Los Once Silencios

El Vínculo Roto

El abrazo de la madre fue fuerte, cálido, lleno de amor y alivio, pero Adrián no pudo evitar sentir el peso de su resentimiento sobre sus hombros. Sus padres, aquellos que lo habían traicionado, que lo habían entregado al espectro como una ofrenda más, estaban allí, con los brazos abiertos.

La mujer que lo había parido, que lo había criado, ahora estaba ante él, sonriendo, feliz de verlo de nuevo, ignorante de todo lo que había sucedido, de la pesadilla que él y su hermano Elías habían tenido que soportar.

Adrián apartó su rostro, su cuerpo tenso. La rabia lo quemaba por dentro, como si su alma misma estuviera roto. ¿Cómo podían abrazarlo después de todo lo que había pasado? ¿Cómo podían estar tan ciegos?

Elías, sin embargo, se entregó a los brazos de su madre con una sonrisa genuina, con una felicidad desbordante. La calidez de su abrazo era lo que siempre había esperado, lo que había necesitado, pero Adrián no podía compartir esa misma alivio.

Mientras Elías se entregaba por completo al cariño de su madre, Adrián sentía como si el contacto físico con ella lo quebrara aún más. El espectro había creado una brecha en su corazón, y sus padres habían sido los artífices de esa oscuridad.

Elías, al contrario, se entregó a su madre con una sonrisa brillante, olvidando por completo lo que había pasado. No entendía lo que Adrián sentía. Para él, su madre siempre había sido su refugio, su protección. Cuando la abrazó, sintió como si el mundo por fin se hubiera puesto en su lugar.

Las dudas que había tenido, la ansiedad que había experimentado, desaparecieron en el abrigo cálido de su madre. Su corazón se tranquilizó por primera vez desde que despertó en ese mundo de sombras. Nada de lo que sucedió parecía importar. Solo sentía el alivio de haber vuelto a casa.

Pero Adrián... Adrián no podía dejarlo ir. No podía olvidarlo. No podía perdonarlos.

-¿Cómo pudieron hacernos esto? -susurró Adrián, su voz quebrada por el dolor mientras apartaba su cuerpo de los de su madre. Sus ojos oscuros brillaban con ira contenida. - ¡Ustedes nos entregaron a Elias y a mí! ¡Ustedes y todos los que están aquí! No son nada para mí ahora.

La expresión de su madre se transformó en un rostro de confusión. No podía comprender la furia de Adrián. ¿Qué quería decir con eso? No entendía el dolor que su hijo estaba experimentando, ni la traición que él sentía.

Para ella, la familia debía ser la gran fuente de amor y protección. Pero ahora, ante las palabras de Adrián, se dio cuenta de que algo había cambiado. ¿Qué había sucedido en la oscuridad? ¿Por qué su hijo no la miraba como antes? ¿Por qué había tanta distancia entre ellos ahora?

-¡Mamá! -Elías la miró confundido, aún con su sonrisa de alivio, sin entender la frialdad de su hermano. - ¡No es momento de pelear! ¡Estamos juntos, todos! Finalmente estamos juntos de nuevo...

Pero Adrián no podía compartir esa misma falsedad. No podía ignorar la verdad.

-¡No, Elías! No podemos ignorar lo que pasó. No podemos actuar como si nada hubiera sucedido.

Las palabras salieron de su boca con fuerza, como un golpe directo. Elías lo miró en silencio, los ojos llenos de confusión. No entendía. ¿Por qué Adrián no podía ver las cosas como él?

Elías estaba atrapado entre el amor por su madre y la frustración que sentía por su hermano.

¿Por qué Adrián no podía perdonar? ¿Por qué no podían dejar atrás lo que había sucedido? La oscuridad, la pesadilla, había quedado atrás. Elías quería olvidar. Quería que todo fuera como antes, como si el tiempo no hubiera pasado.

Pero Adrián no podía hacerlo. No podía seguir con la vida sin reconocer la verdad. Y la verdad era que su madre y su padre lo habían entregado al espectro. Eran cómplices del mal que los había atrapado. Y eso no se podía olvidar.

-¡Te has entregado tan fácilmente a ellos! -le dijo Adrián a Elías, su voz filtrada por la amargura. -¿No ves que nos entregaron a la oscuridad? ¡Ellos hicieron un pacto con el espectro! ¡Nos entregaron como ofrendas! ¡Y tú solo los aceptas de nuevo con los brazos abiertos!

Elías no podía entender. ¿Por qué Adrián no veía lo que él veía? ¿Por qué no podía verlo? ¿No entendía que su madre estaba allí, ofreciéndole su amor de nuevo?

Pero Adrián no podía, no quería, aceptar la mentira. La realidad era que sus padres eran responsables de todo lo que había sucedido. Era imposible volver a confiar en ellos. Era imposible olvidar lo que había pasado. Y su madre no entendía lo que él sentía. Nada de lo que dijera podría cambiarlo.

-No puedes entenderlo... Mamá. -Adrián sintió que la rabia lo dominaba, y en su pecho se alzaba una ola de dolor profundo. - Ya no soy el mismo. Ya no puedo ser el mismo que antes. La traición me consume.

Elías intentó acercarse a su hermano, tocarlo con suavidad, pero Adrián lo apartó de un empujón.

-¡No lo entiendes! -gritó, su voz temblando. - ¡No puedes entender lo que siento!

Rafael, que había estado callado, observando la lucha emocional entre los gemelos, finalmente habló.

- Debemos seguir adelante. No importa lo que haya pasado. ¡Lo que importa es que estamos juntos! Y si no salimos de aquí, si no derrotamos esta oscuridad, todo lo que hemos sufrido será en vano.

Esas palabras calmaron por un instante la intensidad de la disputa. La realidad era que la batalla no había terminado. La lucha contra la oscuridad no había hecho más que comenzar.

Pero aún quedaba algo más por hacer.

El espectro, que los había estado observando en silencio, se materializó ante ellos. Su risa fría resonó en el aire como una amenaza inminente. Había estado esperando este momento. El momento en que la verdad los separaría. Pero no podía ganar. No podía derrotar la luz de la magia blanca que brillaba en sus corazones.

Adrián, Elías y Rafael unieron sus fuerzas. Con una explosión de luz blanca, la batalla final comenzó.

Las sombras del espectro se desmoronaron ante ellos. La oscuridad se desvaneció, y con ella, los recuerdos del espectro se desintegraron, regresando al inframundo.




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