El silencio se había hecho opresivo. El colegio entero parecía suspendido en un momento eterno, donde cada sonido se volvía sospechoso, y cada sombra parecía moverse con vida propia.
Adrián y Elías, de pie en mitad del pasillo vacío, podían sentir esa presencia invisible, ese eco de la oscuridad que no terminaba de marcharse, aunque la amenaza principal había sido destruida.
Elías, con el corazón acelerado, miraba de reojo a su hermano, intentando descifrar su expresión rígida y su mandíbula apretada. Elías lo conocía demasiado bien: Adrián estaba en guardia, su mente no podía dejar de analizar cada rincón, esperando el momento en que la pesadilla reapareciera.
-¿La sientes? -susurró Elías, sin atreverse a romper el silencio con un tono más fuerte.
Adrián asintió lentamente, sus ojos azules clavados en la oscuridad del pasillo que se extendía frente a ellos.
-Nunca se fue del todo.
Las palabras dejaron un escalofrío en la espalda de Elías. Aunque su mente quería creer que estaban a salvo, su intuición le gritaba lo contrario. La magia blanca que ambos habían despertado latía silenciosamente dentro de ellos, como si también presintiera el peligro que acechaba.
De repente, un leve susurro, casi imperceptible, cruzó el aire como un cuchillo invisible.
-Adrián... Elías...
Los dos hermanos se miraron al instante. La voz era familiar, pero deformada por algo... inhumano.
-¿Lo oíste? - preguntó Elías, ya temblando.
Adrián dio un paso adelante, sus manos levantadas con precaución, dejando que la energía de la magia blanca se acumulase lentamente. Todo su cuerpo estaba en tensión, los sentidos aguzados.
-Está aquí... - murmuró Adrián, y en ese momento, una ráfaga de viento gélido les atravesó la piel.
Del fondo del pasillo surgió una silueta nebulosa, no completamente sólida, pero tampoco una simple ilusión. Era el espectro, o lo que quedaba de él, un remanente aferrado a la realidad por pura ira y rencor.
El espectro no habló, pero sus intenciones eran claras: su figura se lanzó hacia ellos, las sombras extendiéndose como zarcillos oscuros que amenazaban con envolverlos de nuevo.
-¡Ahora, Elías! -gritó Adrián.
Ambos gemelos levantaron sus manos al unísono, y la magia blanca brotó en un destello cegador. El pasillo entero se inundó de luz, y la sombra chilló, un sonido desgarrador que hizo vibrar las paredes.
Pero algo cambió. La luz no solo empujó al espectro, sino que lo fragmentó, haciéndolo tambalearse. Entre los gritos deformados, Elías distinguió algo... unos ojos, unos ojos llenos de miedo, escondidos detrás del odio del espectro.
-¡Espera, Adrián! -gritó Elías, jadeante. -¡Mira!
Adrián dudó un segundo, su magia vacilando por un instante. A través de la descomposición de la sombra, vieron algo sorprendente: un destello de humanidad, como si un alma hubiera estado atrapada todo ese tiempo, perdida en la oscuridad del espectro.
-¿Qué es eso? - susurró Adrián, desconcertado.
Pero antes de que pudieran procesarlo, la sombra explotó en mil fragmentos, desvaneciéndose en una lluvia de cenizas negras que lentamente se disiparon en el aire.
El pasillo quedó en completo silencio, salvo por las respiraciones agitadas de los gemelos. Todo estaba quieto otra vez. Demasiado quieto.
Elías se dejó caer contra la pared, temblando, mientras las lágrimas le escurrían por las mejillas.
-¿Se acabó... de verdad esta vez?
Adrián no respondió al principio. Su mirada estaba fija en el punto donde el espectro había desaparecido. Algo en su interior le decía que esta batalla solo había sido un capítulo más. Que aunque la amenaza inmediata hubiera sido neutralizada, había misterios sin resolver, capas más profundas de oscuridad que aún no comprendían.
Finalmente, Adrián se volvió hacia su hermano y lo abrazó con fuerza.
-No lo sé, Eli... pero mientras estemos juntos... podemos enfrentarlo.