La habitación de Elías estaba bañada en una luz tenue, apenas filtrada por la rendija de la ventana. Era una luz melancólica, como si el mundo exterior se hubiera olvidado de él. Allí estaba, en el mismo lugar donde había crecido, donde había compartido tantas risas con su gemelo.
Pero ahora todo estaba roto. Las paredes, que antes representaban su refugio, ahora parecían incluso más frías, como si también ellas lo rechazaran, como si estuvieran siendo tragadas por la oscuridad que había comenzado a corroer su alma.
Elías sentía el vacío en su pecho como un agujero profundo, como si una parte de él hubiera sido arrancada y la soledad se hubiera instalado en su lugar. Podía sentir que la ansiedad se apoderaba de él, como una niebla densa que no lo dejaba respirar.
Aunque su cuerpo estaba aquí, en este espacio que conocía desde siempre, su mente estaba atrapada entre los recuerdos del pasado, la traición de sus padres y la herida profunda de no ser capaz de perdonar, pero a la vez, no poder alejarse de ellos.
¿Por qué no podía ser como Adrián? ¿Por qué no podía apartarse de ellos como él lo hacía?
Elías siempre había sido el más sensible de los dos, y esa sensibilidad, en este momento, lo desbordaba. La rabia de Adrián había sido desgarradora, y Elías lo entendía. Su gemelo había sido el primero en ver la verdad y el primero en rebelarse.
Pero Elías no podía hacerlo. No podía dejar ir a sus padres tan fácilmente. ¿Qué les quedaba a ellos si no su amor? ¿Podía odiarlos? ¿Podía perdonarlos? El dolor de la traición lo asfixiaba, pero a la vez, la necesidad de amor lo mantenía atado a ellos.
- Lo que pasó no se puede olvidar - se decía a sí mismo una y otra vez - No podemos seguir adelante sin enfrentar lo que nos hicieron.
Pero a pesar de sus pensamientos, algo en su interior seguía susurrándole que necesitaba a sus padres, que no podía vivir sin ellos, y que su amor por ellos debía superar lo que habían hecho.
Pero, entonces, se sentía más solo que nunca. En su mente, veía las sombras del espectro, las imágenes de su tiempo prisionero, la oscuridad que se había apoderado de él. Eso fue lo peor de todo. Haberse sentido tan vacío, tan desposeído de sí mismo. Había creído que sus padres lo salvarían, pero ahora no sabía quién lo salvaría.
Elías se desmoronaba en su habitación. Su alma vacía pedía algo que no sabía si podía encontrar. Necesitaba de su gemelo, de Adrián, más que nunca. Él era su luz, y sin él, Elías ya no podía ver nada.
Cuando el sonido de la puerta abrió, sus padres entraron en la habitación. El abrazo cálido de su madre lo envolvió, pero aún así, él sentía un frío profundo.
¿Cómo podía acercarse a ellos después de todo lo que había sucedido? Elias sintió como si su corazón se desangrara al tenerlos cerca. No podía separarse, no podía dejar de sentir esa necesidad de amor.
Pero al mismo tiempo, un vacío lo devoraba. El amor de su madre no podía borrar lo que habían hecho. No podía cerrar los ojos y pretender que todo estaba bien. La traición de sus padres era demasiado grande.
Y en su mente, su gemelo le habló, sin palabras, pero su voz estaba allí, dentro de él, como un eco. Adrián necesitaba que Elías lo entendiera.
¡Elías, no te dejes atrapar por sus mentiras!
El miedo comenzó a ceder paso a la desesperación. Elías se sentó en su cama, abrazándose a sí mismo, sintiendo como la intensidad de las emociones lo desbordaba. ¿Cómo podría sanar esta herida?
Entonces, algo dentro de él se rompió. Algo profundo, algo que había estado guardado en su corazón. El vínculo con Adrián se activó. Sentía el dolor de su hermano, el dolor de lo que Adrián estaba sintiendo.
La conexión entre ellos nunca se había roto, pero esta vez, Elías pudo sentir el temor de su gemelo, esa intensa angustia que le nublaba la mente. Elías no podía ignorarlo.
- Adrián...- susurró para sí mismo. - Te entiendo... Te entiendo más de lo que piensas...
Y en ese instante, Elías se levantó de la cama, como si fuera guiado por una fuerza invisible, una fuerza que venía de lo más profundo de su ser.
¡Él también podía hacerlo! Podía perdonar, pero necesitaba a Adrián. Necesitaba entender el dolor que ambos compartían, y necesitaba ser fuerte por su gemelo. La luz de la magia blanca que compartían se despertaba dentro de él, fluyendo por sus venas.
Elías corrió hacia la puerta, decidido. La decisión había sido tomada. No podía seguir aislándose. Tenía que abrirse a su gemelo, a su familia, a su realidad.
Entró en la habitación de Adrián sin decir palabra alguna. Elías lo abrazó con la fuerza de todo lo que había guardado en su corazón, la tensión y el miedo transformándose en una oleada de alivio.
- Adrián, tú me salvaste de ese monstruo - dijo Elías, su voz temblorosa pero sincera, - y no solo a mí, salvaste a Rafael y a todos. Ahora dejemos todo atrás, sé que no será fácil, pero debemos intentarlo, hermano...
Adrián cerró los ojos. El abrazo de Elías le llegó profundamente, pero no solo era el físico. Era un abrazo emocional. Todo lo que habían compartido, todas las heridas que llevaban dentro, se desvanecieron por un momento. Adrián no dijo nada en un principio, pero al final, dejó escapar un suspiro profundo.
- No sabía si podría perdonarlos...- dijo Adrián, su voz quebrada por la fragilidad de todo lo que había experimentado. - Pero tal vez te entendí ahora. Es difícil, hermano. Pero contigo a mi lado, sé que puedo intentarlo.
Y, en ese momento, en la quietud de la habitación, la conexión entre los dos gemelos se profundizó aún más. Las sombras que habían cubierto sus almas se disiparon lentamente, como si la luz blanca que aún brillaba en su interior fuera más fuerte que cualquier oscuridad.
Juntos, en ese abrazo de sanación, sabían que el camino por delante no sería fácil, pero ahora podían enfrentarlo juntos.
La conexión entre los gemelos es clave para su sanación emocional. La tensión entre la necesidad de perdón y el amor fraternal se disuelve en un abrazo sincero, que marca un cambio importante en su relación.