El colegio se había sumido en un silencio inquietante, uno que parecía respirar por sí solo, cargado de una presencia invisible pero cada vez más opresiva. Aunque el espectro había sido derrotado y muchos creían que la pesadilla había terminado, Adrián, Elías y Rafael sabían la verdad: la oscuridad nunca se había marchado del todo.
Desde aquella noche, sueños oscuros y susurros apagados comenzaron a atormentar a los tres. En cada esquina del colegio, se podían sentir ráfagas heladas que se deslizaban, como si alguien o algo vigilara constantemente. Pero lo más inquietante era la presencia de ese niño atrapado... el alma que suplicaba libertad, su voz cada vez más desesperada, más desgarradora.
-Ayúdenme... por favor...
Elías despertaba casi todas las noches empapado en sudor, con los sollozos de aquel niño resonando en sus oídos. Sus sueños estaban plagados de imágenes confusas: un aula abandonada, pasillos cubiertos de sombra, y ese niño, siempre ese niño, con los ojos grandes y llenos de terror infinito.
Adrián, aunque menos expresivo, también lo sentía. A veces, al tocar las paredes del colegio, temblaba ligeramente, percibiendo la vibración de la magia negra que aún latía en sus entrañas. Sabía que no podían detenerse. Ese niño necesitaba ser liberado, y había algo aún más peligroso que lo retenía: un nuevo enemigo espectral, una entidad más astuta, más retorcida, que había surgido de los restos del espectro anterior.
Este nuevo espectro no solo absorbía almas, sino que se alimentaba de la magia blanca de los prisioneros más poderosos. Y aquel niño ese niño que suplicaba, poseía un don único, un poder blanco tan intenso que lo convirtió en la joya más preciada para la oscuridad. El espectro se negaba a soltarlo, aferrándose a su esencia, reteniéndolo en una prisión más profunda que cualquier cápsula anterior: una jaula de sombras vivas.
Las semanas avanzaron, y los rumores entre los alumnos comenzaron a crecer. Se decía que en los corredores más antiguos, especialmente cerca de la biblioteca oculta, se escuchaban pasos cuando no había nadie, o que las luces parpadeaban siempre a la misma hora de la noche. A veces, las puertas se cerraban solas, y en ocasiones, los espejos devolvían reflejos que no eran los tuyos.
Rafael, siempre observador, decidió seguir los rastros de energía oscura que comenzaban a dejarse sentir con mayor intensidad. Exploró aulas olvidadas, sótanos húmedos, y corredores que parecían haber sido cerrados durante décadas. La oscuridad se movía, y cuanto más se adentraba en esos lugares, más sentía la presencia viva del nuevo enemigo espectral.
Mientras tanto, Adrián y Elías rastreaban las visiones del niño, descubriendo que su prisión estaba envuelta en un lugar que parecía cambiar constantemente, como si la misma dimensión oculta se retorciera para esconderlo. El niño, en sus lamentos, relataba fragmentos de recuerdos: un aula sellada, una enorme cruz pintada en la pared, y el sonido incesante de cadenas golpeando el suelo.
Una noche, mientras Rafael exploraba la antigua capilla del colegio, que había sido clausurada muchos años atrás, sintió un estremecimiento tan intenso que casi cayó de rodillas. El aire se volvió espeso y frío, como si la capilla misma respirara oscuridad.
Rafael levantó la mirada y, a través de los vitrales rotos, percibió una sombra que desapareció en las alturas, hacia la parte más alta del colegio: la torre del campanario.
Empujado por un impulso inexplicable, subió las escaleras de piedra que crujían bajo su peso, sintiendo cómo la atmósfera se volvía más asfixiante con cada escalón.
Cuando llegó a la cima, se encontró con algo que lo hizo detenerse en seco: en el centro de la sala circular, iluminada por la luz mortecina de la luna, había una enorme mancha negra en el suelo, pulsante, como un corazón latiendo lentamente.
Sobre ella, flotaban pequeños fragmentos de vidrio y trozos de papel antiguo, girando en círculos lentos, envueltos en una energía densa y pegajosa. Y entonces, escuchó la voz.
-Aquí... aquí está encerrado...
Rafael retrocedió un paso, su corazón golpeando con fuerza en su pecho. Sabía que había encontrado el nuevo núcleo oscuro, el lugar donde la oscuridad había concentrado su poder... y donde el alma del niño estaba más cerca que nunca, esperando la salvación.
Con los ojos abiertos de par en par, Rafael sacó su teléfono y envió un mensaje urgente a Adrián y Elías:
Lo encontré. Torre del campanario. Vengan ya.
Mientras esperaba su llegada, Rafael sintió cómo las sombras comenzaban a agitarse a su alrededor, como si supieran que su secreto estaba a punto de ser desvelado.