La neblina que envolvía el pasillo comenzó a desvanecerse, pero solo para ser reemplazada por una neblina más densa, más espesa. El aire se había vuelto tan denso que Adrián podía sentir cómo su alma luchaba por mantenerse a flote.
Cada respiración era un esfuerzo, cada paso un camino hacia lo desconocido. No importaba cuán lejos avanzaba, el lugar nunca cambiaba. Las paredes se estiraban en todas direcciones, y la oscuridad parecía querer abrazarlo. Pero Adrián sabía lo que tenía que hacer. No podía rendirse. No ahora. No cuando Elías lo necesitaba.
Elías estaba cerca.
Adrián lo podía sentir. El vínculo entre ellos seguía intacto, a pesar de todo lo que había sucedido. Aunque la oscuridad intentaba separarlos, aunque el espectro había manipulado sus mentes, ese vínculo de sangre, esa conexión, era más fuerte que cualquier sombra que tratara de apoderarse de su alma.
El pasillo finalmente se abrió ante él. La puerta que había estado bloqueada por tanto tiempo se disolvió ante sus ojos. Pero no era una puerta común. Era una corteja de sombras. Una abertura hacia un espacio más allá de la comprensión, más allá de lo real. Y en ese espacio, en medio de la oscuridad que lo rodeaba, se encontraba Elías.
— ¿Elías?
La figura del gemelo apareció ante él, pero no como la había conocido. Elías estaba de pie, inmóvil, con los ojos vacíos, como si ya no fuera más que una sombra de sí mismo. Una extensión del espectro. Controlado. Condenado.
Su rostro ya no era el de su hermano. No era el Elías al que Adrián había amado y cuidado toda su vida. No era el niño que siempre había estado a su lado.
La neblina que envolvía a Elías parecía absorberlo, consumiéndolo poco a poco. El espectro había trabajado en su mente, despojándolo de todo lo que quedaba de él.
Adrián dio un paso hacia él, pero las sombras se estiraron, como dedos fríos intentando apresarlo. Elías no reaccionó. No movió un músculo.
—¡Elías! —gritó Adrián, su voz ahogada por el peso de la desesperación.
No hubo respuesta. La figura de su hermano continuaba inmóvil, su mirada vacía fija en el vacío. ¿Qué le había hecho el espectro? ¿Cómo había logrado quebrar su voluntad? Adrián sentía como si todo su ser se estuviera hundiendo en un pozo profundo, negro, sin fondo.
El espectro había trabajado pacientemente para destruir todo lo que Elías había sido. Pero Adrián no podía permitir que lo perdiera. No podía. Su hermano era más que eso. Era su alma gemela, la otra mitad de él.
Entonces lo vio.
Un destello. Un brillo en los ojos de Elías. Una chispa. Una luz que luchaba por brillar en medio de la oscuridad. Elías estaba allí, aunque el espectro trataba de ahogarlo. Adrián podía sentirlo en lo más profundo de su ser. La conexión, el lazo entre ellos, no se había roto.
—Elías, escucha mi voz —dijo Adrián, sus palabras temblorosas, pero firmes — ¡Tú eres más fuerte que esto!
La oscuridad trató de consumirlo. Las sombras se alzaron para atraparlo, para romper esa conexión, pero algo cambió. La luz de Elías comenzó a brillar con más intensidad, desplegándose como una llamarada en la oscuridad. Elías estaba luchando. Elías aún tenía fuerza.
¡No lo dejaría ir!
La mano de Adrián se extendió hacia su gemelo, pero las sombras lo intentaron arrastrar de nuevo. El espectro lo había sentido. Sabía que Elías aún no estaba perdido.
No podrás salvarlo...
La voz del espectro resonó en su mente, fría, desgarradora. El eco de las sombras lo rodeó. ¿Cómo podía luchar contra algo tan inmenso?
Adrián no lo pensó. No le dio tiempo al espectro. Elías era su hermano. Y si el espectro pensaba que podía separarlos, estaba equivocado. Con una fuerza interior que no sabía que tenía, Adrián atravesó la neblina, rompió las sombras, y alcanzó a Elías. En el momento en que sus manos se tocaron, algo se rompió. No una barrera física. Era algo más. Una barrera mental. La luz de Elías explosionó como una llamarada, y las sombras se disiparon.
El rostro de Elías brilló con vida. El Elías que Adrián conocía volvió a él. Los ojos de su hermano, antes vacíos, ahora brillaban con la luz de su alma. La luz que nunca se había ido.
¡Lo había salvado!
—¡Elías! —gritó Adrián, abrazando a su hermano.
Elías lo miró con una mezcla de confusión y alivio. Él también lo había sentido. La conexión entre ellos no había sido rota, no completamente. Aún podían sentirlo todo. Juntos, estaban más fuertes que cualquier sombra que intentara separarlos. Pero el espectro no se detuvo.
En el instante en que la conexión se rompió, la sombra volvió, con más fuerza que antes. Las paredes temblaron, la neblina se retorció, y la figura del espectro apareció frente a ellos, más enfurecida que nunca.
¡No me dejarás ir!
¡No lo permitiré!
El espectro avanzó, pero Elías y Adrián se tomaron de la mano, aferrándose el uno al otro. La fuerza de su conexión aumentó, y la luz que ahora emanaba de ellos se extendió como una onda, disipando las sombras a su alrededor. No era solo una luz física. Era una luz de esperanza, una luz que el espectro no podía apagar.
La figura del espectro se retorció, desapareciendo en el aire como humo. El laberinto se desmoronó, la oscuridad se desvaneció y la luz de la libertad apareció frente a ellos.
Pero aún quedaba un último obstáculo. Adrián miró a su hermano. Elías estaba con él, pero algo había cambiado. Rafael también había sido tocado por el espectro, y no sabían si sería suficiente.
Adrián tomó la mano de Elías. Juntos podían salir, pero no dejarían a Rafael atrás.
—Vamos, Elías.
—Rafael necesita nuestra ayuda Adrián.
Los gemelos comenzaron a correr, atravesando el último vestigio de oscuridad, con la luz iluminando su camino. Pero detrás de ellos, la ira del espectro seguía rugiendo.