Los Once Silencios

El Último Viento de la Desesperación

La dimensión estaba colapsando, y con cada segundo que pasaba, el aire se volvía más pesado, más denso. Los niños, que hasta hace poco estaban atrapados en sus cápsulas, corrían ahora por un laberinto de sombras, guiados por la única esperanza que les quedaba: la salida.

Las paredes temblaban, el suelo se resquebrajaba bajo sus pies, y el eco de las voces perdidas resonaba en el aire. Cada grito de los niños atrapados por el espectro les atravesaba el corazón. El espectro ya no estaba, pero las sombras de sus almas aún los seguían, como una presencia invisible que acechaba a cada paso.

Adrián, Elías y Rafael se encontraban al frente, luchando contra el pánico que intentaba tomar el control de ellos. Rafael, mirando a sus compañeros, sentía una impulso creciente en su interior. La magia blanca crecía dentro de ellos, pero no se detendrían. No ahora. No cuando la libertad estaba al alcance de sus manos.

-¡Vamos, no podemos detenernos! -gritó Adrián, mirando a su hermano y a Rafael - ¡La salida está cerca!

Y, efectivamente, la salida apareció ante ellos. Era una puerta, delgada, casi invisible, como si solo existiera en la mente de ellos. Pero era real. De alguna manera, lo sabían. La luz que se filtraba a través de la puerta era blanca y pura, como si el cielo mismo hubiera abierto un espacio para ellos. Una salvación. El espectro ya no podía atraparlos. Estaban libres.

Los niños corrieron hacia la puerta, sin mirar atrás. Las sombras trataban de alcanzarlos, de arrastrarlos de vuelta, pero la luz blanca los protegía, los guiaba.

Uno a uno, los niños comenzaron a atravesar la puerta, atravesando el umbral hacia la realidad. Al principio, era solo un destello, una luces difusas que se desvanecían mientras cruzaban. Pero después, la luz se fue estabilizando, se fue tornando más fuerte, hasta que todos se encontraron de nuevo en el mismo lugar que conocían. El colegio privado.

El suelo del aula 4B crujió detrás de ellos, y la dimensión que había contenido sus almas comenzó a desmoronarse. Las paredes de la oscuridad se desvanecían, y el viento comenzó a arrastrar las sombras que se retiraban, como si fueran hojas secas llevadas por la tormenta.

Las almas atrapadas empezaron a ascender, dejando atrás las cápsulas de cristal en las que habían estado encerradas durante tanto tiempo. Los niños despertaron al fin. Habían regresado. Pero el espectro ya no estaba.

El aula 4B se desmoronó en pedazos, y con ella, los restos de la dimensión oscura se disolvieron en el aire. Las almas de los niños atrapados ascendieron hacia el cielo, como pequeñas estrellas fugaces, iluminando el cielo nocturno mientras se disolvían. Una liberación. Una redención. Los niños ya no estaban atrapados. Ya no formaban parte de la oscuridad. Estaban libres.

Pero mientras las almas ascendían, una visión más macabra apareció ante ellos. En el suelo, donde la dimensión se desmoronaba, apareció una montaña de huesos, cubiertos con los restos de uniformes antiguos del colegio. Eran los restos de los sacrificios pasados, de los niños desaparecidos que habían sido ofrecidos al espectro en los rituales macabros de antaño.

La vista era aterradora. La montaña de huesos parecía una herida abierta en el corazón del colegio, un recordatorio de todo lo que había ocurrido en esa casa de sombras. Los gemelos y Rafael lo miraron, pero no sintieron miedo.

Sintiéndose como vencedores por haber liberado a sus compañeros, pero la imagen de los huesos los dejó en silencio, con el peso de lo sucedido sobre ellos.

La realidad de lo que había pasado los golpeó. Todo lo que pensaron que conocían, todo lo que pensaron que era real en el colegio, se derrumbó en un instante. El sacrificio del fundador, el pacto maldito con el espectro, todo había sido una mentira disfrazada de honor y nobleza.

Pero ahora ya todo había terminado. Las almas perdidas habían encontrado paz, y el espectro había sido derrotado.

La puerta se cerró detrás de ellos, dejando solo la luz, pero antes de que pudieran procesar lo sucedido, los padres y las familias de los niños aparecieron en el salón, sorprendidos al ver a sus hijos de vuelta.

Los niños, completamente desorientados por lo sucedido, corrieron hacia sus familias. El abrazo de sus padres era el único refugio que conocían. La luz de la realidad les daba la bienvenida, pero los recuerdos de la dimensión oscura y las pesadillas del espectro seguían grabados en sus mentes.

Elías y Adrián se miraron, su vínculo nunca más será el mismo. Rafael también estaba allí, y aunque todos intentaban olvidar lo sucedido, ellos sabían que el espectro no desaparecería completamente. La magia blanca seguía creciendo dentro de ellos, protegida de la oscuridad que se había desvanecido.

- No olvides nunca,- le susurró Adrián a Elías, mientras abrazaba a su hermano, - Nunca olvides lo que luchamos por salvar.

Pero no pudieron evitar sentir que algo más permanecía. Un eco de la oscuridad que no desaparecía del todo, una advertencia en sus corazones. Y mientras la neblina del espectro se desvanecía, los gemelos y Rafael sabían que el espectro podría regresar, tal vez en otra forma, tal vez en otro lugar.

Pero, por ahora, los niños estaban libres. Y esa era su victoria.




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