Los Orígenes

Capítulo V

Fengári se quedó inmóvil, con la piel erizada.
—¿Qué estás diciendo…?

Astéri se giró hacia ella con lentitud, como si llevara años esperando pronunciar aquellas palabras.
—Theós descubrió que mi madre era una bruja. La humilló ante los reyes invitados, la obligó a vestirse con su mejor túnica y le exigió que confesara si sus hijos tenían dones. Ella lo negó, para protegernos… y nos quitó la magia con su último conjuro. Pero cuando la mataron, sus hechizos se rompieron, y los dones regresaron a nosotros.

El silencio llenó la habitación, espeso, vibrante. Fengári apenas podía respirar.

—Eso… eso es terrible.

Astéri dejó caer varios vestidos sobre la cama y se volvió hacia ella.

Fengári la observó con detenimiento, como si analizara un reflejo ajeno.
—Ahora que te miro bien, tú e Ílios os parecéis más de lo que crees. Mucho más que él con Gi —Hizo una pausa, ladeando la cabeza—. Pero quizá sea solo una impresión mía.

Astéri se acercó al espejo y eligió un vestido color zafiro.
—Elige el que quieras. Hoy quiero que brilles. —Se ocultó tras una cortina para cambiarse.

—¿No tienes sirvientas para esto? —preguntó Fengári, buscando distraerse.

—Hoy quise hacerlo yo. —Su voz sonó distante, como si proviniera de otro tiempo—. Tengo mucho que contarte, y no confío en nadie más.

Mientras Astéri se maquillaba, Fengári la observó en silencio. Había algo casi sagrado en sus movimientos: cada trazo parecía un gesto de invocación. Astéri notó su mirada y le sonrió a través del espejo.

—Theós no es mi padre —dijo, con calma—. Ni el de Ílios.
—¿Qué…? —Fengári dio un paso atrás.
—Gi, por el contario, si es su hijo. Dos meses después de asesinar a mi madre, se casó con su amante. Ella tenía un niño. Pero Ílios y yo no tenemos su sangre. Claro, él no lo sabe.

Astéri le entregó varias prendas y le indicó que se cambiara tras un biombo.

—¿Por qué hablas de esto como si no doliera? —preguntó Fengári, mientras se vestía.
—Porque mi madre me preparó para este momento. Su muerte fue dolor… pero también legado. Y ahora, el tiempo se acaba.
—¿Qué quieres decir? —insistió Fengári.
Astéri no respondió. En su lugar, la empujó suavemente tras el biombo y cambió de tema.
—No hay tanto tiempo como parece.

Cuando Fengári salió, Astéri sonrió con aprobación.
—Estás preciosa. Vamos, ya casi es hora del banquete.
—¿Cómo? Faltan horas todavía.
—Afuera, sí. Pero aquí dentro, he hecho un pequeño truco. He usado un hechizo para acelerar el tiempo. Lo encontré en un grimorio antiguo. Era el único que entendí por completo.

—¿Un grimorio? ¿Puedo verlo?
—Claro. Está en la estantería.

Fengári lo encontró enseguida. El cuero estaba gastado, y las letras parecían moverse bajo la luz. Al abrirlo, una página llamó su atención.

—“O chrónos tha eínai chrónos, thélo to méllon na...” —leyó en voz baja—. Un hechizo para viajar en el tiempo… y está marcado.

Pasó otras páginas.
—Aquí hay otro… uno para ocultar la magia de una sorgina.
—Debe ser el libro que usó mi madre —dijo Astéri—. Luego lo revisamos. Ahora deja el grimorio, necesito poner el toque final. Quiero que Ílios no pueda apartar la vista de ti.

Un golpe en la puerta las interrumpió.
—Vamos, chicas, los invitados ya están llegando —se oyó la voz de Ílios.

—Ya bajamos —respondió Astéri. Se giró hacia Fengári, colocándole una diadema de plata entre los cabellos grises.
—Te queda perfecta, Ári.
—¿Ári? —preguntó, sorprendida.
—Sí. Me gusta. Y es más fácil. Puedes llamarme As.

Tomándola de la mano, la sacó de la habitación.
Al llegar al ventanal, Fengári se detuvo, maravillada por la magnitud del banquete: antorchas danzando como luciérnagas, música de liras, risas que se mezclaban con el vino y la política. Astéri la observó en silencio, sabiendo bien lo abrumador que era el primer encuentro con ese mundo.

Ílios, mientras tanto, soportaba con diplomacia las conversaciones de su padre. Harto, se disculpó y subió algunos escalones, justo cuando su hermana aparecía. Ella le sonrió, le dio un beso en la mejilla y le susurró:

—Ayúdale… pero disimula. Se te nota todo cuando la miras.

Él frunció el ceño, sin entender del todo. Hasta que la vio.
Una cabellera gris descendía lentamente las escaleras, iluminada por los candelabros.

Su primer impulso fue ir hacia ella, pero la mano de Vrochí se adelantó. Ílios retrocedió, y su hermana le lanzó una mirada de lástima.
No entendía qué le pasaba. Apenas la conocía… ¿cómo podía sentir algo tan feroz?

Entonces lo comprendió.
Celos.

El pensamiento lo atravesó como una flecha. Salió al jardín, buscando aire.
Respiró hondo, intentando apagar ese fuego absurdo.
Era la prometida de su primo.
No debía pensar en ella.
Pero solo con hacerlo, el pecho le dolía.

Y comprendió que esas emociones —esas que no debía sentir— iban a matarlo si no las detenía o comprendía




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.