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LA BATALLA LUNAR
De nuestra absurda batalla por el destino del universo.
Como el Trismegisto nos había dicho, el primer Orbe fue lanzado y Hestrim se apoderó de él usando su guante metálico. Su cuerpo, que a primera vista se me había figurado enclenque y en mala condición, de pronto se movió ágilmente, esperando el momento para atacarme.
El segundo Orbe fue suelto, y al apuntarlo con mi reloj, me di cuenta de que lo podía hacer flotar a voluntad.
Para mi sorpresa, Hestrim se puso en guardia, como si esperara una estampida. Extendió la mano y su Orbe se lanzó hacia el mío, por lo que yo imité su movimiento. Nunca me esperé que ocurriera lo que sucedió a continuación.
Salí disparado en medio de un relámpago rojo, demostrando la poderosa fuerza inestable de los Orbes al chocar uno con otro. Se formaron aros de energía que hicieron añicos todas las piedras lunares de los alrededores, y la luna misma se agrietó como si se tratara de un queso siendo cortado. Era una suerte que el sonido no se pueda propagar en el espacio, pues seguramente una explosión así en la tierra me habría dejado sordo.
–Nada mal para un primer intento– escuché a Hestrim a través del comunicador –Lamentablemente, como imaginé, eres demasiado predecible. Esto terminará muy rápido.
Una nube de polvo espacial se disipó y encontré que ambos Orbes seguían flotando entre la lluvia de escombros y el cráter partido en grandes grietas. Desde mi punto de vista, me parecía imposible que la luna resistiera una segunda colisión de Orbes.
–Trata de que el ángulo no toque la superficie esta vez– dijo, como si hubiera deducido mis pensamientos otra vez –Si otro rayo cósmico vuelve a golpear la superficie lunar, terminaremos este duelo entre un montón de rocas flotantes.
Dirigí el Orbe al de mi oponente, intentando seguir sus indicaciones, pero sin entender cómo hacerlo. Esta vez, al igual que él, me puse en guardia casi clavando mis pies en el polvo lunar y una segunda colisión nos fulminó a ambos.
Esta vez fue una ráfaga tan poderosa que creí que me dejaría ciego. Un poderoso rayo casi tan largo como el planeta mismo que estaba a mis espaldas, salió disparado en dirección al espacio profundo.
–Eso destruirá un par de planetas en la Galaxia del Triángulo– dijo mi oponente –Ninguno con vida, por supuesto, pero me habría gustado evitar ese sacrificio.
Los dos Orbes centelleaban, lanzando descargas de electricidad. Mi reloj estaba tan caliente que me quemaba la piel.
–Hemos consumido mucha energía. La energía de los Orbes es casi infinita, pero el choque entre ellos provoca reacciones químicas que cambian la composición de los elementos radiactivos que contienen. Eso es muy bueno. Los estamos transformando desde su estructura molecular, y con ello, eliminando su propiedad de poder ilimitado. Muy pronto mi Orbe no será más que una roca de berilio, o algún elemento similar. Continuemos.
…
Mientras esto ocurría, Portman era uno de los primeros en percatarse de la crisis que Hestrim había predicho.
–Se lo suplico– gritó Uranius –No le pido que me libere, sólo quiero que me ayude a colocarme en mi disco flotante.
–De ninguna manera, muchacho– dijo el líder de los Guardianes –Eres una amenaza para mi planeta y no pienso perderte de vista por nada del mundo.
Entonces las compuertas se abrieron y una ráfaga de disparos láser ennegreció las paredes de la sala de mando.
Portman se cubrió detrás de uno de los tableros de control y desenfundó su arma. Los disparos de los soldados zombis eran imprecisos, pero en el interior de una nave espacial esto era doblemente peligroso. Tenía que asegurarse de detenerlos antes de que rompieran algo y provocaran una explosión.
Rápidamente salió de su escondite y disparó a la cabeza de dos de los monstruos, pero a pesar de que el Guardián hacía gala de su puntería que nunca fallaba, los cascos protectores le impidieron desintegrar el artefacto en sus frentes.
Portman volvió a ocultarse de los disparos, que ahora eran más frenéticos. Sabía que no podría vencerlos, así que se dispuso a huir para buscar alguna manera de detenerlos.
–¡Por lo que más quieras!– gritó Uranius girando la cabeza –¡No me dejes aquí!
Pero Portman lo ignoró. Uranius se arrastró para intentar alejarse de los zombis, pero no lo consiguió. Los disparos estaban haciendo pedazos los tableros y las chispas quemaban la piel de su frente. Entonces sintió su disco de flotación bajo sus pies y se elevó fuera del alcance de los monstruos.
Wndrgrer, a los pies de los soldados zombis, lo había ayudado a recuperar su vehículo. Mientras los zombis se empeñaban en caminar hacia donde Portman había huido, el extraterrestre y su sirviente se encaminaban en dirección opuesta, hacia el lugar donde los Orbes esperaban su turno para participar en el duelo.
…
–Lo has hecho muy bien hasta ahora, muchacho– dijo el ente supremo –Pero tu Orbe ya no tiene nada de energía y se ha convertido en una roca flotante.
Dicho esto, utilizó su guante para desplazar el Orbe y este se estrelló contra el mío, produciendo descargas aún bastante fuertes, pero incapaces de partir planetas en dos, y finalmente mi Orbe rodó fuera del círculo. No estaba preparado para lo que ocurrió a continuación.