Los Orbes Cosmicos

3. ADAPTÁNDOSE

ADAPTÁNDOSE

De lo que mi padre hizo para establecernos en Villa Gris.

 

–Bueno, chicos– dijo mi papá en la mañana –Hasta que Rododendro encuentre la manera de ayudarnos, tendremos que quedarnos en Villa Gris, y como no tenemos casa ni dinero, se puede decir que oficialmente comienzo desde cero, por lo que supongo que sería prudente que lo primero que haga hoy sea buscar trabajo.

–Yo no me preocupo, padre– dijo Alex –Seguramente alguien con tu talento puede hacerse millonario en un pueblucho como Villa Gris antes de que acabe el día.

–Me gustaría pensar que puedo, muchachos, pero no es tan sencillo. Seguramente entenderán que lo que hicimos ayer está mal y que solo lo hice como una estrategia desesperada para conseguir dinero para dar comida y cobijo a mis hijos antes de que llegara la noche.

–¿Mal?– dije con sarcasmo –¿Te refieres a engañar, estafar y envenenar a la gente? ¡No me lo imaginaba!

–El asunto es que el dueño del hotel me prestó el periódico y estoy muy interesado en algunos empleos, así que no me esperen para almorzar, y no se olviden de alimentar a Duke.

Y dicho esto se retiró de nuestra vista. ¿Era en serio? ¿Comenzar de nuevo desde cero? ¿Se había resignado a quedarse en la isla y olvidarse de su fortuna, que de poco nos servía si el resto del mundo no sabía que Farland existía?

–Tal vez yo debería ocuparme también de mis asuntos– le comenté a Alex –Ya sabes, buscar una escuela, amigos…

–¿Tú? ¿Con amigos?– preguntó sorprendido.

–¿Por qué no? Creo que nos vamos a quedar aquí un largo tiempo.

–Tú no puedes hacer amigos– dijo Alex –Eres sarcástico, amargado y antisocial.

–Puedo hacerlo– respondí.

–Pagaría por verlo.

A donde quiera que mirara, Villa Gris me impresionaba, pues estaba muy lejos de parecerse a cualquier otra ciudad que hubiera visto en la vida, al menos, fuera de las caricaturas o las historias de ciencia ficción. Decidí caminar un par de calles para dar la vuelta y ver qué había más allá de la Plaza. Entonces llegué a un parque con jardines grandes y árboles coloridos. Junto a un kiosko que vendía jugos de frutas, unos niños jugaban a las atrapadas usando unas gorritas con hélices que de alguna manera inexplicable lograban mantenerlos en el aire, mientras, debajo de ellos, una anciana arrojaba pequeñas rondanas de aluminio para alimentar a las palomas mecánicas. A pocos metros de ahí, algunos jóvenes que jugaban con un frisbi se detuvieron cuando este quedó atorado en un árbol. Entonces este, para sorpresa mía, levantó una de sus ramas y como si se tratara de una mano, se quitó el frisbi y lo arrojó lejos. Entonces, un búho de plumas moradas lo atrapó en el aire y lo dejó caer en las manos del que debía ser el dueño del ave antes de posarse sobre su lomo.   

–Bien hecho, Duggan– felicitó a su animal para después devolver el frisbi a los jóvenes –Mira, ahí viene Hickel, parece que sacó a pasear a su faisán.

Levantó su mano para saludar a un hombre que parecía luchar para que su mascota, una horrenda ave de dos metros de altura[1], no lo arrastrara.

Linda, por favor, ¡No, Linda! ¡Detente! ¡Quiero descansar un momento! Además, dejamos mi monedero en la farmacia. ¡Por favor, para! ¡Por qué no compré mejor ese flamingo que me dejaban a mitad de precio!

Ignorando a aquel monstruo, tomé asiento junto a un arroyo artificial, donde algunas moscas gigantes volaban intentando alcanzar pequeños sapos para comérselos.

–Hola, Hickel.

–¡Qué tal te va, Kazinsky!– le respondió, mirando el ave en su lomo –Veo que compraste esa Lechuza Magenta que querías.

–Así es. Justo ahora la saqué para entrenarla un poco y verla estirar sus alas. Nada mejor que salir a pasear con tu ave, aunque veo que tú sabes perfectamente de qué hablo.

–Linda era muy obediente cuando era una polluela, pero ahora no sé qué hacer con ella. ¡Me lleva de un lado a otro como si fuera un muñeco de trapo!

–Es que no eres firme con ella– respondió Kazinsky, acariciando el buche del enorme pájaro –Además, las aves aprenden por imitación. Seguramente lo que Linda necesita es convivir con aves tranquilas y entrenadas para aprender a obedecer. Deja que le presente a Duggan.

–No creo que eso sea buena idea– respondió el hombre, pero su amigo ya se encontraba frente al ave, sosteniendo al búho en su brazo.

–Mira, Linda. Quiero que conozcas a Duggan. Duggan, saluda a…

Antes de terminar de decir esto, el pájaro se había abalanzado sobre el búho y lo devoró de un solo mordisco.

Decidí ir a buscar algo de comer y encontré un puesto donde vendían frutas de formas prismáticas y texturas extrañas. Pedí una ensalada y un jugo y me senté en otra banca cercana a ver a un grupo de niños que se entretenían haciendo competir en una carrera a sus mascotas, que eran parecidas a calabazas de goma que se movían dando rebotes.



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En el texto hay: monstruos, aventuras, aliens

Editado: 27.04.2020

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