Transitaba las calles en completo silencio, y se sintió extrañamente angustiado. La civilización había mermado en esa zona semi rural por la que viajaba.
Se había acostumbrado a estar rodeado de gente en los últimos meses de su vida, e incluso los gritos y llantos de Matías le habían ayudado a recorrer Wintercold sin tener que lidiar consigo mismo y sus pensamientos sombríos. Ahora el camino le parecía más largo, sentía que jamás saldría de Wintercold. Las infinitas calles vacías por las que conducía eran inhóspitas y silenciosas.
Ojeó a su hijo, que ahora estaba ubicado muy a gusto en una sillita de coche especial para bebés, durmiendo plácidamente. Deseó despertarlo para que hiciera ruido, aunque no quería verlo molesto y que empezara a sollozar de nuevo.
Apartó sus pensamientos egoístas y estiró su mano mientras seguía manejando el coche para sentir el pecho de Matías y asegurarse de que seguía respirando. Su tórax subía y bajaba con parsimonia. Si bien eso era una buena señal, le preocupaba que su respiración fuera tan lenta. Oyó además un sutil, casi imperceptible silbido que nacía de la garganta del niño y que no había oído durante los días anteriores por el constante ruido y movimiento mientras huían.
Repasó todo lo que el médico le había dicho sobre la salud del niño y pensó en que debía comprar rápido su inhalador.
Aion se llevó una mano al rostro para deshacerse de la sensación de cansancio y frustración que sentía, y luego exhaló fuertemente, dejando caer sus hombros. Al cruzar el límite interestatal para luego tomar el primer vuelo que lo sacara del país, no volvería nunca más.
Contempló todo lo que estaba a punto de dejar: Sebastián, Wally y Dante, tía Helena, su casa: el hogar de su padre con todas sus cosas allí, en Hyoga Village; sus recuerdos de Gris, de sus días como estudiante en el instituto universitario, de sus últimos años con Gabriel. Todo. Su nombre, su identidad, un montón de víctimas, un largo archivo policial, un cadáver en una camilla de hospital, un pasado terrible, una vida entera.
Abandonar todo aquello dolía, y por alguna razón también lo aliviaba. Era similar a como cuando te arrancas una costra que se ha estado formando por mucho tiempo sobre una herida, y que luego deja una cicatriz limpia en la piel.
Al fin y al cabo, pensó, su vida era un gran cascarón que ya se estaba secando, y desaparecería cuando él renunciara a su propio destino. Solo después de hacer eso, podría contemplar la cicatriz que le dejaría esa herida, y solo entonces tendría una vieja historia que podría contar, o enterrar para siempre en su memoria, y seguir adelante. Con su hijo.
Su pequeño niño sería lo único que lo ataría a su pasado. El único testigo real, vivo, de toda su historia, y la de Gris.
Se estremeció al rememorar los ojos de su bebé. Gris pálido y verde. Un recordatorio incuestionable de que ellos estuvieron juntos alguna vez, y que lo estaban a través de su hijo. La sangre de Matías era la misma que corría por sus venas. «El amor existiendo de otra manera», le había dicho ella. Gris y Aion estarían juntos para siempre ahora en la mirada de su hijo. En sus ojos diferentes y similares al mismo tiempo, una hermosa contradicción, un doloroso milagro.
⸺Lentillas ⸺se dijo a sí mismo de manera inconsciente, al recordar la sugerencia del médico.
Nunca se le había ocurrido la idea de que podía usar lentillas para cambiar su apariencia, y que la idea nunca se le hubiese presentado naturalmente lo hizo sentir un poco estúpido.
Se miró en el espejo retrovisor del auto robado y notó su pálido rostro, sembrado de una barba descuidada que se volvía molesta al contacto, lo bastante larga como para que comenzara a pincharle la cara a cualquiera.
Se sentía extraño. No era su costumbre dejarse estar en esos aspectos de la higiene y el cuidado personal. Su cabello al menos era un poco más decente. Le llegaba a la altura de las cejas, y se lo echaba hacia atrás, dándole un aire diferente a su apariencia que le añadía más edad. Había una cicatriz en el arco de su oreja derecha, otras dos en su pómulo izquierdo y en el medio de su frente, casi invisibles, y una nueva en el cartílago de su oreja izquierda.
De pronto sintió la urgente necesidad de revisar su cuerpo entero, buscando y estudiando cada cicatriz, y deseó casi de manera compulsiva conseguir un sitio para quedarse y donde pudiera darse una ducha de agua bien caliente.
Otra vez miró a Matías por un breve lapso y regresó la vista al camino. Solo una última parada antes de irse al día siguiente por la mañana. Solo… un poco más de paciencia y entonces las cosas se acomodarían en su lugar.
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Editado: 12.11.2024