oscuridad que lo rodeaba, Adrián pudo sentirlo. El gemelo que nunca lo había dejado solo, nunca, estaba allí, en alguna parte, luchando por regresar a él. Un eco lejano, un grito silencioso, como si el alma de Elías estuviera atrapada en una jaula de sombras. Elías aún era él mismo. Su ser no había sido borrado, no había sido destruido.

La conexión se hizo más fuerte. Más intensa. Los muros que lo rodeaban parecían ceder, como si el poder de su mente estuviera atravesando las barreras de la oscuridad.

De repente, la imagen de Elías apareció ante él, distorsionada, como si estuviera en otro plano, pero tan real que Adrián pudo sentir su presencia en su alma. Allí estaba Elías. Su rostro, aunque sombrío, reflejaba esa calma familiar.

Esa calma que Adrián había perdido en su desesperación. Los ojos de Elías estaban fijos en él, pero había algo en su mirada que Adrián no entendió completamente. Un miedo. Pero también una fuerza. Resistencia.

-Elías... ¿puedes escucharme? -dijo Adrián, con el alma retorciéndose dentro de su pecho.

La imagen de Elías vaciló. Las sombras se deslizaban sobre él, como si el espectro lo estuviera absorbiendo lentamente. Pero, aún así, los ojos de Elías brillaron.

-Estoy aquí -respondió Elías, su voz filtrándose a través de la oscuridad.

No era un sonido audible. Era un sentimiento, un susurro que se metía en la mente. Pero era suficiente.

Rafael también estaba allí. En algún lugar, en una oscuridad más profunda que la de Elías, su figura apareció brevemente en la mente de Adrián. Rafael estaba luchando, igual que su hermano. Había algo que mantenía su voluntad intacta. Algo que los tres tenían en común: una fuerza interna que les impedía sucumbir por completo a la oscuridad que los rodeaba.

Adrián sintió un golpe en su pecho. No podía dejar a Rafael atrás. Pero la conexión con Elías era más fuerte. Necesitaba romper las barreras. Necesitaba llegar a él primero. El tiempo era una prisión, y si no tomaba acción pronto, se perdería, como todos los demás. Como Rafael. Como él mismo.

-¡Elías, aguanta! -gritó Adrián, con desesperación, con furia, con toda la fuerza que le quedaba - ¡Debía salvarlo!

En ese momento, las paredes del aula comenzaron a desmoronarse. No literalmente, pero en su mente, Adrián podía verlas desintegrarse, como si todo lo que conocía estuviera cayendo a pedazos. La oscuridad se expandió, y las sombras dentro del aula comenzaron a moverse de nuevo, deslizándose hacia él.

Adrián no pensó dos veces. Sabía que debía atravesar esa barrera, esa dimensión sombría que había capturado a los tres. Sabía que si no lo hacía ahora, nunca lo lograría. El espectro no sabía que él también era parte de esa conexión. No lo sabía. No todavía.

Con una última mirada hacia la puerta, Adrián cerró los ojos. Dejó que la conexión lo guiara. No importaba lo que estuviera esperando en ese abismo. Sabía lo que debía hacer. Sabía lo que estaba por perder.

Con una respiración profunda, Adrián atravesó la barrera de la oscuridad. El aire se volvió espeso y denso, como si mil manos invisibles lo estuvieran empujando hacia el abismo.

El suelo se desvaneció bajo sus pies. La luz desapareció. La oscuridad lo envolvió, pero Adrián no se detuvo. Iba hacia Elías. Lo sabía. Lo sentía. Estaba cerca. Fue entonces cuando la conexión se rompió.

No en el sentido que esperaba, no en el sentido de que Elías desapareciera o que todo quedara en silencio. No. La conexión se rompió porque algo más intervino. Algo más oscuro. El espectro había notado su presencia.

En un segundo, Adrián fue arrastrado. No físicamente, sino en su alma. La oscuridad lo devoró, y sintió cómo el suelo se desmoronaba, cómo las sombras se tragaban la luz de su ser. No podía gritar. No podía moverse. Solo podía ver. Solo podía sentir cómo todo lo que conocía se desmoronaba.

Te he estado esperando, Adrián...

La voz no era humana. Era como el eco de un millón de voces, cada una más apagada que la anterior. La figura se materializó ante él, pero no con forma humana. No tenía rostro, solo una sombra, pero sus ojos... los ojos eran los mismos que había visto antes. Los ojos del espectro. Vacíos. Abismales.

Nadie escapa...

Y en ese instante, Adrián entendió. El espectro no era simplemente una entidad. Era algo mucho más grande. Era el olvido, la oscuridad que consume todo lo que se le acerca. Y ahora él era parte de ese olvido. El tiempo se deshizo en fragmentos. La realidad comenzó a desaparecer alrededor de él. Todo lo que quedaba era el vacío.




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