El sol había comenzado a caer, tiñendo de un naranja rojizo el horizonte, pero la oscuridad volvía a cobrar fuerza en las sombras de la noche que se cernían sobre el colegio.
El aire, cargado de tensión, parecía volverse más denso con cada paso que los gemelos y Rafael daban por los pasillos del colegio, como si cada respiración se viera sofocada por el peso de los secretos que aún permanecían guardados en esas paredes.
Las almas liberadas, las dudas y las mentiras flotaban en el aire. Pero, a pesar de haber derrotado al espectro, el eco de la oscuridad no se desvaneció completamente.
Los tres sabían que algo más se ocultaba en las profundidades, en las sombras que nunca terminaban de desaparecer. La dimensión había colapsado, el espectro había regresado al inframundo, pero los tres, especialmente Adrián, sabían que no todo estaba resuelto.
Elías, mientras caminaba por el pasillo, observaba de reojo a su hermano, notando la angustia que aún lo envolvía. Adrián no había hablado mucho desde el reencuentro con sus padres, y la tensión entre ellos, aunque invisible a los ojos de los demás, estaba siempre presente.
El silencio en el aire era tan pesado que, al caminar, las huellas de sus pies parecían resonar con un eco extraño que les resultaba incómodo.
Rafael, que había estado mirando por la ventana con una expresión melancólica, se volvió hacia ellos.
- ¿Qué vamos a hacer ahora?- preguntó, su voz sombría. - Nos enfrentamos al espectro, pero esto no ha terminado, ¿verdad?
Adrián cerró los ojos y respiró profundamente. Algo en su interior le decía que la oscuridad nunca se iría.
- No,- murmuró. - Esto no ha terminado... no completamente.
Elías, al escuchar las palabras de su hermano, sintió una punzada en su corazón. Aunque había liberado a los niños atrapados, aunque el espectro había desaparecido, sentía que la tensión nunca se desvanecería por completo.
¿Cómo podrían seguir adelante si lo que vivieron seguía acechándolos?
La noche cayó en su totalidad, y el viento comenzaba a aullar fuera de las ventanas, trayendo consigo un frío que no era natural. Los tres se reunieron en la biblioteca del colegio, buscando respuestas en los libros antiguos, pero algo extraño ocurría.
Mientras hojeaban las páginas, las letras comenzaban a desvanecerse antes de sus ojos, como si la realidad misma estuviera cambiando. ¿Era posible que la oscuridad todavía tuviera algún poder sobre ellos?
- Esto no es posible - murmuró Rafael, frunciendo el ceño mientras observaba las páginas que se borraban ante su vista - Esto no es normal.
Adrián no respondió de inmediato. Se acercó a la ventana, mirando hacia la oscuridad que se extendía más allá de los muros del colegio.
- No es normal,- murmuró, como si hablara para sí mismo -Pero... no podemos seguir ignorando lo que pasó.
El miedo se apoderaba de él. La idea de que el espectro pudiera haber dejado algo más allá de su influencia comenzaba a consumirlo. La sensación de que algo más estaba por venir, algo aún más oscuro, lo hacía sentir que el peligro estaba al acecho, esperando para volver a sumergirlos en la oscuridad.
A medida que pasaba el tiempo, las siluetas de los compañeros que habían despertado se desvanecían. Los padres los abrazaban, pero las miradas se intercambiaban, cargadas de desconfianza. Elías sentía que sus padres lo miraban con ternura, pero no podía olvidar lo que habían hecho, lo que habían permitido.
La sensación de estar atrapado entre su necesidad de amor y la traición que sentía lo desgarraba cada vez que los veía. Mientras tanto, Adrián, con su mundo roto, apenas podía mirar a sus padres sin sentir el peso de la culpa sobre sus hombros.
La noche se profundizaba, y la sensación de terror psicológico comenzaba a tomar forma. A pesar de estar en casa, a pesar de la aparente normalidad, algo invisible los perseguía. El viento fuera de las ventanas comenzaba a gritar más fuerte, como si un presagio se estuviera desvelando.
De repente, el retrato de la dirección del colegio que colgaba en la pared empezó a desaparecer, como si el mismo rostro del director estuviera siendo borrado por un poder desconocido.
El viento dentro de la sala sopló con mayor fuerza, y una sombra fría pareció envolver el salón. Los rostros de los niños que habían sido liberados comenzaban a desaparecer en la penumbra, como si la misma realidad intentara devorarlos de nuevo.
- ¡Adrián! -gritó Elías, volviendo su mirada hacia su hermano. - ¡Mira!
El espectro apareció de nuevo, esta vez de una manera más aterradora. No era una figura sólida. Era un vacío, una ausencia de la que emanaba el mismo terror que había acosado a los gemelos durante toda la pesadilla. La luz del salón comenzó a parpadear, y las sombras se extendieron por cada rincón.
Adrián, sin pensarlo, extendió las manos, invocando la magia blanca que aún residía en su cuerpo. La luz se desbordó como una onda que chocaba contra las sombras, pero el espectro se desvaneció ante ellos, jugando con su mente.
- ¿De nuevo? - dijo Adrián, su voz temblorosa, pero firme. - ¡No volveremos a caer en esto!
Pero la presencia del espectro no se desvanecía. El vacío de su ser parecía absorber todo lo que tocaba. Los tres se miraron, sabiendo que el poder de la magia blanca aún era su única defensa.
La luz brilló más fuerte en sus manos, sosteniéndola con fuerza, pero algo en sus corazones les decía que este no era el final. El espectro tenía más poder del que pensaron.