La noche se había vuelto espesa y casi irrespirable, como si el colegio entero estuviera sumergido en un sueño que no terminaba de desvanecerse. Adrián y Elías subían las escaleras hacia la torre del campanario, donde Rafael los esperaba.
Cada escalón crujía bajo sus pies, pero lo que más los perturbaba era la presencia intangible que se sentía cada vez más intensa, como si la misma oscuridad se alimentara de su miedo.
Mientras subían, Elías se detuvo de pronto, agarrándose la cabeza con fuerza. Cayó de rodillas, jadeando, y Adrián se inclinó junto a él.
-¿Elías? ¿Qué pasa?
Pero Elías no respondió. Sus ojos se habían perdido en algún lugar lejano, y su cuerpo temblaba violentamente. Estaba atrapado, arrastrado por una visión que lo sumía en un abismo más profundo que nunca.
Frente a él, apareció un aula olvidada, cubierta de polvo y telarañas, iluminada solo por la luz de una vela solitaria. En el centro del aula estaba el niño el alma atrapada.
Sus cabellos eran del mismo tono rubio claro que los suyos, sus ojos idénticos: grandes, azules y brillantes. Llevaba el mismo uniforme que ellos, pero su rostro estaba marcado por una expresión de dolor eterno.
El niño levantó la vista, y cuando sus ojos se cruzaron con los de Elías, fue como si un espejo se hubiera materializado entre ellos.
-Soy... como ustedes... - murmuró la figura con una voz que era un suspiro y un lamento al mismo tiempo. - Fui elegido... igual que ustedes lo fueron...
Elías intentó hablar, pero su voz no salió. Solo pudo mirar cómo aquel niño se abrazaba a sí mismo, temblando, atrapado en una jaula invisible.
-Ellos me prometieron protección... un lugar en la luz... pero me entregaron - La voz del niño era desgarradora, y cada palabra se convertía en cuchillas invisibles que perforaban la mente de Elías - Fui el primero... la primera alma entregada... la pieza clave para sellar el pacto.
La escena cambió bruscamente. Ahora Elías veía aquel mismo niño rodeado por figuras encapuchadas, que murmuraban en un lenguaje antiguo mientras lo rodeaban, alzando las manos hacia él.
Una sombra negra se descolgó del techo y descendió como una masa viscosa, envolviendo lentamente al niño, tragándolo mientras él gritaba, extendiendo la mano en un último intento de escapar.
-No me dejaron morir... no me dejaron vivir... Solo existo... aquí... atrapado...
El lugar volvió a transformarse. Ahora Elías estaba en lo que parecía ser un reflejo distorsionado de la torre del campanario, donde cientos de espejos flotaban en el aire, cada uno reflejando al niño atrapado en diferentes posturas: suplicando, llorando, resistiendo.
En uno de los espejos, sin embargo, Elías se vio a sí mismo, pero algo lo heló hasta los huesos: su reflejo y el del niño eran idénticos, pero solo el reflejo lloraba lágrimas negras. Un susurro le acarició el oído:
-Eres parte de mí... y yo... de ti.
- ¡Elías!
La voz de Adrián retumbó en la mente de Elías, sacándolo violentamente de la visión. Elías jadeó, aferrándose al brazo de su hermano mientras sus ojos todavía reflejaban el terror profundo que acababa de experimentar.
-Lo vi... Adrián... ¡lo vi todo! -exclamó, con lágrimas corriendo por su rostro.
- ¿Qué viste? ¿Qué pasó? - preguntó Adrián, sosteniéndolo con fuerza.
Elías, temblando, susurró:
-Ese niño... ¡somos nosotros! Es idéntico a nosotros... ¡fue el primero en ser entregado! Él... él nunca murió. Su alma está fusionada a este lugar, y por eso no puede escapar. ¡Nos está pidiendo ayuda... está atado a nosotros de algún modo!
Adrián tragó saliva, su corazón golpeando con fuerza en su pecho. La conexión que había sentido siempre con ese niño ahora tenía un sentido aterrador. Rafael apareció en la cima de las escaleras, jadeando tras correr.
-¡El núcleo está en la torre! - dijo rápidamente.
-Elías tuvo otra visión,- explicó Adrián. - Y ese niño... es como si fuera parte de nosotros.
Rafael los miró con los ojos abiertos de par en par.
- Entonces lo que vi... tiene sentido.
- ¿Qué viste?- preguntó Elías con la voz quebrada.
Rafael respiró hondo.
-La sombra... no solo custodia ese núcleo de oscuridad... la está protegiendo porque ese niño, el alma atrapada... es el verdadero corazón del pacto. Sin él, toda la magia negra de este lugar se desmorona. Por eso no pueden dejarlo ir.
Los tres se quedaron en silencio, procesando lo que eso significaba. El vínculo era más profundo de lo que jamás imaginaron.
-Debemos liberarlo,- dijo Adrián con decisión, la voz llena de gravedad. - Cueste lo que cueste.
Y en ese momento, las paredes a su alrededor retumbaron, como si el colegio mismo hubiera escuchado sus palabras y se preparara para la última gran batalla.