Las sirenas lejanas de la policía aún resonaban en su cabeza. Imágenes de aquellas personas que había asesinado en masa en la estación de servicio permanecían en su mente, aunque apretase los ojos con fuerza.
¿Por qué la vida lo forzaba a hacer esto? ¿Por qué lo había puesto el destino en este tortuoso camino? Aion exhaló con amargura y sus ojos llorosos se dirigieron a la bombilla de luz. Su cabello apuntaba en direcciones extrañas, y tenía dos profundas ojeras bajo los ojos.
El sótano en el que se encontraba estaba frío, el único sitio en el que había conseguido esconderse, en ese pequeño pueblo abandonado que había cruzado en su camino. La pequeña lámpara iluminaba tristemente el lugar y el niño nunca había dejado de sollozar.
⸺Por favor, Matías ⸺murmuró una vez más⸺, guarda silencio… Nos van a encontrar.
A su hijo no le importó. Aion se levantó del suelo con un gruñido de cansancio, había estado allí por horas, en una posición abatida contra la pared que enfrentaba la mesa destartalada en la cual yacía Matías.
Alzó a su bebé. Era tan pequeño aún… Y él era tan incompetente para poder protegerlo y darle la vida que merecía. Se sentía frustrado. Había intentado todo lo que estaba a su alcance y se había empujado hasta el límite para mantener a salvo a su hijo, y aún así había fracasado solemnemente.
Estaba exhausto de intentarlo. Debió saber que esto nunca iba a ser fácil. ¿En qué estaba pensando? Por Dios. Debió dejar a su hijo antes, mucho antes de que se desatara todo este caos.
Los pequeños ojos de Matías estaban abiertos, y Aion podía verlos claramente contra la luz amarillenta de la lámpara. Sabía que sus ojos eran únicos, y no soportaba la idea de no volver a verlos.
Recostó a Matías de nuevo en la mesa y buscó el chupete para ofrecérselo. El bebé lo aceptó de mala gana, pero al menos ahogaba sus sollozos desesperados mientras él pasaba sus dedos entre su sucio cabello negro.
Pensó en lo que estaba a punto de hacer: abandonaría a su hijo. Su cuerpo respondió ante aquella idea con un profundo rechazo.
Comenzó a temblar, tenía el estómago cerrado y sus manos formaron dos puños tan rápido como aceptó esa realidad en su cabeza. Le daba tanta rabia, tanto desprecio por sí mismo, que se sintió descompuesto.
¿Acaso no había hecho eso su padre? Víktor Samaras había hecho lo mismo. Lo había despreciado desde el mismo día que él había llegado a este mundo, se había avergonzado de él, su hijo biológico, y había desaparecido.
O al menos eso fue lo que Gabriel le había contado acerca de ese hombre desconocido para él.
Pero esto no era lo mismo, se convenció Aion. Él amaba a Matías, aunque no había podido acompañar a Gris durante su embarazo. Amó a su hijo desde el mismo momento en que cruzó esa puerta y se acercó a ella con ojos abiertos en shock, lo amó cuando sintió sus pequeños pies empujando contra su palma mientras él tocaba el vientre de Gris.
Lo amaba. No era lo mismo. Lo amaba, aunque la paternidad estaba llena de problemas y preocupaciones.
Aion se afirmó contra la pared y alzó los ojos al techo otra vez, mirando al vacío. Sus hombros caían rendidos.
Podía convencerse a sí mismo de todo aquello, pero eso no ocultaba el hecho de que la historia se estaba repitiendo. De la misma forma en la que su padre biológico lo hizo con él, Aion abandonaría a su hijo. Y eso era lo que importaba al final. Matías no recordaría nada de lo que él tuvo que pasar para salvar y conservar su corta vida.
Matías crecería pensando que no tenía padres presentes; que lo habían dejado huérfano y a su suerte, en un mundo frío y hostil con los desamparados.
¿Cuántas veces pensó Aion en lo mismo mientras crecía, viendo a los otros niños reír con sus felices familias… Afortunados de no compartir el mismo trágico destino que él?
¿Y si estaba dejando a Matías en un lugar peligroso, y le pasaba algo horrible? ¿Quién iba a recibir a su hijo? ¿Podría él olvidarse de Matías? ¿Era realmente capaz de abandonarlo como su padre lo hizo con él? ¿Podría perdonarse a sí mismo, o rogarle a Matías por perdón si crecía sintiendo rencor hacia él? ¿Lo perdonaría Gris por renunciar a su bebé?
Salió de sus pensamientos ansiosos cuando Matías escupió el chupete y continuó sollozando. Aion se puso de pie lentamente y se acercó a su bebé hambriento, y que necesitaba ser cambiado.
Suspiró y sacó los apósitos de gasa húmedos de su mochila y empezó a limpiar el líquido seco de la sangre de esa mujer que ensuciaba el cuerpo de su pequeño niño. Limpió y lavó cuanto pudo, y al cambiarlo, notó una pequeña contusión en su brazo.
Se le retorció el corazón y sus labios se curvaron hacia abajo con angustia y culpa. Le empezaron a temblar las manos, sentía un nudo empujando las paredes de su garganta, mientras aceptaba que no podía hacer nada más que observar aquello. Matías había salido, herido y era toda su culpa.
Las lágrimas obstruyeron su vista y dejó salir el sollozo atascado en su garganta. Ahora era él quien lloraba como un descosido.
Deseaba que hubiera una sola persona que pudiera ayudarlo a contener todo lo que estaba sintiendo, pero no era posible. Estaba solo, con un bebé herido que podría haber muerto y no habría podido hacer nada por impedirlo.
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Editado: 12.11.2024