La luz de la mañana atravesaba las cortinas, iluminando de manera tenue el cuarto en el que Adrián y Elías se encontraban. La habitación, aunque familiar, parecía diferente, como si el tiempo y la oscuridad de los días pasados la hubieran transformado en un espacio ajeno a ellos. Elías, acurrucado cerca de su hermano, no podía dejar de pensar en todo lo que habían vivido.
La dimensión oscura, el espectro, las almas perdidas... Todo se sentía como un sueño, un mal sueño que se resistía a desvanecerse. Sin embargo, ahora estaba allí, en ese momento de calma, rodeado por la luz de la realidad.
Pero aunque todo parecía normal, había algo pesado en el aire. Una sensación de incompletitud persistía, como si lo que habían enfrentado y lo que todavía deberían enfrentar estuviera guardado en alguna parte de su ser. La lucha contra el espectro no había solo destruido al monstruo, sino que también había dejado marcas invisibles en ellos.
Elías levantó la vista hacia Adrián, quien estaba sentado en el borde de la cama, mirando a lo lejos, sumido en sus pensamientos. No podía evitar sentir la distancia entre ellos, a pesar de que, al mismo tiempo, sentía que estaban más conectados que nunca. Adrián parecía agotado, como si aún estuviera mientras atravesaba la dimensión oscura, pero su rostro estaba tan vacío y pensativo.
-¿Adrián? -preguntó Elías, con voz suave, casi como si temiera romper el silencio pesado que los rodeaba.
Adrián no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en el vacío, pero la calidez de Elías a su lado lo hizo mirar. La mirada de su hermano era la misma de siempre: tiernamente comprensiva, llena de paciencia, pero Adrián sabía que algo no estaba bien.
-No sé si puedo seguir con esto -dijo Adrián, su voz grave y rota por las emociones que no había dejado salir.
No miraba a Elías, pero sentía la presencia de su hermano cerca, como si esa conexión única entre ellos pudiera darle fuerzas.
Elías se acercó a él, sin pensarlo. El abrazo que le ofreció fue simple, pero cargado de compasión.
- Sé que no ha sido fácil para ti, hermano, - dijo Elías, - pero no tienes que hacerlo solo.
Adrián lo abrazó con fuerza, como si necesitara recordar que, a pesar de todo lo que habían vivido, aún estaban juntos.
- No sé si puedo perdonarlos, Elías. Nuestros padres... nos traicionaron. Ellos... ¿cómo pueden mirarnos a los ojos? - Adrián sentía la rabia fluir por sus venas, como un torrente imposible de controlar. - Lo que nos hicieron fue tan... tan impensable.
Elías cerró los ojos, sintiendo el dolor que su hermano estaba expresando. Pero mientras lo abrazaba, no podía evitar sentir la tristeza en su propia alma.
- Lo entiendo, Adrián, lo entiendo más de lo que crees, - susurró. -Pero no te olvides de algo muy importante...
Adrián lo miró, buscando las palabras que Elías nunca dejaba escapar sin sentirlas realmente.
- ¿Qué?
Elías, con un rastro de tristeza en sus ojos, tomó su mano con firmeza.
- Somos los gemelos, y siempre lo seremos. Nuestra conexión, hermano, es más fuerte que cualquier cosa. Ellos no tienen poder sobre nosotros.
Esas palabras fueron suficientes para que Adrián recibiera un atisbo de esperanza. La conexión entre ellos era inquebrantable. No importaba lo que hubiera sucedido, no podían rendirse.
Pero, a pesar de esto, la angustia interna de Adrián no desaparecía. El miedo seguía creciendo en su pecho. ¿Podría perdonar alguna vez a sus padres? ¿Qué sucedería si no lo hacía? La sombra de la traición todavía lo acechaba. No estaba listo para enfrentarlo. No estaba listo para perdonar.
De repente, la puerta de la habitación se abrió con un suave crujido, y la figura de Rafael apareció en el umbral, con una expresión seria. No tenía que decir nada; su mirada lo decía todo.
- La batalla no ha terminado.
Sus palabras fueron directas, pero Adrián, por primera vez, no se sintió derrotado por ellas. Rafael los había guiado en la lucha, y ahora sentía que su propio corazón se fortalecía con la presencia de su amigo.
-Es hora de salir de aquí. -Rafael caminó hacia ellos, sus ojos resolutos. - La dimensión se está colapsando, y ustedes lo saben. No podemos seguir ocultándonos en nuestras habitaciones. Hay algo más por hacer.
Adrián asintió lentamente, aunque el peso de sus pensamientos seguía ahogándolo. Elías, al ver la decisión en los ojos de su hermano, tomó su mano y la apretó con fuerza.
-¡Vamos! -dijo Elías, animado -No podemos quedarnos aquí, hermano. El espectro nos ha dejado cicatrices, pero juntos podemos salir de esto.
Rafael los miró, sus ojos llenos de confianza.
- Juntos. Eso es lo único que importa ahora.
Los tres se dirigieron hacia el umbral, determinados a enfrentarse a lo que quedaba por venir. Y, en el mismo momento, una sensación de unidad los envolvía. La magia blanca que había comenzado a crecer en sus cuerpos a lo largo de la batalla contra el espectro ahora les daba fuerzas renovadas.
Al entrar en el pasillo principal del colegio, los tres se detuvieron. La luz de la mañana brillaba a través de las ventanas rotas, iluminando lo que una vez había sido un espacio de oscuridad.
Todo a su alrededor, desde las paredes hasta las puertas, estaba cubierto de restos de sombras. Pero al mirar al frente, los tres se dieron cuenta de que el regreso al mundo real había comenzado.
El espectro había sido derrotado. Las sombras se desvanecían, y el colegio comenzaba a transformarse en lo que alguna vez fue: un lugar de esperanza y educación. Los niños ya no estaban atrapados, pero a pesar de todo, algo seguía sin resolverse.
Al fondo del pasillo, una puerta se abrió con lentitud, revelando a los padres de los gemelos y a las familias de los otros niños atrapados, esperando, ansiosos, su regreso. La sorpresa en sus rostros era evidente, pero también había algo más.
Un peso en el aire, como si los niños hubieran regresado de un lugar que ningún adulto podría comprender. Pero las palabras no eran suficientes. No podían expresar lo que habían vivido, lo que realmente había sucedido.