El aire era espeso. Era como si cada respiro estuviera impregnado con la pesadez de la oscuridad, y la neblina se movía como un manto que los rodeaba, presionando contra sus cuerpos.
Adrián, Elías y Rafael se mantenían juntos, pero no podían evitar sentir que cada paso que daban los acercaba más a un abismo del que nunca podrían salir. Las sombras que se alzaban a su alrededor parecían observarlos, como si fueran parte de la misma pesadilla. El espectro no había desaparecido; estaba allí, esperándolos, observándolos desde la distancia.
Elías y Rafael caminaban cerca, la conexión entre ellos intacta, pero la sensación de pérdida seguía pesando sobre Adrián. Había demasiado en juego. Los compañeros que habían sido absorbidos por la oscuridad, sus almas atrapadas... nombres olvidados que clamaban por su ayuda. La luz de la magia blanca que residía en sus cuerpos ahora era su única esperanza. Pero ¿sería suficiente?
El poder del espectro era palpable, como una fuerza de presión, desgarrando la realidad misma a su alrededor. Sin embargo, lo que no sabían era que el espectro no era simplemente un enemigo físico. Era una distorsión, algo que tocaba sus mentes y almas. Cada vez que pensaban que avanzaban, algo los empujaba hacia atrás. La oscuridad los desgarraba, los rodeaba, les susurraba en sus oídos, intentando desintegrar su voluntad.
-Tenemos que actuar rápido -dijo Adrián, con la voz grave, cargada de desesperación.
Elías lo miró con esa misma determinación, aunque sus ojos aún reflejaban la luz interior que había quedado después de la batalla con el espectro.
-Sabemos que el espectro se alimenta del miedo, pero también de la oscuridad que crece dentro de nosotros. No podemos dejar que nos controle, respondió Elías, apretando los puños, pero aún con esa luz interior brillando en su pecho.
Rafael estaba en silencio, como si estuviera meditando sobre las palabras de su hermano. Pero el peso de la realidad no lo dejaba en paz. Sabían que tenían que llegar a sus compañeros. Ellos aún estaban atrapados. Pero también sabían que quedaba poco tiempo. Si no lograban enfrentarse al espectro, si no destruyeron la oscuridad, todo lo que conocían estaría perdido.
Adrián detuvo sus pasos.
La neblina se disipó, y ante él apareció una puerta. Una puerta de madera antigua, con grabados extraños que parecían moverse bajo sus ojos, como si tuvieran vida propia.
En los bordes de la puerta había símbolos antiguos, y a medida que Adrián se acercaba, una presión más intensa lo envolvía, una sensación de pavor que lo hizo detenerse un momento.
-¿Es esta la puerta que nos llevará a ellos? -preguntó Rafael, casi en un susurro, como si no quisiera hablar demasiado alto, como si temiera lo que pudiera estar detrás de ella.
Adrián asintió lentamente. Él también lo sentía. Detrás de esa puerta, algo oscuro los estaba esperando. Sabían que el espectro no permitiría que llegaran tan fácilmente. La sombra del espectro los acechaba, y ya no era solo una presencia. Era un monstruo que había crecido alimentándose de sus miedos.
Elías, viendo que el momento había llegado, extendió su mano hacia la puerta, uniendo su energía con la de sus hermanos. Los tres estaban conectados, no solo por sangre, sino por el poder de la magia blanca que residía en ellos.
Sabían que la magia que portaban era su última esperanza. La magia blanca no era solo poder. Era el equilibrio, la luz que mantenía el mundo en armonía. El espectro, el misterio detrás de todo esto, había corrompido esa luz, pero no completamente. Los gemelos aún tenían la chispa de la esperanza.
Adrián asintió con firmeza. Era hora de finalizar esto. Al abrir la puerta, el mundo a su alrededor pareció desaparecer. El aire se hizo pesado, como si el espacio en el que estaban no tuviera una forma clara. El lugar era oscuro y vacío, pero lo que más inquietaba era la sensación de estar siendo observado.
De repente, una risa suave se escuchó, burlona, desquiciante, como si el espectro los estuviera esperando. ¿Cómo podía oírlos? La pregunta fluyó en sus mentes, pero no había respuesta.
La luz que emanaba de ellos comenzó a vacilar, como si se estuviera apagando. Las sombras que los rodeaban no los tocaban, pero sí los desorientaban. Adrián miró a Elías, y luego a Rafael.
Ambos estaban ahí, junto a él, y en ese momento, el espectro se reveló en su forma física: no era una sombra normal. Era una entidad amorfa, una mezcla de formas y sombras que cambiaban con cada respiración que tomaban.
-¿Quiénes sois...? -preguntó el espectro, su voz como un susurro en el viento, profunda y antigua. -¿Qué hacéis aquí, en mi dominio...?
- Venimos a liberar a las almas que has atrapado.
La respuesta de Adrián salió con la fuerza de la verdad que emanaba de su ser. El espectro comenzó a reírse. Las sombras se extendieron, envolviendo el lugar, aplastando la luz.
- Creéis que podéis salvarlos...
De repente, las sombras comenzaron a moverse, como si se fueran a devorar a los tres. El espectro estaba absorbiendo la luz.
-¡No podemos dejar que esto pase! -gritó Rafael, usando su magia para fortalecer el campo de luz alrededor de ellos. - ¡Tenemos que luchar!
Adrián levantó las manos, y un estallido de luz blanca iluminó el lugar. La batalla comenzó, con el espectro resistiendo cada intento de romper su control. Pero a pesar de la oscuridad, los tres chicos avanzaron con firmeza. Su luz brillaba más fuerte, iluminando todo lo que tocaba.
La oscuridad se desintegraba, pero el espectro no dejaba de reír.
- No podéis escapar de mí...
La luz de la magia blanca comenzó a intensificarse, y el espectro cedió lentamente. Las sombras comenzaron a desvanecerse hasta que todo quedó en silencio.
Y cuando el silencio los envolvió, la oscuridad se disipó por completo. El espectro había sido derrotado, y las almas de los niños atrapados en la oscuridad fueron liberadas.