Los Orbes Cosmicos

AVENTURA EN LA ISLA MISTERIOSA

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AVENTURA EN LA ISLA MISTERIOSA

La crónica de mi llegada a la isla que cambió mi vida.

 

–En los tiempos antiguos los españoles creían en la existencia de “El Dorado”, una tierra mítica que guardaba inimaginables tesoros, la cual se encontraba escondida en alguna parte del nuevo continente. Aunque fueron muchas las expediciones que los reyes hicieron para encontrar la fantástica tierra, esta jamás fue encontrada.

Mientras el profesor Rosendo explicaba esto, parecía que él mismo estaba quedándose completamente dormido ante el tono de su voz, y lo aburrido de su tema. ¿Cuándo terminará esta tortura? Esto era lo que pasaba por mi mente, al tiempo que la cátedra continuaba dando más y más detalles de aquella mitología. Por inercia, miré el reloj de pared que se encontraba colgado arriba del pizarrón. Hacía días que se le había acabado la pila, pero era reconfortante verlo ahí, a cinco minutos de la hora de salida, provocándonos la sensación de que la clase por fin estaba terminando.

–Algunos historiadores creen que realmente existió aquella civilización avanzada y rodeada de toda clase de maravillas, aunque tal nunca se pudo descubrir hasta nuestros días…

La voz del anciano profesor era casi hipnótica. Aunque generalmente se escuchaba suave y relajado, como un abuelito contando una anécdota que hubiera vivido hace cien años, mi agotamiento cerebral era tanto que no escuchaba otra cosa más que una voz grave distorsionándose cada vez más.

–¡Jaime Platas!– dijo de repente la voz del profesor –¡Siéntese derecho!

Acomodé mi espalda en el respaldo de la butaca y continué tratando de mantener la cordura ante aquella tediosa tarea. ¿Era mi culpa que la clase fuera tan aburrida que involuntariamente me estuviera quedando dormido? ¿Por qué no se había jubilado ya ese profesor? ¡Debía tener como 90 años! Miré al resto de mi clase. Todos pensaban lo mismo que yo: “¡Si no se hubiera acabado esa maldita pila!”.

Por supuesto, algunos estudiantes tenían sus relojes de muñeca, incluyéndome, pero el profesor insistía en que nos los quitáramos durante su clase, bajo la advertencia de mandarnos inmediatamente con la directora si llegábamos a sacarlo. Él nos decía que los relojes lo alteraban mucho, por lo que no podía ver uno sin pegar gritos de espanto. En fin, el caso era que hasta que el profesor de la siguiente clase entrara al salón y el profesor Rosendo se marchara, nadie podía ver la hora.

Con la cabeza debajo del pupitre, tomé mi reloj del interior de mi mochila y vi la hora. Faltaban 6 minutos para que terminara la clase, pero otras 3 horas para que terminara el horario del día. Aquello no importaba, pues las clases siguientes eran mis favoritas: Biología, Educación física y Educación Cívica. Aquellas materias eran las que se me daban mejor, al contrario de Historia, que era principalmente la hora de la siesta para la mayoría de los estudiantes.

Antes de ceder a la necesidad de dormir que provocaba el escucharlo, dirigí mi vista hacia el profesor, que parecía estar cediendo, igual que nosotros, a su arrulladora voz que se distorsionaba más, y más…

Escondan el primer Orbe. Nada impedirá la conquista.

 Un descomunal objeto metálico oscuro brillaba en lo que parecía ser una parte cercana del espacio exterior. El esférico artefacto centelleaba con un lejano destello solar opacado por la sombra de un gigantesco planeta rodeado por un anillo. Un rayo cósmico con una fuerza devastadora lanzó una luz roja que dio a parar en alguna parte del planeta azul que tenían frente a ellos… entonces un porrazo en la cabeza me despertó.

–¡Le dije que se esté derecho! La clase ya casi termina, señor Platas.

Sobándome la nuca, me volví a acomodar en la silla. Rosendo continuó con su agonizante cátedra sólo para ser interrumpido una vez más por la llegada de la subdirectora.

–Disculpe usted, profesor. La dirección busca a Jaime Platas. Hijo, toma tus cosas y acompáñame. Tu padre acaba de llegar por ti.

–¡No otra vez!– suspiré.

Mientras era escoltado por la subdirectora y algunos trabajadores sociales, se me dio la indicación de que debía vaciar mi casillero, cosa que no me sorprendió. Cuando terminé esto, me acompañaron a la salida, donde mi padre me esperaba en una limusina blanca.

–Adiós para siempre, profesor Rosendo. Adiós para siempre, México.

 –Hijo– comenzó mi padre, cuando llegué y el mayordomo me abrió la puerta del auto –Imagino que a estas alturas ya no hace falta dar explicaciones.

–Sólo démonos prisa, papá. Estoy harto de todo, y ya no aguanto esta escuela. Es con mucho la peor en la que he estado.

El chofer condujo hasta el aeropuerto. De ahí los criados subieron una infinidad de maletas a nuestro avión privado. ¡Estaba tan cansado de esta rutina!

–¿A dónde vamos esta vez?

–Mientras Sislock esté sobrio, me da igual a dónde nos lleve. Tú sabes que es urgente. Si no fuera así, no te hubiera sacado de la escuela, hijo.

–¿Dónde está Alex?



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En el texto hay: monstruos, aventuras, aliens

Editado: 27.04.2020

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