—¿Dónde se habían metido ustedes dos? —la pregunta hizo que Fengari e Ílios dejaran su conversación de lado para prestarle atención al Rey.
—El príncipe Ílios me estaba enseñando el lugar. —Fengari se sonrojó al ver la mirada divertida de su prometido desde el principio de la escalera. Él sabía que había pasado algo más; conocía demasiado bien a su mejor amiga.
—Nadie estaba despierto aún, así que decidí ir a caminar y me lo encontré.
Astéri, al igual que su primo, sabía que no había pasado solo eso. El hecho de que su hermano siguiera con la mirada a la joven, observando cada paso y movimiento que hacía, le afirmaba aún más su suposición de que estos dos se traían algo.
Nadie dijo nada más; todos se dirigieron a la mesa donde ya estaba todo el desayuno servido.
—Perdón la tardanza, mi caballo se puso algo loco —un hombre y una mujer venían hacia donde estaba Gi. Este se levantó de su asiento para ir a saludar a los extraños.
—Krýo —Gi abrazó al recién nombrado y luego tomó la mano de la chica junto a él para besarle el dorso—. Thermótita. Vamos, pasen, no hemos empezado aún.
Los nuevos invitados se sentaron en los dos asientos restantes del lado derecho de Gi.
De ese lado estaban Krýo, junto a Gi, manteniendo una charla; luego Ílios, quien tenía una conversación con Thermótita. Del lado izquierdo estaban Astéri, que intercambiaba algunas palabras con la recién llegada; a su lado, Fengari, quien era la única que no hablaba, al contrario del resto, y su prometido, que conversaba con Krýo.
Fengari vio cómo una de las sirvientas se acercaba a la mesa con dos charolas con frutas: una traía uvas y la otra manzanas, tanto verdes como rojas. Ella tomó una roja y la miró unos segundos. Luego sintió como toda la sangre le subía desde el cuello hasta instalarse en sus mejillas. Las manzanas rojas habían dejado de ser solo fruta: ahora tenían sabor a peligro.
Ella notó la mirada de alguien. Al elevar la vista de la fruta en sus manos, se encontró con los ojos dorados observándola, para luego bajar a la manzana. La vergüenza aumentó. Él sonrió mientras tomaba una manzana igual y, bajo la atenta mirada de la joven, le dio un mordisco.
Thermótita hablaba de algo poco interesante, pero se detuvo al notar cómo Ílios y Fengari compartían unas miradas demasiado intensas. Sintiendo celos por las sonrisas que se intercambiaban, decidió intervenir como mejor sabía: haciendo que otros se sintieran mal.
—Así que, ¿por qué la elegiste a ella como esposa? —la pregunta fue escuchada por todos en la mesa, aunque estaba dirigida a Vrochí.
Este sintió nervios al instante. Nunca pensó que le harían esa pregunta, ya que nadie nunca juzga a un príncipe.
—Simplemente porque la quiero —respondió lo más tranquilo que pudo.
—Claro que sí, pero ¿por qué a Fengari y no a una princesa de verdad? Que yo sepa, sigue teniendo el título de campesina.
Thermótita pronunciaba cada palabra con un desprecio apenas disfrazado.
Fengari bajó la mirada, avergonzada por lo que acababa de oír. Siempre había temido que la clasificaran, y sabía que esa etiqueta no se la podría quitar nunca. Odiaba llorar. Pero una lágrima se escapó sin poder evitarlo. La secó con furia, molesta por sentirse tan débil. Se levantó de golpe y salió corriendo por las escaleras, mientras más lágrimas caían sin permiso.
Desde niña, Fengari había aprendido a mostrarse fuerte. Había visto a su madre ser mirada por encima del hombro por nobles altivos, y había jurado no dejar que la humillación definiera su vida. Pero esta vez, esa sensación volvió a golpearla con fuerza, porque no era solo por ella: sentía que su historia, sus raíces, su identidad entera, eran puestas en duda. El dolor no era solo por lo que Thermótita había dicho, sino porque una parte de ella temía que fuera cierto.
Odiaba el drama, pero más aún, que la juzgaran.
—¿No irás tras ella? Es tu prometida, después de todo —la pelirroja intentó ocultar una sonrisa triunfante por lo que había logrado.
—Sabes, por gente como tú es por lo que la elegí a ella como esposa. Ella jamás haría sentir mal a otros por cómo los clasifican. Y mucho menos por celos de atención —tras decir eso, se marchó en busca de Fengari.
Ílios se levantó, ya sin ánimos de ingerir algo, y también salió, aunque sin que su hermano o alguien más supiera sus verdaderas intenciones.
Habían pasado un par de horas desde lo del desayuno, y Fengari no había salido de su escondite. Por contradictorio que suene, el único lugar donde podía estar tranquila era en la colina de los manzanos, donde había estado con Ílios antes. Ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí; solo sabía que caminó para calmarse y apareció en ese lugar.
Sentada en el borde de la colina, con los pies colgando al vacío, Fengari miraba la luz del sol. Desde allí podía ver el pueblo, a personas simples, en una vida simple y sin complicaciones. Extrañaba vivir como ellos, la simpleza de despertar cada mañana como una más.
Lágrimas volvieron a recorrer su rostro. No podía explicar el nudo en su garganta, las inmensas ganas de llorar que tenía. Ni ella entendía por qué, y eso le causaba más angustia.
—Tu prometido está buscándote por todo el castillo.
Fengari miró sobre su hombro a quien le hablaba y luego volvió su vista al frente.
—¿Cómo supiste que estaría aquí?
—No lo sé, ¿corazonada?
Ella no respondió ni lo miró. Solo se corrió un poco e hizo un gesto con la mano para que se sentara junto a ella.
Sin esperar más, Ílios se sentó. Aunque se moría por abrazarla, decidió que quería que ella tomara la iniciativa.
Pasaron algunos minutos en silencio. Una brisa leve movía el cabello de Fengari. Ella subió las piernas hasta su pecho y las abrazó, apoyando su mentón. Sentía que podía volver a llorar, y ni siquiera sabía por qué.
—Mi madre siempre dijo que era muy sensible y que debía cambiar, que sería fácil para otros manipularme —susurró, como temiendo que alguien más pudiera oírla, aunque sabía que estaban solos.