Se dice que, hace algunos años atrás —no se sabe específicamente cuántos— en la capital de Grecia, Fengári e Ílios se conocieron por vez ¿quinta? ¿décima? ¿quincuagésima? Nadie lo sabe aún.
Ellos se encontraron en una boda. Ella, siendo la hija de una mujer a la que todos temían; y él, siendo hijo del rey Theós, quien competía con la madre de ella por ver quién imponía más miedo.
A pesar de saber que su hermana se casaba en contra de su voluntad con un hombre al que no amaba, Ílios fue el primero en darle su bendición al que se convirtió en su nuevo cuñado.
Lo que nadie sabía era que ese matrimonio estaba arreglado, ya que su hermana estaba enamorada de otro hombre, Asterismoí. Pero a su padre poco le importaba eso, más aún con la fortuna que su nuevo yerno ofrecía al reino. "Lo más importante es una buena alianza, hija mía, y eso no lo conseguirás nunca con un plebeyo."
Ílios se sentía abrumado por la cantidad de personas que no dejaban de llegar para ver a los recién casados. Aunque desde su nacimiento supo que su vida no sería fácil, seguía sin acostumbrarse a tanta atención.
Iba caminando hacia la salida cuando tropezó con Iméra, la guardiana del reino, y su hermana, Nýchta. Se disculpó con ambas y siguió su camino hacia la parte trasera del castillo, donde creyó que no habría nadie.
Al llegar a una pequeña fuente en medio del inmenso jardín, adornado por miles de hermosas flores, se acercó al agua cristalina y mojó la punta de sus dedos. Al alzar la vista, pudo ver la silueta de una mujer en un rincón de la floresta.
Caminó lentamente para no asustarla, pero se detuvo sorprendido al ver cómo un brillo, junto con una luz blanca, salían de sus manos hacia el suelo, y luego aparecían flores de distintos colores.
Quiso acercarse más, pero al pisar una rama accidentalmente, el sonido alertó a la muchacha. Desde donde estaba, pudo distinguir -a pesar de la oscuridad- unos ojos brillantes con un degradé de gris a blanco. También notó algunos mechones blancos trenzados sobre su hombro.
Pero lo que más le llamó la atención fue el terror reflejado en su mirada: había sido descubierta haciendo algo prohibido.
Ella lo observaba desde la penumbra, pero podía distinguirlo bien gracias a la luz de la luna, que iluminaba su cabello rubio como el sol y sus ojos dorados. No le importó lo hipnotizante de su presencia: dio media vuelta, dispuesta a huir. Pero una mano sujetó su muñeca, impidiéndoselo.
—No te asustes, no te haré daño —le habló una voz grave, haciendo que su cuerpo se estremeciera.
No sabía por qué, pero juraría que conocía esa voz... más aún por lo que le hacía sentir.
Se dio la vuelta para enfrentarlo, pero nuevamente sus ojos la cautivaron. Quedaron congelados, ahí parados, mirándose. Ninguno sabía qué decir; estaban tan embelesados el uno con el otro que las palabras se les atoraba en la garganta.
Estaban tan cautivados que él no notó el momento en que su cabello pasó de un blanco más brillante que la luna a un castaño. Ella, por su parte, no percibió la presencia de alguien más.
Astéri observaba con curiosidad a la mujer que su hermano tenía frente a él, notando también que este sostenía ambas manos de la joven. La menor carraspeó, llamando la atención de los dos.
Fengári se ruborizó y comenzó a temblar al ser descubierta por segunda vez en la noche. No importaba la protección de su madre: si la descubrían utilizando un don prohibido, la matarían.
Ílios, en cambio, seguía algo mareado por las sensaciones que esos ojos le habían causado. No entendía cómo era posible.
—Hermano...— lo llamó Astéri. Él alzó la mirada, encontrándose con unos ojos casi idénticos a los suyos.—Padre quiere que regreses, va a presentar a la prometida de Vrochí.
Ílios la miró y asintió. Luego dirigió la mirada hacia atrás, pero la chica que lo había cautivado ya no estaba.
— Se fue hace unos segundos.
Intentó sonreír, pero solo logró una mueca. Astéri lo tomó de la mano y lo llevó de vuelta con los demás invitados.
Theós estaba en lo más alto del balcón, junto al príncipe Vrochí, esperando a Ílios.
El joven príncipe hizo su aparición junto a su hermana. Subieron las escaleras y se colocaron junto a su padre.
—Bienvenidos todos a la boda de mi hija menor, Astéri.
Los invitados aplaudieron y ofrecieron felicitaciones.
—Pero hoy no solo celebramos este maravilloso acontecimiento. También anunciamos el compromiso de mi sobrino, el príncipe Vrochí, con la hija de nuestra protectora real, Fengári.
Theós extendió la mano hacia atrás y recibió la de una muchacha.
Una hermosa joven de cabello claro y ojos grises se acercó a su prometido y tomó su mano. Él la levantó a la vista de todos y besó su dorso antes de atraerla hacia sí por la cintura. Los aplausos no se hicieron esperar.
Ílios no sabía nada de ese compromiso. Su primo no le había dicho nada, y tampoco conocía a la prometida. Giró el rostro hacia donde estaban Vrochí y la joven... y una sacudida electrica recorrió su cuerpo al reconocerla.
Fengári sintió la mirada en su nuca. Sonrió cordialmente y se giró para saludar al rey. Pero unos ojos dorados, que la miraban como si fuera lo más hermoso del mundo, la hipnotizaron.
Intentó prestar atención a lo que su prometido le decía, disimulando las sensaciones que aceleraban su pulso. Vrochí la abrazó por la cintura, se acercó a Ílios y lo saludó con un apretón de manos. A pesar de saber que era la prometida de su primo, Ílios no podía evitar pensar que era la mujer más hermosa que había visto.
Sus ojos eran enormes, con un degradé de gris. Su nariz pequeña, tierna, adornada por pecas dispersas como salpicaduras de arte. Sus labios, en forma de corazón y naturalmente rojizos, le parecían perfectos.
Estaba fascinado por ella, pero debía quitarla de su mente antes de que fuera demasiado tarde.
Aunque... ¿quién dice que no lo era ya?