El eco de los gritos resonaba a través de la oscuridad, como un lamento colectivo que se amplificaba con cada segundo que pasaba. Las cápsulas, suspendidas en el aire, se mantenían imponentes, como muros invisibles que separaban a los niños de la realidad.
Adrián, Elías y Rafael observaban a sus compañeros atrapados, los rostros de desesperación reflejados en el cristal transparente. Ellos golpeaban, pataleaban, gritaban por salir, por ser liberados de la prisión en la que el espectro los había sumido.
Las lágrimas corrían por las mejillas de sus compañeros. Max, Diego, Mariana, Pedro... Cada uno atrapado en una cápsula que los mantenía alejados de la libertad, como una pesadilla interminable.
Gritaban en un lenguaje que ya no parecía humano, como si su voluntad hubiera sido desgarrada. Pero no podían romper el cristal. No podían escapar de la prisión en la que el espectro los había metido.
El espectro seguía observando, moviéndose en la oscuridad, con su presencia envolviendo el aire a su alrededor, como una sombra que se deslizaba entre las grietas de la mente de los tres chicos. Pero esta vez, no había miedo. No había duda. No quedaba espacio para la inseguridad. Había llegado el momento de poner fin a todo esto.
Adrián, Elías y Rafael, unidos más que nunca por el vínculo que compartían, se prepararon para el último enfrentamiento con el espectro. Su magia blanca brillaba, y el aire comenzó a vibrar con la intensidad de la energía que acumulaban en su interior.
El espectro, al verlos, sonrió con una expresión malévola, consciente de que, aunque ellos luchaban con todo su poder, algo en él seguía imparable. Las sombras se alzaron a su alrededor, envolviendo la habitación, pero esta vez, la luz de la magia blanca comenzó a quemar las sombras.
Los compañeros atrapados seguían gritando. Sus voces se entrelazaban con las de los tres amigos. Max, al ver la luz blanca de Adrián y Elías, entendió que ellos podían salvarlos. No sabía cómo ni por qué, pero la luz brillaba con tanta fuerza que sus ojos, cegados por la oscuridad durante tanto tiempo, pudieron verla.
-¡Libéranos! -gritó Diego, golpeando el cristal, su voz rota, casi inaudible bajo el peso de la desesperación.
Los gemelos y Rafael, sin perder el tiempo, concentraron sus fuerzas en la magia blanca, creando una barrera de luz que comenzó a rodear las cápsulas. Pero el espectro no iba a permitirlo tan fácilmente. La luz del espectro se desvió hacia ellos, y una onda de oscuridad se lanzó, intentando apagar la magia de los niños.
-¡No! -gritaron al unísono los tres chicos, con un impulso de poder que les permitió resistir.
El espectro había subestimado el vínculo que los unía. La fuerza de su unidad era más poderosa que cualquier sombra que el espectro pudiera crear. La luz de la magia blanca comenzó a expulsar la oscuridad, desintegrando las sombras que rodeaban las cápsulas.
Adrián extendió su mano hacia el primer cristal, el de Maximiliano, y con un gesto decidido, rompió la barrera. La cápsula se rompió en pedazos, dejando que Maximiliano cayera al suelo, respirando por primera vez en lo que parecía una eternidad.
El espectro, al ver esto, gritó. ¡Su ira se desbordó! Su forma se retorció, cambiando constantemente, como una marea de sombras que trataban de envolverlos.
- ¡Nadie escapa de mí!
Pero Adrián, Elías y Rafael se unieron aún más. Juntos, fueron más fuertes. Las sombras se desvanecieron, la luz blanca de su magia iluminó todo el salón, y el espectro comenzó a perder fuerza.
La luz comenzó a consumirlo, quemando su forma amorfa, desintegrando su esencia de oscuridad.
- ¡Es hora de que pagues por lo que has hecho!- gritó Adrián, su voz resonando como un trueno, cargada de energía pura.
La explosión de luz fue tan intensa que incluso los niños atrapados en las cápsulas pudieron ver el resplandor. El espectro gritó, su cuerpo se desintegró en un torrente de sombras que se dispersaron en el aire, dejando tras de sí solo un eco vacío. El espectro ya no estaba.
Las cápsulas, una a una, comenzaron a romperse. Maximiliano, Diego, Mariana, todos los demás niños atrapados comenzaron a despertar, confundidos y atónitos. Sus mentes aún estaban atormentadas por las pesadillas y los recuerdos distorsionados, pero la luz, la magia blanca, los había liberado. ¡Estaban libres!
Pero mientras los niños despertaban, algo más se desvelaba.
Treinta y tres cápsulas más flotaban en el aire, como si la oscuridad nunca hubiera sido realmente erradicada. Los ojos de Adrián, Elías y Rafael se agrandaron al ver las otras cápsulas. Ellos no eran los únicos.
El espectro había mantenido prisioneros a más niños, todos ellos de la misma edad, atrapados en una red de sombras que parecía no tener fin. Las cápsulas estaban vacías, pero sus almas seguían atrapadas.
- ¿Quiénes son ellos? - preguntó Elías, mientras miraba a los niños atrapados que comenzaban a despertar.
- Ellos...-dijo Rafael, con los ojos llenos de desesperación, - son los niños del aula 4B, los que desaparecieron hace tres años, hace dos años y el año pasado. Ellos están atrapados como nosotros... Pero no sabían qué les había sucedido.
Adrián sentía el peso de la verdad caer sobre ellos. A pesar de haber derrotado al espectro, la dimensión seguía inestable. La realidad parecía desmoronarse. La dimensión oscura que había creado el espectro empezaba a colapsar, pero no sería suficiente. Si no encontraban la salida, quedarían atrapados.
- ¡Tenemos que salir de aquí!- gritó Adrián. - ¡El espectro está vencido, pero la dimensión está colapsando!
El temor se apoderó de ellos. ¿Serían capaces de escapar? ¿Serían lo suficientemente rápidos? La dimensión se retorcía a su alrededor, las sombras seguían llenando el aire. Ellos tenían solo unos minutos antes de que todo se desmoronara.
- ¡No podemos quedarnos aquí! ¡Nos están absorbiendo! - gritó Rafael.