Los Once Silencios

Las Cápsulas de las Sombras

El lugar era oscuro. Tan oscuro que la luz parecía desvanecerse tan pronto como intentaba tocarlo. Las paredes de la habitación eran de piedra gris, como si todo fuera una prisión antigua, hecha no solo de materiales, sino también de tiempo. En el aire, una fragancia rancia se colaba, un hedor a humedad y suciedad, como si estuviera olvidado por siglos, sellado en una dimensión de desolación.

A lo lejos, Adrián vio lo que le heló el corazón. Sus compañeros. Los chicos de su clase. Todos estaban allí, dentro de cápsulas transparentes de cristal, suspendidos en el aire como si fueran insectos en un frasco de observación.

La luz tenue que caía sobre las cápsulas reflejaba sus rostros vacíos de vida, con los ojos cerrados, en un sueño profundo, absolutamente inconscientes de lo que sucedía. Dormían, pero no había descanso en su sueño. Era un sueño teñido por la oscuridad que los rodeaba, un sueño del que no podían escapar. Pesadillas continuas, donde el espectro tejía con hilos de miedo sus almas perdidas.

Adrián caminó lentamente, sintiendo el peso de la desesperación envolverlo mientras observaba los rostros de sus compañeros, algunos con el rostro enrojecido por las lágrimas que no podían derramar, como si sus cuerpos hubieran sido congelados en un estado de desgarradora angustia.

Algunos lloraban en silencio, sus ojos llenos de terror, pero sin poder despertar. Era como si el espectro hubiera sellado sus almas dentro de cápsulas de cristal.

Cada uno de ellos estaba atrapado en un sueño, en una pesadilla propia, pero ninguna de ellas terminaba. El espectro no solo los había despojado de sus almas, sino que los mantenía atrapados en ese ciclo sin fin. Era como una prisión mental.

Ningún grito podía escapar. Ningún llanto se escuchaba. Solo el silencio. Pero Adrián, Elías y Rafael sabían que cada uno de esos compañeros estaba desgarrado por dentro, aunque no pudieran verlo. Estaban atrapados en la misma oscuridad que había consumido al colegio entero.

En una de las cápsulas, Maximiliano, un compañero de Elías, estaba completamente inmóvil, su expresión congelada en una mueca de desesperación, como si hubiera visto algo que no podía comprender. En otra cápsula, Diego lloraba, sus lágrimas se deslizaban por las mejillas como ríos de dolor, pero su llanto no llegaba a sus labios, sus gritos se ahogaban antes de salir.

Mariana, en su cápsula, se estremecía como si estuviera teniendo un mal sueño del que no podía despertar. Sus manos se estiraban hacia el cristal, pero la barrera invisible la separaba de la realidad.

La neblina en la habitación comenzó a espesarse. Las sombras se alargaban, se estiraban como dedos finos y fríos. El espectro estaba cerca. Y lo sabía.

-¡El espectro! -gritó Adrián, apretando los puños. - ¡Tenemos que hacer algo, rápido!

Elías y Rafael se acercaron, pero no podían evitar sentir una angustiosa sensación de que el tiempo se estaba escapando entre sus dedos. El espectro los observaba. Sabía lo que estaba por venir, y estaba dispuesto a luchar hasta el último aliento para mantener a sus prisioneros. Adrián podía sentirlo, como si el espectro fuera una sombra a su espalda, siempre presente, observando cada paso.

Entonces, el espectro apareció. Una figura borrosa entre las sombras, su forma se estiraba y encogía, cambiando constantemente, como si la propia realidad estuviera siendo deformada por su presencia. Sus ojos brillaban con una luz roja y vacía, como pozos sin fondo, y su rostro era una amalgama de sombras y carne retorcida.

La boca se abrió en una sonrisa torcida, y las palabras fluyeron, no como una voz, sino como una presencia que se sentía en lo más profundo de sus corazones.

-¿Qué creen que pueden hacer? -la voz del espectro resonó en sus mentes. - Ellos son míos. Ya no pueden salvarlos. Ustedes no pueden salvarlos.

La oscuridad creció, rodeando a los gemelos y a Rafael. Los atrapaba, como una red invisible que se apretaba a su alrededor. Las sombras intentaban envolverlos. Adrián sintió que su cuerpo comenzaba a ceder bajo el peso de la desesperación. No podían perder ahora.

- ¡No vamos a perderlos! -gritó Rafael, mirando a sus amigos con determinación. - ¡Tenemos que luchar!

La luz blanca comenzó a emergir de ellos. La magia blanca que había estado dormida dentro de sus almas comenzó a brillar, aumentando su poder a medida que su energía se liberaba de las cadenas invisibles que el espectro había puesto sobre ellos. La conexión entre ellos se fortaleció, como un lazo inquebrantable que cruzaba las fronteras de la oscuridad.

El espectro retrocedió, sus sombras temblaron. No esperaba esto. No esperaba que la magia blanca fuera tan fuerte, tan poderosa. ¿Cómo era posible?

Adrián, con su poder recién liberado, extendió las manos hacia las cápsulas. Un resplandor blanco se emanó de sus dedos, y las cápsulas de cristal comenzaron a resquebrajarse.

Las almas atrapadas comenzaron a liberarse, mientras las voces de sus compañeros de curso llamaban. Los ecos de las almas perdidas resonaban en el aire, pidiendo libertad. Pero el espectro no se rendiría tan fácilmente.

-¡No los dejaré ganar! -gritó el espectro, y su forma se distorsionó, su voz resonando como un grito de furia. Pero los gemelos y Rafael se unieron más fuerte que nunca.

El espectro comenzó a desmoronarse, pero aún luchaba. No se iba a rendir. Adrián, Elías y Rafael, con su magia blanca, comenzaron a rodearlo. La luz blanca brillaba como una llama que quemaba la oscuridad. El espectro intentó huir, pero la luz blanca lo alcanzó, desintegrando su forma.

Las cápsulas de cristal se rompieron. Las almas de los niños atrapados se liberaron, pero aún lloraban, desesperados. Los ecos de sus gritos continuaron resonando en la habitación, y sus golpes contra el cristal seguían desesperados. No podían ver, no podían escapar.

La liberación de las almas había comenzado, pero el espectro no había sido derrotado completamente. La batalla aún no había terminado.




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