Los Orbes Cosmicos

4. JIMSTINE

JIMSTINE

Los nuevos amigos que hice al asistir a la escuela.

 

No pasó mucho tiempo para que el extraño efecto de la farlandización de mi padre se hiciera presente en lo que se volvió nuestro modo de vida cotidiana. Ahora que su mente estaba liberada de las ataduras de las reglas y la cordura misma, cada día la servidumbre se la pasaba corriendo hacia todas direcciones, intentando mantener complacidos los gustos excéntricos de mi padre.

–¡Cerditos!– balbuceaba Petronila, una de las amas de llaves, mientras regresaba de la ciudad con toda clase de adornos, figuras y cuadros enmarcados con figuras de estos animales –¡Debo ponerlos por toda la casa! ¡Es el animal favorito del señor Platas!

–Escuchen– decía Policarpus a la banda instrumental que acababa de hacer traer a la casa –Al amo Platas le gusta escuchar música de elevador en la mañana cuando lee su periódico.

–¿Qué es un elevador?– preguntó uno de los músicos farlandianos, que llevaba un extraño instrumento que parecía un aro para lanzar burbujas rodeado por agujas de transmisión

–Yo sé lo que es un elevador– respondió el maestre de la banda, que llevaba un instrumento parecido a una trompeta con varios tubos de escape –Lo que no entiendo es cómo los usan para tocar música.

Esa mañana, mientras esto ocurría y nosotros desayunábamos, mi padre se veía tan complacido que evité volver a comentarle que a escasos 13 días de que terminara el ciclo escolar no tenía sentido que empezáramos a asistir a la escuela. Claro, muy en el fondo tenía interés en saber cómo era la educación en Farland, siendo que mi padre había escuchado muy buenos comentarios acerca del colegio Jimstine.

–Escuché que cuando los farlandianos nacen, son llevados a un centro de educación hasta los 5 años de edad– explicó mi padre mientras desayunábamos –Ahí los conectan a una máquina que los alimenta e implanta conocimientos básicos como leer, contar, colores, nombres, y demás. Cuando ya están listos, son regresados a sus hogares y se les hace un examen para determinar sus aptitudes. Después, cuando ingresan a Jimstine, se deciden las materias que habrán de cursar de acuerdo al plan de vida que se les elabora. ¿No es genial?

–Sólo espero que no nos hayas inscrito en una escuela donde nos metan cables en el cerebro– dijo Alex con preocupación.

–El director opina que para la edad que han alcanzado ustedes, no es necesario. Además, cuando se adquiere más edad, se vuelve indispensable hacer las cosas mediante la práctica para ganar experiencia. Dicen que ha habido casos en los que se implantan conocimientos de Anatomía y Medicina a un joven y luego lo meten a trabajar de cirujano, pero cuando este intenta hacer un corte, sus manos son demasiado torpes por falta de práctica y eso no termina bien.

Dio un trago a su jugo y abrió los ojos. Enseguida lo arrojó al jardín, donde segundos antes, Ricardo, el jardinero, había estado podando todos los arbustos para que tuvieran forma de ranas. Entonces hubo una explosión que consumió toda la jardinera.

Mi padre se levantó inmediatamente y sacó su florete, justo a tiempo para detener una estocada mortal de Javier, otro de los mayordomos, quien tras ser el único de ellos que también había aceptado ser farlandizado, se convirtió en su instructor de esgrima.

–¡Buen intento!– exclamó mientras ambos combatían –Pero usaste los explosivos 4 veces ayer. ¡Era algo predecible!

–¿También el que puse en su sombrero, señor?

Lanzó su sombrero al aire y este explotó sonoramente. Mi padre decía que su vida como empresario ya no le era tan placentera como antes, así que había solicitado a Javier hacía ya algunos meses que intentara matarlo de vez en cuando para hacer interesantes sus mañanas. Mi padre, al verse momentáneamente superado ante las veloces estocadas de Javier, dio un salto para subir a la mesa y ahí lo desarmó. Alex y yo no volteamos a verlo. Para ese entonces ya estábamos acostumbrados. Oficialmente nuestra vida ya había vuelto a la normalidad.

Cuando me terminé mi cereal, tomamos nuestras mochilas y mi padre nos acompañó a la puerta para despedirnos.

–No lo olviden, muchachos. Si los ataca un dinosaurio en el camino, denle un golpe en la nariz y los dejará en paz.

Alex y yo nos miramos con expresión de perplejidad tratando de entender su humor.

–Es un chiste que me contó el director de la escuela mientras los estaba inscribiendo.

Los dos tomamos nuestras loncheras de las manos de Fransuá, y nos precipitamos a la escuela.

–¿Crees que sea verdad lo que dijo papá sobre los dinosaurios?

–¡No sean tonto!– respondió mi hermano –Es una broma, y si me lo preguntas, una de muy mal gusto.

–Pero ya hemos visto criaturas realmente grandes en la ciudad.

–Animales mecánicos– respondió con gesto de repugnancia –Simples atracciones para llamar la atención de otros pueblos. ¿Acaso no te has dado cuenta? Esta gente vive para que los visiten.

–Tal vez tengas razón– le dije, mientras miraba la hora.



#3467 en Ciencia ficción
#16840 en Fantasía

En el texto hay: monstruos, aventuras, aliens

Editado: 27.04.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.